El año que Elon Musk hackeó la atención global
“No, no parece haber ningún tipo de plan maestro. Creo que se lo está inventando sobre la marcha”, dice Ashlee Vance, el autor de la biografía de referencia sobre Elon Musk. La publicó en 2015, cuando el magnate tenía 44 años, y funciona como libro de instrucciones para entender el fenómeno global en el que se ha convertido hoy. Porque aunque Musk siempre fue una de los emprendedores más mitificados, no ha sido hasta este 2022 cuando ha logrado hackear la atención global para colocarse en el centro de todos los debates. Alguien a quien le basta escribir 12 palabras sobre paneles solares en España para que le conteste Pedro Sánchez. O que en la primera guerra europea en décadas departe con el tirano invasor que la provocó mientras despliega un sistema de comunicación clave para que el invadido pueda sostener su resistencia.
Todo ello mientras emprende la remodelación de la red social más importante en la conversación sociopolítica occidental para instaurar un supuesto “absolutismo de la libertad de expresión” que termina saldándose con la censura de periodistas y plataformas rivales que no le gustan. “En el pasado era una figura tímida y menos segura de sí misma. A medida que se ha hecho más y más famoso, parece sentir la necesidad de superarse a sí mismo para mantenerse en la conversación”, recuerda Vance.
Elon Musk es una persona que lidera la primera compañía privada de naves espaciales, el primer fabricante de coches eléctricos, la primera empresa que quiere desarrollar electrónica controlada con la mente o el inversor que puso el dinero para crear una de las inteligencias artificiales más avanzadas del mundo. Cuando la cotización de Tesla se disparó en 2020 se convirtió además en la persona más rica del mundo. Es un currículo que da para tener foco de manera constante. A él suma una audiencia propia descomunal y ese gusto por llamar la atención que, para muchos, destruye su credibilidad.
“Ciertamente, hay una cualidad de charlatán y showman en Elon”, expone Vance en conversación con elDiario.es. “Dicho esto, no se pueden negar sus logros. SpaceX es una de las historias empresariales más improbables y notables de nuestro tiempo. Ha abierto totalmente el espacio comercial. Tesla también ha impulsado a toda la industria automovilística hacia los vehículos eléctricos. Esto no habría ocurrido sin Tesla y sin Elon. Si añadimos PayPal, es difícil pensar en una figura que haya tenido tal efecto en tres industrias totalmente diferentes”, recuerda el escritor, que también ejerce como reportero para la agencia económica Bloomberg.
"Ciertamente, hay una cualidad de charlatán y showman en Elon"
Esa “tensión” entre verborrea y hechos, como la define su biógrafo, es una constante en la trayectoria de Musk. Habla de colonizar Marte cuando aún no hemos podido volver a pisar la Luna o de crear un androide mayordomo cuando los robots más complejos que hay en las casas son pequeñas aspiradoras.
También le gusta hacer predicciones a nivel general. Lo habitual es que no se cumplan. Hemos recibido 2023 sin coches autónomos al contrario de lo que vaticinó, los aviones eléctricos comerciales ni están ni se les espera y las criptomonedas no solo no se han impuesto sino que están mucho más en cuestión que nunca. Esto no evita que muchos lo consideren un visionario. “Parece desempeñar el papel de inspirar a otros a soñar a lo grande”, resume Vance.
El gran hackeo
El 2022 y la compra de Twitter han supuesto el sumun de la trayectoria del Musk empresario y su alter ego, Elon el showman. El primero ha adquirido una compañía que cree que tiene mucho más potencial del que explota. Algo que el segundo ha utilizado para difundir las payasadas que le caracterizan a una audiencia global, abrir debates filosóficos sobre libertad de expresión o publicar fotos de sus pistolas de juguete y dejar que millones de personas intenten descifrar qué significan. El resultado ha sido una avalancha de atención sobre su personaje con acciones sin relevancia. Musk hasta en la sopa. “El mundo ahora parece saturado de noticias sobre Elon, y él parece deleitarse con eso”, reconoce Vance.
Tanto el empresario como el showman saben que Twitter era la plataforma perfecta para eso. Por un lado, Twitter tiene un peso desproporcionado en la agenda pública occidental —solo tiene 350 millones de usuarios, por los 2.500 millones de Facebook, los 1.500 millones de Instagram o los 1.000 millones de TikTok, pero concentra el debate sociopolítico y por tanto el foco mediático—. Por otro, es la única gran red social que pierde mucho dinero de manera recurrente y por tanto la más barata.
El plan del Musk magnate es dejar la compañía en su esqueleto, reconstruirla como él piensa que debería ser para que sea una máquina de ingresos y volverla a sacar a bolsa. Su problema es que el Elon showman se la está cargando por el camino. Sus continuos bandazos y polémicas han espantado a los anunciantes y sus planes para cobrar por servicios especiales no están funcionando. Y un giro más trascendente para toda la sociedad a largo plazo: Musk, que solía distribuir sus apoyos políticos en función de lo que más beneficiara a sus negocios, ha empezado a convertirse en difusor global del ideario de lo que en EEUU llaman alt-right (derecha alternativa) y que en el resto del mundo es simplemente la nueva extrema derecha.
Esas bromas de extrema derecha
Desde que compró Twitter Elon Musk ha intensificado su difusión de ideas de extrema derecha a través de memes y otras bromas. Es especialmente intenso en sus críticas a la “cultura woke”, un término que la derecha estadounidense usa para referirse despectivamente a los activistas antirracistas y por los derechos sociales. Él lo denomina “virus woke” y lo ve por todas partes, tanto en el intento de Netflix y otras plataformas de aumentar la representatividad de personas racializadas o LGTBi en sus producciones como en el sindicalismo y el ejercicio de derechos laborales.
