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Tras la pista del Vengador Oscuro, el programador de virus más peligroso del mundo

Virus

Scott J Shapiro

The Guardian —
15 de mayo de 2023 22:46 h

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En la década de los ochenta, Bulgaria se convirtió el paraíso de los amantes de los virus. El país socialista, plagado de hiperinflación, infraestructuras en ruinas, racionamiento de alimentos y gasolina y apagones diarios, se convirtió en una de las partes del planeta más punteras en tecnología. Legiones de jóvenes programadores búlgaros jugueteaban con sus clones pirateados de IBM PC y creaban virus informáticos que luego viajaban al 'brillante y próspero' Occidente. 

En 1989, 'Computación para ti', la revista de informática más conocida de Bulgaria, publicó en su número de enero un artículo en el que se afirmaba que el tratamiento que los medios de comunicación daban a los virus informáticos era sensacionalista e inexacto. Lo escribió Vesselin Bontchev, un investigador de 29 años del Instituto de Cibernética Industrial y Robótica de la Academia Búlgara de Ciencias de Sofía. Con el título 'La verdad sobre los virus informáticos', el artículo señalaba que el miedo a los virus se había convertido en una “psicosis de masas”. Bontchev aseguraba que cualquier programador competente podía saber cuándo un virus ha corrompido un archivo. Los archivos infectados son más grandes que los no infectados. Funcionan más despacio. Hacen cosas extrañas, como reproducir melodías, dibujar árboles de Navidad en la pantalla y reiniciar los ordenadores. Por ello, indicaba que difícilmente un virus pasa desapercibido. La prevención mediante ciberhigiene básica era sencilla: “No permita que otras personas utilicen su ordenador; no utilice productos de software sospechosos; no utilice productos de software adquiridos ilegalmente”. 

Cuando hizo estas afirmaciones, Bontchev no podía saber que más tarde se arrepentiría de haber publicado este artículo. No había caído en la cuenta de que lo que para él podía ser un virus obvio, puede no serlo para la secretaria que utiliza un ordenador como si fuera un procesador de textos; una máquina de escribir. Además, la mayoría de los usuarios de Bulgaria no tenían sus propios ordenadores personales, sino que los compartían. Cuando Bontchev escribió este artículo que criticaba el miedo a los virus informáticos, según él injustificado, aún no había visto ningún virus. Se sorprendió mucho cuando dos hombres entraron en la oficina de Computer for You, donde solía pasar el rato, y afirmaron tener un virus. Habían leído los artículos sobre estas extrañas nuevas criaturas en la revista y querían enseñarle a Bontchev el virus que habían descubierto en su pequeña empresa de software. Los hombres no solo le dijeron que tenían un virus; también le explicaron que habían conseguido crear un programa antivirus que lo eliminaba. Habían traído consigo su ordenador portátil. El portátil tenía un virus, y cuando utilizaron su programa antivirus, el virus desapareció. Bontchev se quedó fascinado y horrorizado a la vez: fascinado porque nunca antes había visto un virus (ni un portátil, de hecho), horrorizado porque los hombres lo habían fulminado. El horror se convirtió en pánico cuando los programadores le dijeron que también habían eliminado el virus de los ordenadores de su empresa. 

Bontchev corrió a su empresa en busca de restos. Encontró una copia impresa del código del virus en la basura. Se lo llevó a casa y lo introdujo, byte a byte, en su ordenador, con cuidado de no cometer errores. Bontchev acabó descubriendo que había resucitado el virus conocido comúnmente como Vienna. Cuando analizó el Vienna, Bontchev se sintió decepcionado. Se imaginaba algo extraordinario: los programas informáticos autorreproducibles deberían ser elegantes, fruto de algún arte negro esotérico. Sin embargo, un vistazo bajo el capó reveló que no era tan perfecto. Vienna era viciosamente destructivo, pero su código era rudimentario y chapucero. Mientras Bontchev analizaba el virus Vienna, otros programadores búlgaros empezaron a jugar también con programas maliciosos. Uno de los compatriotas de Bontchev pronto se convertiría en el programador de virus más peligroso del mundo, y en el enemigo más acérrimo de Bontchev.

