“La COVID-19 ha dejado un agujero en la sanidad de tres meses y ahora hay que pisar el acelerador por los demás pacientes”
Desde que se decretó el estado de alarma, las consultas oncológicas en los hospitales españoles han caído en picado. Los tratamientos en curso han continuado, pero ha habido muchos menos diagnósticos: la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) estimaba una reducción de alrededor del 35%. Es una estimación muy preliminar que están apuntalando con otras sociedades científicas y con la Asociación Española Contra el Cáncer.
El cáncer no ha desaparecido en España, pero los pacientes, ante los primeros síntomas (oncológicos y de otros tipos) han tenido más reparos en ir a la consulta durante estos primeros meses de pandemia que en una situación normal. Tampoco ha ayudado que durante muchas semanas casi todos los recursos tuvieran que destinarse a la emergencia de la COVID-19. El resultado de todas esas circunstancias forma una parte del exceso de entre 43.000 y 48.000 muertes directas e indirectas de COVID-19 que calculan el Instituto de Salud Carlos III y el Instituto Nacional de Estadística. El presidente de la SEOM, el doctor Álvaro Rodríguez-Lescure, explica esta pieza del puzzle que compone también la crisis sanitaria que ha atravesado y atraviesa nuestro país.
¿Cuántos diagnósticos menos de cáncer de lo esperado ha habido en España esta primavera y cómo lo calculan?
El 35% que publicamos no es un dato finalista, es una estimación a partir de informes de departamentos de oncología de muchos hospitales. No podemos afirmarlo globalmente, pero da una idea de las cosas. Por ejemplo, en mi hospital, el General Universitario de Elche, en mayo hubo un 25% menos de nuevos casos de oncología de lo habitual. Eso sí es un dato concreto. El 35% es una media, porque el azote de la COVID-19 ha sido muy heterogéneo por zonas.
Sí es verdad que las medidas de prevención y de seguridad se han extendido de forma universal, haya habido mucha COVID-19 en la zona o no. Y eso es algo importante: lo que ha pasado ha sido horroroso en muchos términos, sanitarios, económicos y sociales. Ha supuesto decenas de miles de vidas y un desgaste físico y emocional muy importante. Pero una vez pasada esta primera parte, hay que ponerse las pilas otra vez, hacer lo que haga falta. El daño ha sido tal que el sistema ha estado paralizado en muchos ámbitos para muchos pacientes, por eso ahora hay que acelerar, con condiciones de seguridad, dentro de los hospitales y fuera. En la sanidad hay ahora un agujero, un paréntesis, de unos 3 meses. No solo afecta al cáncer, también a otras patologías: neurológicas, cardiovasculares… obviamente ese 35%, o 25%, menos de casos no significa una disminución del cáncer. El cáncer está ahí, sin ser diagnosticado, y antes o después va a aparecer.
¿Cuál ha sido el proceso por el que ha afectado la crisis sanitaria a la oncología? ¿La gente ha ido menos a la consulta, ha habido menos cribado, menos recursos...?
Se dan las tres situaciones. Ha habido paralización de los programas de cribado, pero eso no tiene tanta implicación. Por ejemplo, para mamografías que se hacen cada 24 meses, que esta vez se hayan hecho cada 27 no tiene un impacto tan alto en la supervivencia. Los problemas gordos han sido otros dos. Por un lado, la parálisis del sistema, que todos los recursos (TAC, personal, quirófanos) se hayan dedicado a la emergencia de la epidemia, con todo el sentido del mundo. Por otro, que a los propios pacientes, no exentos de razón, les haya dado miedo venir a urgencias. Por ejemplo: alguien que tiene dificultades para tragar, o un dolor de cabeza que no se va. En una situación normal, de persistir hubiese ido a urgencias, pero esta primavera, o bien porque no ha habido facilidades para el diagnóstico o bien porque ha aguantado más de la cuenta por el miedo al contagio o a saturar, se ha retrasado. Y así, la cirugía o tratamiento de un tumor de garganta o cerebral que se podría haber detectado a tiempo se retrasa, y con ello se ha rebajado la expectativa de vida. Los casos van apareciendo ahora, lo harán también más adelante, y habrá que ver quién está más avanzado. Nuestro temor es que se hayan perdido ventanas de oportunidad en muchos casos.
¿Cuándo sabremos exactamente el impacto que ha podido tener en la mortalidad esa falta de diagnósticos durante toda la primavera?