Sus menciones a este tipo de cuestiones se han hecho constantes. “¡No me han lavado el cerebro!”, tuiteaba este miércoles, junto a un meme que muestra al hombre estadounidense cisgénero tradicional enfrentado al supuesto contubernio que forman los movimientos LGTBi, feministas, defensores de la vacunación, el islam, las multinacionales tecnológicas y los medios de comunicación.
Su biógrafo dice que “sin duda se inclina más a la derecha que antes”, pero cree que Musk sigue siendo “del partido político de Musk”. No todos los expertos coinciden en este punto. El prestigioso lingüista cognitivo George Lakoff, especializado en el estudio de los marcos mentales y cómo se construyen, denuncia que “al igual que Donald Trump antes que él, Elon Musk utiliza Twitter para trolear nuestros cerebros y mantener nuestra atención centrada en sus payasadas”.
“El hombre más rico del mundo tiene poco interés en la 'libertad de expresión'. Lo que quiere es el poder de controlar lo que oye el público, y moldear la realidad convirtiendo la llamada 'plaza del pueblo digital' en una máquina de propaganda de propiedad privada”, insiste Lakoff, profesor de la Universidad de Berkeley y cuyo libro No pienses en el elefante se utiliza habitualmente para explicar cómo utiliza la extrema derecha la desinformación en las redes sociales.
“Musk pretende crear una dinámica en la que la desinformación organizada comparta protagonismo con el periodismo respetado, y en la que la gente no sepa distinguir entre ambos. Es un mundo que encaja perfectamente con la jerarquía que subyace en la mayoría del pensamiento conservador”, avisa el profesor.
¿Está funcionando? No es algo sencillo de medir. No obstante existe un servicio que puede dar una referencia bastante concreta de cómo una idea se abre paso en el imaginario colectivo de un territorio. Se trata de las búsquedas en Google. Según los datos de la multinacional, la aventura de Musk en Twitter y sus tuits sobre el “virus woke” han coincidido con una explosión del interés por este término en España este 2022.
El hombre más rico del mundo
Este año Musk ha conseguido hackear la atención global con la ayuda de Twitter. La compra de la red social consolidó su imagen como magnate todopoderoso que puede gastarse 44.000 millones de dólares en un capricho. Pero lo cierto es que Elon Musk no ha sido durante dos años el hombre más rico del mundo por los rendimientos de sus negocios sino por el efecto de la especulación.
Como muestra el primer gráfico de esta información, Musk multiplicó por 10 su fortuna de 2020 a 2022. Fue una consecuencia del boom en la valoración de las acciones de Tesla, que se multiplicaron por 10 en el mismo período de tiempo.
Los títulos del fabricante de coches eléctricos se han depreciado un 50% en los últimos meses y con ellos, la riqueza de Musk, que ha perdido el primer puesto entre las principales fortunas del mundo. El magnate no se arruinaría si las acciones de Tesla volvieran a valores previos a 2020, pero sí se caería de las principales 25 o 30 fortunas del mundo. Una situación que no le habría permitido comprar Twitter pagando los 44.000 millones de dólares con préstamos contra las acciones de Tesla, por ejemplo.
La situación no ha pasado por alto para los bancos que le concedieron esos préstamos. Musk ha cerrado el año con su primera margin call con ellos, un término que define la necesidad de aumentar el aval de los préstamos debido a la depreciación de la acción de Tesla que se utilizaron originalmente. Musk ha tenido que poner más dinero en efectivo para satisfacer el desbalance o bien poner más acciones de Tesla como garantía. Unas acciones cuyo valor en estos dos últimos dos años no han evolucionado en paralelo a las del resto de fabricantes de automóviles sino de forma muy parecida a activos de especulación como el Bitcoin.
La conexión de la riqueza de Musk con la especulación con las acciones de su principal empresa profundiza en el debate sobre su posición como visionario emprendedor que llega a ser la persona más rica del mundo por su genialidad y capacidades, enfrentado al estado y a las estructuras tradicionales. “De todos los founders de los últimos años Elon Musk parece materializar, mejor que ningún otro, a los héroes de ficción propuestos por Ayn Rand, individualistas fanáticos que hoy denominamos libertarios”, define Ariel Guersenzvaig, filósofo de la tecnología y profesor en Elisava Facultad de Diseño e Ingeniería en la Universidad de Vic-UCC.
“Para ellos la sociedad es una ficción y el ”bien común“ como algo que trasciende la suma de los intereses y bienes individuales no es otra cosa que una suma de mediocridades que paraliza la creatividad y la excelencia individuales”, continúa el experto, que opina que “el relato del emprendedor que se desangra ante un estado que lo oprime es una representación alejada de la realidad”.
“¿Qué sería de SpaceX sin la NASA y sus millonarios subsidios y encargos? ¿Qué sería de Tesla sin los subsidios para coches eléctricos? ¿Sin el mantenimiento de calles? ¿Sin estándares para la producción de energía? El estado no solo regula el mercado, también lo crea, lo cultiva, lo articula y lo mima. Esto no es nuevo. Aunque en diferentes formas a uno y otro lado del Atlántico, el consumo como virtud cívica fue una política oficial de postguerra. La producción de bienes de consumo no puede imaginarse sin los estados y sus infraestructuras y medios, ni en 1955 ni ahora”, concluye.
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