Vienna era un virus sencillo y, por tanto, un buen virus con el que experimentar. Bontchev no aprovechó la oportunidad de hacerlo ya que no quería manchar su reputación. En cambio, Teodor Prevalsky, un amigo suyo, tuvo menos reparos. Le fascinaba el concepto de vida artificial y decidió explorar sus posibilidades. Tras dos días de trabajo en la Universidad Técnica, la mayor escuela de ingeniería de Bulgaria, Prevalsky consiguió crear un virus. Aunque se basó en el modelo del Vienna, su virus no destruía archivos, sino que se limitaba a hacer sonar el altavoz cada vez que infectaba un archivo. En su diario del 12 de noviembre de 1988, dejó constancia de su logro: “La versión 0 está viva”.

Con el paso de las semanas, Prevalsky fue incorporando nuevas funciones al virus. También experimentó con programas antivirus. Todas las creaciones de Prevalsky eran virus de “zoo”, especímenes construidos con fines de investigación y pensados para quedar en un lugar cerrado, no para liberarlos en la naturaleza. Sin embargo, escaparon del zoo. De hecho, una versión de Vienna se convirtió en el primer virus búlgaro que emigró a Estados Unidos.

Vienna pudo escapar del ordenador de Prevalsky porque este ejecutaba un sistema operativo de Microsoft conocido como DOS - abreviatura de “disk operating system” - que carecía de funciones de seguridad. DOS se desarrolló para uso individual en microordenadores pequeños y económicos, que llegaron al mercado a mediados de los años setenta con nombres como Apple II, TRS-80 y Commodore. La seguridad no era una prioridad, ni siquiera una necesidad para estos ordenadores personales, o PC. En aquella época, la ciberseguridad era sencilla: para evitar que robaran tus datos, tenías que cerrar la puerta con llave.

Sin embargo, quienes utilizaban ordenadores personales querían compartir su código. Los jóvenes frikis ansiaban nuevos videojuegos, pero no querían pagar por ellos. El DOS tampoco era gratuito, y las copias piratas circulaban libremente entre los usuarios de PC. La piratería informática era muy habitual en Bulgaria.

Prevalsky compartía ordenador con otros cuatro investigadores y se pasaban disquetes. Aunque Prevalsky tenía mucho cuidado de mantener cautivos a los virus de su zoo, inevitablemente se escaparon. Los había metido en jaulas sin cerradura. A Prevalsky le decepcionó no encontrar ningún uso rentable para sus creaciones. Cuando los liberaba en la naturaleza, incluso sus virus “buenos” tenían efectos secundarios nocivos. Mientras Prevalsky se desilusionaba con el negocio de los virus, Bontchev daba un impulso a su carrera. Con una franqueza admirable, escribió un artículo en Computer for Youen en el que rectificaba y admitía haber subestimado el poder de los virus. Los virus eran claramente un problema creciente y Bontchev quería rectificar su error. Empezó a analizar los nuevos virus que se propagaban por Bulgaria y publicó los resultados. Los artículos de Bontchev que detallaban los riesgos de los virus tuvieron una consecuencia imprevista: inspiraron a más programadores de virus. Sus lectores aprendieron a programar virus a partir de sus artículos, y algunos intentaron mejorar las versiones existentes.

Pronto pareció que todos los programadores informáticos de Bulgaria sentían la necesidad de desarrollar un virus. Un estudiante de Plovdiv estaba enfadado con su tutor, así que creó un virus para infectar los archivos de este. Creó dos virus más para su novia como muestra de su afecto. Dos amigos que estaban enfadados con su jefe por no pagarles crearon un virus como venganza; un virus que cuando infectaba virus hacía el sonido de papel al ser arrugado. Este virus escapó rápidamente del laboratorio.

Se empezó a hablar de la “fábrica búlgara de virus”. Un artículo publicado en 1990 en el New York Times citaba al fundador del Centro de Pruebas de Virus de Hamburgo, Morton Swimmer: “Los búlgaros no solo producen la mayor cantidad de virus informáticos, sino los mejores”.

La fábrica de virus búlgara era un espacio al más puro estilo de la fábrica creativa de Andy Warhol: un colectivo informal de jóvenes búlgaros (todos eran hombres) muy inteligentes y que se aburrían. Crear virus se convirtió en una fuente de estímulo intelectual y una forma de reconocimiento social.

