Muchas cosas diferencian a los jóvenes de hoy de quienes lo fueron antes, pero que hayan logrado abrir el abanico de posibilidades de ser, sentir y experimentar es quizá de las más visibles. La irrupción de la diversidad es una seña clara de identidad de la llamada Generación Z, la de los nacidos entre 1994 y 2010, e incluso de los últimos representantes millennials. Y es algo que confirman los pocos datos disponibles: cada vez menos se identifican como heterosexuales. Un contexto más favorable y un marco legal más avanzado favorecen que haya cada vez más visibilidad, pero también sus vivencias son diferentes y entroncan con una concepción más fluida de la sexualidad. Aun así, sus procesos no están libres de LGTBIfobia y estigma.
Lo observa en su entorno Marina, una chica alicantina de 24 años que es bisexual. Asegura que no ha sido un proceso fácil, pero hoy entre sus amistades se habla con naturalidad. “No hay un tabú, tengo muchas amigas que abiertamente dicen que se plantean si son o no bisexuales, que necesitan tiempo u orientación, pero sí lo ven como una posibilidad”, esgrime. Las vivencias de la juventud no son homogéneas. Hay quien, como Marina, sí observa que entre quienes le rodean cada vez hay más personas visibles, pero otros, como Nacho, no tienen la misma experiencia: “Todavía existe miedo; sí que tengo cada vez más amigos LGTBIQ+, pero porque me suelo mover por este ambiente”, señala este madrileño de 22 años.
Un análisis de los escasos estudios que exploran esta realidad atestigua la tendencia. El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado la semana pasada, preguntó a la población por su orientación sexual: el 93,9% de los españoles se declara heterosexual, pero el porcentaje cae hasta el 82,7% de los 18 a los 24 años. Esto quiere decir que hasta un 16,4% de los jóvenes (un 0,9% no respondió) se identifica con otras orientaciones. La anterior ocasión en la que el CIS se interesó por ello, en 2016, el porcentaje de aquellos en esa franja de edad que respondieron que solo le atraen las personas del sexo contrario era mucho mayor y ascendía hasta el 94,6% en el caso de los chicos y el 91% en el caso de las chicas.
Los datos del Instituto de la Juventud, con otras muestras, señalan en la misma dirección: en el año 2000, un 98% de la población entre 15 y 29 años dijo que únicamente había mantenido relaciones sexuales en los 12 meses anteriores con personas del sexo contrario. Aunque con preguntas diferentes, que no significan lo mismo debido a la diferencia entre prácticas y autoidentificación, en 2010 el INJUVE preguntó por la orientación sexual: el 90,6% de las mujeres y el 95,5% de los hombres se declaró heterosexual. Once años más tarde, en 2021, la caída ha sido considerable y entre las jóvenes, la heterosexualidad bajó al 75% y entre ellos, al 80%.
Imaginarios más allá de la heterosexualidad
Más allá de las cifras, es algo que observan quienes están cerca de ellos y ellas. “Los imaginarios han cambiado, y eso significa que cada vez más la gente joven se puede imaginar más allá de la norma heterosexual. Creo que hay más personas cuestionándose su orientación sexual y mucho antes, así que es más fácil que exploren y que no tiren para adelante con una vida en la que igual no serían tan felices”, esgrime Elena Longares, responsable en Barcelona del servicio Cruïlles de atención a jóvenes LGTBI+ del Centre Jove d'Atenció a les Sexualitats (CJAS). Raquel Hurtado, que lleva 15 años dando educación afectivo-sexual en centros educativos, coincide: “Ampliar los marcos y ver que hay otras posibilidades que existen hace que haya más gente que igual no estaba pendiente de salir del armario, pero que se lo planteen”.
El avance es innegable comparado con hace décadas. Se da, prosigue Hurtado, que coordina el Área de Intervención Social de la Federación Estatal de Planificación Familiar, un “mayor respeto por la diversidad” que “permite a más personas mostrarse tal y como son”. De hecho, remarcan las expertas, los bajos porcentajes de no heterosexuales que hay entre los que hoy tienen más de 55 años –no alcanzan el 1%– no implican que no haya una mayor prevalencia real, sino más obstáculos. Longares describe un contexto actual de “menor penalización social” al colectivo LGTBI y “más referentes”.
Antía, una joven lesbiana de 19 años que estudia comunicación audiovisual en Santiago de Compostela señala estos últimos como “punto muy a favor”. “En ello influyen mucho las redes sociales porque contribuyen a la difusión de contenido feminista LGTBIQ+. El hecho de que una persona famosa hable abiertamente en los medios de su sexualidad es un gran paso y hace que lo que antes era más tabú, este más normalizado”, dice esta joven gallega que ha visto una evolución en los últimos cinco años. “Entonces yo no tenía conocimiento del tema y no había lo que hay ahora. No sabía cómo informarme y mi entorno tampoco ayudaba”, apunta.
La concepción fluida de algunos aspectos de la vida es quizás una de las señas de identidad de las nuevas generaciones y las fronteras de la heterosexualidad ya no son tan firmes, lo que convive con el surgimiento de nuevas etiquetas. Ya en 2010 casi el 65% de la población menor de 29 años se mostró en la encuesta del INJUE de acuerdo con la afirmación de que “a lo largo de la vida, una persona puede variar de opción sexual”. Longares cree que “la tendencia de la sociedades a esto que llamamos lo líquido y que ya veíamos es cada vez más obvia”, y para la juventud actual tiene que ver también “con esa necesidad de romper con la sexualidad estática”. Si hace décadas la opción era homosexual o heterosexual, “el abanico se ha abierto”, apunta Hurtado, “y va mucho más allá; se identifican como pansexuales, demisexuales y surgen otras categorías”.
