La cumbre del clima se cerró en diciembre con un acuerdo calificado como histórico por muchos de sus firmantes. El nuevo compromiso establece un límite al calentamiento global, pero no plantea limitar el uso de combustibles fósiles sino “conseguir un equilibrio entre las emisiones de origen antropogénico y las captaciones que hagan los sumideros”. Sin embargo, en la actualidad las tecnologías de captura de carbono no están lo suficientemente desarrolladas como para garantizar una reducción del calentamiento global, ni parece que vayan a estarlo en un futuro próximo.
En la mayoría de los escenarios previstos por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por su siglas en inglés) los niveles de dióxido de carbono (CO) en la atmósfera no solo no deberían seguir aumentando, sino que deberían reducirse rápidamente si se quiere impedir un aumento de 2ºC en la temperatura global del plantea. Esto supone, en la práctica, conseguir un nivel de emisiones negativo, es decir, que se elimine más carbono del que se emite. El acuerdo de París pretende llegar a esta situación sin limitar el uso de combustibles fósiles, apoyándose de forma implícita en las tecnologías de captura de carbono. Sin embargo, según destaca el IPCC, “la disponibilidad de estas tecnologías es incierta y la mayoría presenta, en diversos grados, desafíos y riesgos”.
El problema es de una dimensión considerable y los datos demuestran que los métodos actuales están lejos de proporcionar los resultados necesarios para cumplir los objetivos fijados en París. Según un informe presentado en 2013 por la Agencia Internacional de la Energía, “la tasa total de captura y almacenamiento de CO debería pasar de las decenas de megatoneladas capturadas en 2013 a miles de gigatoneladas en 2050, con el fin de abordar el desafío de reducción de emisiones”.
En los últimos años se han presentado diversos estudios sobre materiales o tecnologías que podrían mejorar la captura de carbono. Esencialmente existen dos formas de eliminar el carbono de la atmósfera. La primera es capturar los gases directamente desde el aire, una tecnología que actualmente está en desarrollo y que carece de proyectos viables a escala global.
Entre las novedades más prometedoras está un nuevo método presentado el pasado mes de septiembre en la revista Science, que emplea estructuras moleculares superporosas que son capaces de transformar el CO en CO. Estas estructuras podrían colocarse en las chimeneas de las grandes centrales eléctricas y capturar así los gases. Sin embargo, al igual que el resto de las opciones planteadas hasta ahora, este método requiere un alto consumo de energía eléctrica, algo que resulta contraproducente.
La bioenergía: “una distracción peligrosa”
El otro método que ha ganado fuerza en los últimos años consiste en utilizar plantas para capturar el dióxido de carbono y luego quemarlos para generar energía y capturar las emisiones de carbono resultantes. En teoría, al quemar las plantas se emite el mismo CO que éstas han absorbido durante su crecimiento, con lo que la emisión neta sería cero. Sin embargo, este método, conocido como bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), es relativamente novedoso y tampoco hay pruebas de su eficiencia gran escala.
Además, otro de los aspectos importantes a la hora de realizar las estimaciones de CO capturado mediante estas tecnologías es qué se hace una vez se ha capturado, ya que el gas no puede ser almacenado de forma permanente. Aunque existen diversas alternativas, el problema está en que algunas de ellas implican devolver el CO a la atmósfera, como su utilización en bebidas gaseosas, o incluso se puede utilizar el gas para facilitar la extracción de petróleo de pozos parcialmente agotados, cuya obtención no es posible con los métodos convencionales. Resulta paradójico que un método pensado para reducir las emisiones acabe destinado a producir millones de barriles de petróleo.
Pero, además de los problemas técnicos a la hora de llevar a la práctica estos métodos, existen otros problemas añadidos. Según un reciente artículo publicado en Nature Climate Change, “la credibilidad [del BECCS] como una opción de mitigación del cambio climático no está comprobada y su implantación como una norma general para estabilizar el clima podría llegar a ser una distracción peligrosa”. La idea que defienden varios expertos, incluidas diversas ONG, es que se debe limitar en la medida de lo posible el uso de combustibles fósiles, combinando estas medidas con diversos métodos de captura de carbono y con la apuesta por energías renovables. Los autores de este artículo insisten en que “se debe determinar cuán seguro es apostar por las emisiones negativas en la segunda mitad de este siglo para evitar un cambio climático peligroso”.