Dos nuevos virus búlgaros a la semana

En 1991, Bontchev descubría una media de dos nuevos virus búlgaros a la semana. Se pasaba el día recibiendo llamadas de empresas atacadas por virus, y las noches y fines de semana estudiándolos. Bontchev también fue miembro fundador de la Computer Antivirus Research Organization (CARO, Organización de investigación de antivirus informáticos). Esta organización defendía ciertos principios éticos de la investigación antivirus. Uno de los más importantes era la prohibición estricta de crear virus. Trataba los virus informáticos como si fueran armas biológicas. El peligro de que escaparan del laboratorio se consideraba demasiado alto para justificar la experimentación. De hecho, la organización desempeñó un papel en la ruptura entre los investigadores de antivirus y la comunidad general de ciberseguridad. Por lo general, la comunidad espera que sus miembros hayan hackeado para saber cómo defenderse de los hackers. Esta práctica se conoce como hacking ético o de sombrero blanco. Cualquier investigador que haya programado un virus habría sido vetado para formar parte de CARO. Aunque muchos en la industria antivirus han jugueteado con virus, no es algo de lo que hablen.

Mucho antes de que Bontchev publicara el artículo de rectificación sobre el peligro de los virus en 'Computer for You', un programador ya trabajaba en secreto para mejorarlos. Su nombre de usuario en Internet era Dark Avenger, el vengador oscuro. “Cuando empecé todavía no se programaban virus en Bulgaria, así que decidí ser el primero”, afirmaba. “A principios de marzo de 1989 vio la luz y empezó a vivir su propia vida, y a aterrorizar a todos los ingenieros y demás pardillos”, explicaba.

El vengador oscuro se equivocaba. Otros habían estado programando virus durante meses, pero él creó el suyo para que fuera letal. Su primera creación sería conocida como Eddie.

Cuando un usuario ejecutaba un programa infectado con Eddie, el virus no empezaba atacando otros archivos. Acechaba en la memoria del ordenador y devolvía el control al programa original. Sin embargo, cuando un usuario cargaba otro programa, el acechante Eddie entraba en acción e infectaba ese programa. Estos programas infectados serían los nuevos portadores de Eddie.

Eddie también incluía una carga útil que destruía lenta y silenciosamente todos los archivos que tocaba. Cuando el programa infectado se ejecutaba por decimosexta vez, el virus sobrescribía una sección aleatoria del disco del ordenador con su tarjeta de visita: “Eddie vive... en algún lugar en el tiempo”. Tras un número suficiente de estos cambios indiscriminados, los programas del disco dejaban de cargarse.

Los virus destructivos no eran una novedad. Vienna, por ejemplo, destruía uno de cada ocho archivos. Sin embargo, Eddie era mucho más malicioso. Como las infecciones de Eddie tardaban en producir síntomas, los usuarios propagaban el virus y hacían copias de seguridad de los archivos contaminados. Cuando los usuarios descubrieron que su disco se había convertido en serrín digital, también se enteraron de que sus copias de seguridad estaban muy dañadas. El Vengador Oscuro había inventado lo que ahora se denominan virus “manipuladores de datos”, es decir, virus que alteran los datos de los archivos.

El vengador oscuro estaba orgulloso de haber creado algo tan cruel y se atribuyó el mérito en el código. En primer lugar, insertó un irónico aviso de copyright: “Este programa fue escrito en la ciudad de Sofía (C) 1988-89 Vengador Oscuro”. La cadena “Eddie vive” que sembraba tanta destrucción era un homenaje a su afición por la música heavy metal. “Eddie” hace referencia a la esquelética mascota de la banda Iron Maiden; 'Somewhere in Time' es el nombre del sexto álbum de Iron Maiden, en cuya portada aparece Eddie como un musculoso cyborg en un escenario de Blade Runner, junto a un grafiti en el que se lee “Eddie vive”.

El vengador oscuro creó más virus. Y cada virus era más sofisticado que el anterior. Los virus eran tan contagiosos que se infiltraron en los ordenadores de militares, bancos, compañías de seguros y consultas médicas de todo el mundo. Según John McAfee, que en aquella época dirigía la Computer Virus Industry Association, “diría que el 10% de las 60 llamadas que recibimos cada semana son por virus búlgaros, y el 99% de ellas son por virus del vengador oscuro”.