La única manera de evaluar el impacto será con estudios de mortalidad comparada. Cogeremos la mortalidad de un año sin COVID, como 2019, y habrá que comparar con la mortalidad de 2020. Esos serán los datos reales del impacto, no podemos saberlo ahora. Varias sociedades científicas, y también la Asociación Española Contra el Cáncer, estamos trabajando y recabando datos, pero ahora lo responsable es pensar que es real, sin hacer conjeturas, pero poner propuestas en marcha para darle forma. Los datos sirven para apoyar las ideas, para reclamar a las administraciones, a las consejerías, a las direcciones de servicios de salud y al Ministerio que reactiven todo. Ahora mismo hay gente en lista de espera para todo: TAC, endoscopias, colonoscopias… son miles de personas. En cada uno de esos niveles hay que poner los mecanismos para que no se convierta en oportunidades perdidas, hablamos de vidas.
¿Por qué dice que sigue todo medio paralizado, si la pandemia ha remitido?
Lo que ha pasado ha sido muy devastador. En algunos departamentos de salud y hospitales concretos ha sido una barbaridad: en hospitales como el de La Paz, en Madrid, con más de 1000 camas, han estado ocupadas todas por COVID. Eso supone una parálisis absoluta, una desviación de todos lo recursos a una cosa. Una cosa que además era emergente, urgente y prioritaria, es normal que haya sido así. Tengo la sensación de que mayoritariamente la gente, salvo que le haya tocado de cerca por haber estado afectados ellos o un familiar, no sabe lo que ha pasado en UCI, en plantas… si se conociera no habría tanto desmelene. No me parece mal, porque la actividad económica también se tiene que reactivar. Pero no lo habría.
Toda esa situación tan devastadora ha provocado que haya mucha incertidumbre ahora mismo. Hay miedo de lo que pueda pasar. La parálisis del sistema equivale, digamos, a una escopeta cargándose. Pero hay que transmitir, también hacia arriba, que no se puede paralizar todo el sistema por esa prevención. También da miedo pensar que viene el verano, habrá vacaciones y hay tendencia a cubrirlas poco o no cubrirlas.
¿No está el personal sanitario demasiado cansado como para dar ahora ese acelere del que habla?
Hay de todo. Nosotros hacemos nuestro trabajo. Es verdad que en algunos sitios sitios ha sido demoledor, el desgaste es brutal en algunos servicios de urgencias y también en atención primaria. Por eso hay que poner esfuerzos en todas las estructuras, también en el personal. Y priorizar por donde decidan los gestores. Yo hablo de cáncer, pero hay muchas más patologías, y mucha más vida más allá del COVID-19, son muchos pacientes. El postcovid va a tener consecuencias económicas, sociales, laborales, sanitarias… movámonos ahora para reducirlas. Sanitariamente, en algunos sitios hay limitaciones. Ahí habrá que poner medios, es responsabilidad de los gestores: implementar medidas para reforzar, doblar turnos… en otros no hará tanta falta. Cada departamento de salud tendrá que establecer su mapa para saber qué efecto ha tenido en cada hospital y en cada zona de cada provincia, dónde apretar más y menos. Los pacientes no han desaparecido.
Decía que sabremos exactamente el impacto en la mortalidad por cáncer al final del año: por los propios procedimientos del cáncer, ¿aún es pronto para saber si en el 'exceso de muertes' también están incluidos pacientes de cáncer con diagnóstico tardío? Por ejemplo, habrá gente a quien se le diagnosticó en junio en vez de en abril, y por ese retraso puede morir en agosto.
Eso es. El impacto global en la mortalidad lo conoceremos al término del año, comparándolo con un año 'limpio' de COVID-19. En el exceso de muertes del que se habla hay muertes directas e indirectas, pero a mí me parece una discusión un poco peculiar y politizada. No se trata de imputar o no muertes directas o indirectas por COVID-19. La cuestión es que si no hubiese habido COVID-19, no hubiesen ocurrido esos procesos que se agravan, o que no han tenido atención.
Habrá que hacer el estudio de mortalidad comparada, pero hay 40.000 muertes que tienen relación directa o indirecta con la COVID-19 y para las que no hay otra hipótesis. También habrá secuelas tardías de la COVID-19, o de haber pasado mucho tiempo en la UCI. Habrá que analizarlo todo para conocer la dimensión real, pero a quien se le haya muerto su padre estos meses no le importa que haya sido por COVID-19 directo o indirecto. Todo ha sido una crisis sanitaria, en definitiva.
¿Ya va la gente a la consulta con más naturalidad que en abril, o se siguen notando los efectos?
Las dos cosas. Acceden más, pero aún hay miedo, sobre todo entre las personas mayores. Las urgencias no han estado al borde del colapso como se está diciendo, han estado colapsadas. Y el miedo del paciente era lícito y normal. Hay que transmitir el mensaje de que ahora a las urgencias, al especialista y al médico de familia se puede acceder en perfectas condiciones de seguridad. Hay circuitos, organización interna, medidas de prevención, triaje. Sigue operando el miedo y es normal, por eso hay que informar bien al paciente.
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