La bisexualidad entra con fuerza
En este contexto, la bisexualidad ha entrado con fuerza entre la juventud. De acuerdo con el último CIS, aquellos que entre los 18 y 24 años se identifican como homosexuales son más que hace cinco años y se sitúan en el 3,2%, pero es la bisexualidad la que alcanza cotas más altas, hasta el 13,2%. Es algo que también destacó el INJUVE en su barómetro del pasado mes de marzo, que encontró en este punto diferencias de género significativas: mientras que los hombres se identifican más como homosexuales que ellas (10% frente a 6,1%). Por su parte, las mujeres se perciben más habitualmente como bisexuales que los hombres (12% frente a 5%).
Factores como la invisibilidad del lesbianismo comparado con la homosexualidad masculina y a la que todavía se enfrentan las mujeres dentro del colectivo LGTBI puede influir en la primera de las conclusiones del Instituto de la Juventud. Sobre las barreras que perciben los chicos bisexuales para salir del armario y mostrarse como son, Leo Gómez, docente en un instituto madrileño e integrante de Docentes LGTBI+, una plataforma de “profes por la diversidad afectiva, sexual y de género”, apunta a la “identidad masculina”: “En el esquema patriarcal que nos atraviesa es muy frágil y cala entre los chicos la idea de que si comentan su bisexualidad, su masculinidad se pone en cuestión, algo que no existe de la misma manera con las chicas”.
La diferencia entre unos y otras la explica Longares: “El hombre en cuanto está con otro es un maricón, pero en el caso de las relaciones afectivas entre mujeres siempre han entrado en el imaginario de la 'amistad'”, un espacio en el que “pueden explorar afectos y otras sexualidades” que no tienen los chicos. Ese tipo de vínculos entre mujeres están más “legitimados” y no se han visto tan importantes “o condenadas” debido a la invisibilización y a que el imaginario colectivo “da por hecho que solo existe vinculación sexual cuando es con fines reproductivos”. La cosa cambia y entra en juego la lesbofobia y bifobia cuando estas relaciones sí son efectivamente de pareja, cree la experta.
Pero más allá de las diferencias de género, lo que sí perciben claramente docentes y expertas es la cada vez mayor identificación con la bisexualidad. “Nos estamos encontrando con una irrupción de identidades no solo plurisexuales y bisexuales, sino también no binarias. Creo que los jóvenes están llamando a romper ese binarismo, les pesa mucho y si para nosotras romper la norma fue una cosa, en estas generaciones parece que esto es importante”, ha observado Longares. Gómez cree que “la invisibilidad” de esta orientación “ha convivido nosotras mucho tiempo y que afortunadamente la gente ahora tiene menos miedo a decirlo”. Señala otro elemento, el hecho de que “las identidades no son tan estancas” y en algunos casos “el viaje” comienza por identificarse con lo bisexual. Algo que, sin embargo, pide no malinterpretar con “consideraciones bífobas” como si “la bisexualidad fuera una identidad intermedia”.
Un camino no exento de obstáculos
Para Marina, que se identificó como tal a los 21 años, ocurre porque la bisexualidad “se visibiliza más”. A ella le costó entender que podían atraerle chicos y chicas y que “lo que yo sentía por algunas de ellas, era más que amistad o atracción”, pero sí observa que “es algo de lo que se habla cada vez más, tanto a pie de calle como con amistades, en la familia, en series...”. Aún así, todavía cree que “hay mucho que recorrer” y pone como ejemplo las ocasiones en las que se ha encontrado con personas “que no han entendido” su bisexualidad.
Con todo, los jóvenes y adolescentes viven sus propios procesos de maneras muy diferentes y no exentos de obstáculos. Convive con esta apertura a la diversidad una sociedad todavía discriminatoria, miedo y estigma. Por eso sus historias están también cargadas de dificultades. Para Nacho, que vive en Colmenar Viejo, salir del armario como gay fue algo “muy difícil” por el temor al “qué dirán” y a encontrarse con un “ambiente poco propicio”. “Me ha costado aceptarme tal y como soy. Quizás sea culpa de la sociedad en que vivimos”, esgrime. De acuerdo con una encuesta reciente de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, el salto generacional es claro, pero aún las personas LGTBI reportan cotas elevadas de discriminación y el acoso LGTBIfóbico en las aulas es una realidad, confirma Gómez.
Antía relata algo similar. Define el centro educativo en el que estudiaba en Vigo, donde nació, como “una cárcel y una tortura diaria”, aunque sí encontró apoyo en sus amistades, su hermana y su madre. Todo cambió cuando se matriculó en otro instituto para estudiar el Bachillerato de Artes Gráficas, en el IES Politécnico de Vigo, que fue “un renacer” gracias al apoyo que le brindó el grupo LGTBI que hay en el centro, impulsado por la docente Ana Ojea, y que crece cada año. “Cuando empecé la universidad hace dos años ya no tuve miedo de mostrarme como soy, y tanto mi clase como la facultad son abiertas y tolerantes”, explica la joven gallega.