Una de las creaciones más desagradables del vengador oscuro se observó por primera vez en la biblioteca de la Cámara de los Comunes en Westminster en octubre de 1990. El personal de investigación estaba perplejo porque algunos de sus archivos habituales habían desaparecido y otros estaban corruptos. Como el problema empeoraba, la biblioteca recurrió a un especialista externo. Un análisis de virus dio negativo, pero el especialista estaba seguro de que se había producido una infección porque los archivos dañados aumentaban de tamaño. Cuando examinó el contenido de los archivos, observó una palabra en el revoltijo de caracteres: NOMENKLATURA.

Nomenklatura es una palabra en ruso que significa literalmente “lista de nombres”. Se refería a la élite de la sociedad soviética -los burócratas y los dirigentes del partido- a la que se concedían privilegios especiales a cambio de sus servicios al partido y al Estado. Bulgaria también siguió este sistema. El término tenía una connotación peyorativa, al menos para quienes no estaban en la lista.

Cuando se consultó al célebre investigador de virus británico Alan Solomon, este descubrió el virus más destructivo que jamás había observado. A diferencia de otros virus, que atacaban archivos, Nomenklatura iba a por todo el sistema de archivos. Su objetivo es la importantísima tabla de asignación de archivos (FAT), el mapa que indica dónde se almacenan los archivos en el disco. Con la FAT dañada, el sistema operativo de un ordenador ya no podía encontrar los archivos para ejecutarlos. Solomon también observó algunos caracteres cirílicos y adivinó que eran búlgaros. Utilizando FidoNet, una red informática utilizada para comunicarse entre tablones de anuncios de Internet, se puso en contacto con un ingeniero búlgaro. Le devolvió la siguiente traducción entrecortada: “Este gordo idiota en vez de besar los labios de la chica, besa otra cosa”.

El vengador oscuro alcanzó rápidamente notoriedad en la comunidad búlgara de virus informáticos. Nadie conocía su identidad ni nada sobre él, lo que aumentaba su misticismo. Según David Stang, director de investigación del Centro Internacional de Investigación de Virus, “su trabajo es elegante... ayuda a los programadores más jóvenes. Es un superhéroe para muchos de ellos”.

La emoción, por tanto, estalló cuando se unió al Virus Exchange en noviembre de 1990. Pierre, un programador de virus francés, escribió: “¡Hola, Vengador Oscuro! ¿Dónde has aprendido a programar? ¿Y qué significa 'Eddie vive'?”. Otro hacker llamado Free Rider le dio la bienvenida con elogios: “Hola, brillante programador de virus”.

Sin embargo, no todos eran fans, y menos aún el principal cruzado antivirus de Bulgaria. De hecho, el vengador oscuro y Vesselin Bontchev se convertirían en rivales hostiles. Y su animadversión impulsaría al programador de virus a crear productos cada vez más maliciosos, malware que suponía una amenaza real para la industria antivirus y para todos los usuarios de ordenadores personales del planeta.

Sarah Gordon no empezó su carrera como investigadora de virus, ni siquiera en la industria tecnológica. Creció en la extrema pobreza en el este de San Luis (Misuri), en una casa sin calefacción ni agua corriente. Abandonó los estudios a los 14 años y se escapó de casa. A los 17, obtuvo el título de bachillerato aprobando todos los exámenes que ofrecía la escuela, a pesar de no haber asistido a ninguna de las clases. Tuvo muchos trabajos: entre ellos, asesora de menores en situación de crisis. Cultivaba sus propios alimentos. Y le gustaba jugar con ordenadores. En 1990 compró su primer ordenador personal, un IBM PC/XT de segunda mano.

Mientras Gordon se familiarizaba con su ordenador de segunda mano, se dio cuenta de algo curioso: cada vez que accedía a los archivos de su unidad de disco en la marca de la media hora, una pequeña “bola” rebotaba por la pantalla. Sus archivos parecían estar bien, pero la bola de ping-pong resultaba irritante. Gordon no tenía ni idea de lo que estaba pasando, así que preguntó. Pero nadie más lo sabía. En 1990, pocos estadounidenses se habían topado con un virus informático.

Mientras Gordon intentaba averiguar qué había infectado su ordenador, se conectó a FidoNet, la red que conectaba los intercambios de virus. Los creadores de virus juraban mucho e intercambiaban malware como si fueran cromos de béisbol, pero se dio cuenta de que un usuario era tratado con reverencia: el vengador oscuro.

A Gordon le perseguía el programador de virus. Le resultaba familiar. Dada su experiencia en correccionales juveniles y jóvenes en crisis, reconocía la relación contestataria que los jóvenes con problemas suelen tener con la autoridad. Gordon sabía cómo atraer a estos jóvenes. Consiguió cartearse con otros programadores de virus que conoció en FidoNet. El vengador oscuro, sin embargo, no estaba interesado en hablar con ella.

Publicó en un tablón de anuncios que quería que un virus llevara su nombre. Unas semanas más tarde, su deseo se hizo realidad. El vengador oscuro subió un nuevo malware al tablón de anuncios. En el código fuente del virus, comentó: “Dedicamos este pequeño virus a Sara [sic] Gordon, que quería que un virus llevara su nombre”. Este virus se conocería como Dedicated (dedicado). Gordon se arrepentiría más tarde de haber hecho una petición tan frívola. Solicitarle a alguien que bautizara un virus con su nombre era una invitación para que el vengador oscuro creara un código destructivo que podría causar mucho daño. Había sido una irresponsabilidad.

Pero eso no era todo. El virus que codificó el vengador estaba dentro de otro malware que también había creado. Este programa era un “motor de virus polimórfico”, una herramienta para crear virus mutantes que amenazaban con derrotar a todo el software antivirus. Cuando los virus surgían del motor de mutación del vengador oscuro, su genoma alterado era irreconocible para los detectores existentes. Peor aún, se trataba de un programa comercial que cualquiera con un virus podía utilizar. Era pequeño, poco más de 2.000 bytes, y nadie necesitaba entender cómo funcionaba. Un principiante podía utilizarlo para crear malware indetectable y autorreproducible.

Gordon había pedido inocentemente una pistola de balines. Le dieron un arma nuclear.

Aunque Bontchev se pasaba los días y las noches luchando contra los virus, lo cierto es que los programadores de virus no le caían mal. Al fin y al cabo, algunos de ellos eran amigos suyos. Y entendía por qué lo hacían. Según Bontchev, “la primera y más importante [razón] de todas es la existencia de un enorme ejército de gente joven y extremadamente cualificada, magos de la informática, que no participan activamente en la vida económica”. Bontchev comprendió que estos jóvenes habían recibido una formación en alta tecnología, pero no tenían en qué emplearla. Bulgaria tenía pocas empresas de software y los sueldos eran muy bajos. Crear virus divertidos e ingeniosos era una válvula de escape para la creatividad. 

Ahora bien, la necesidad psicológica de crear no era la única razón de la fábrica de virus búlgara. Como la piratería informática estaba tan extendida en Bulgaria -según Bontchev “era, de hecho, una especie de política de Estado”-, las infecciones también lo estaban. Cuando todo el mundo copia programas en lugar de comprárselos al fabricante, los virus tienen una forma fácil de pasar de disco a disco, de ordenador a ordenador. Los fabricantes de software no podían hacer nada contra esta piratería porque Bulgaria no tenía leyes de derechos de autor. Bontchev comprendió el daño generalizado que estaban creando los virus. Consideraba que el nuevo pasatiempo nacional era irresponsable y juvenil. No justificaba esta actividad pero sí la podía comprender. Sin embargo, Bontchev no comprendía al Vengador Oscuro. Sus hazañas eran tan destructivas, tan malévolas, que su creador tenía que ser psicológicamente anormal. La antipatía era mutua. El programador de virus despreciaba a Bontchev y le llamaba “la comadreja”. En parte, la antipatía era lógica: eran enemigos naturales. ¿Cómo no iban a detestarse mutuamente? Pero la antipatía entre programadores de virus y antivirus no puede explicar totalmente el odio mutuo que se profesaban.

Es probable que el vengador oscuro se sintiera herido por las duras críticas de Bontchev a sus virus. En sus análisis de las creaciones del vengador oscuro en la revista Computer for You, Bontchev criticó duramente el código, calificándolo de chapucero y señalando errores. Mientras que el resto del sector consideraba al programador de virus una deidad viral, Bontchev lo presentaba como un aficionado. El vengador oscuro reaccionó al artículo de Bontchev. Mejoró su virus Eddie e insertó una nueva cadena en el código: “Copyright (C) 1989 por Vesselin Bontchev”. No solo intentó inculpar a Bontchev, sino también desbaratar su software antivirus. Cuando se ejecutaba, la nueva variante (más tarde conocida como Eddie.2000, por su longitud de 2.000 bytes) buscaba en los archivos el nombre de Bontchev, señal de que el ordenador estaba ejecutando su software antivirus, y congelaba el sistema.

Dark Avenger y Bontchev entablaron una relación de codependencia. Cada uno necesitaba al otro para alcanzar notoriedad, hasta el punto de que empezaron a circular rumores de que el vengador y Vesselin Bontchev eran la misma persona. Las malas lenguas afirmaban que el vengador era la identidad falsa de Bontchev; una identidad engañosa en Internet. Sin embargo, muchos de los que no creían los rumores pensaban que Bontchev era innecesariamente agresivo, burlándose públicamente del programador de virus y provocando que este arremetiera con mayor furia.

Dado que la programación de virus informáticos era un fenómeno relativamente nuevo, los científicos sociales no habían estudiado a los programadores de virus. Los artículos sensacionalistas de los medios de comunicación impulsaron un estereotipo. “El programador de virus ha sido presentado por algunos como un sociópata malo, malvado, depravado, maníaco, terrorista, tecnópata, genio enloquecido”, informó Sarah Gordon en 1994. Se propuso descubrir si este estereotipo era cierto.

Gordon se sorprendió cuando el vengador le dedicó su virus de demostración unido al motor de mutación. Contactó con él, pero recibió una respuesta desdeñosa, canalizada a través de un intermediario: “Deberías ver a un médico. Las mujeres normales no pasan el tiempo hablando de virus informáticos”.

Sin inmutarse, redactó laboriosamente un mensaje en búlgaro preguntando al programador de virus si respondería a algunas preguntas. Se lo pasó a un investigador de seguridad estadounidense que mantenía contacto regular con él. Respondió rápidamente. Pronto empezaron a comunicarse por Internet.

Gordon y el vengador se escribieron durante cinco meses. Ella nunca ha hecho públicos esos mensajes, salvo extractos que publicó en 1993 (con permiso del vengador). Estos fragmentos son reveladores. Muestran que el programador expresó remordimiento por su comportamiento y reflexionó sobre las consecuencias morales de sus actos. También muestran que era beligerante, resentido y propenso a culpar a sus víctimas. La mayoría de preguntas de Gordon intentan comprender qué motivaba al programador. ¿Por qué creaba virus destructivos? ¿Y por qué parecía no importarle el daño que estaba causando?

  • Sarah Gordon: Hace algún tiempo, en el eco del virus FidoNet, cuando le dijeron que uno de sus virus era responsable de la muerte de miles de personas, posiblemente, usted dio una respuesta obscena. Asumamos por el momento que esta acusación está en lo cierto. Dígame, si uno de sus virus fuera utilizado por otra persona para causar un trágico incidente, ¿cómo se sentiría realmente? 
  • Vengador oscuro: Lo siento. Nunca he querido causar trágicos accidentes. Nunca imaginé que estos virus pudieran llegar a causar ningún daño más allá del informático. Hice comentarios desagradables porque la gente que me escribió me dijo cosas muy desagradables. 

Gordon sabía que la notoriedad del programador dependía de que sus creaciones fueran muy contagiosas y destructivas. Su némesis, Bontchev, había sido contratado para combatir la epidemia de virus que él ayudó a iniciar. Alegar ignorancia no era creíble.

  • Sarah Gordon: ¿Quiere decir que no era consciente de que los virus podían tener consecuencias graves? ¿Acaso en su país los ordenadores no afectan a la vida y el sustento de las personas? 
  • Vengador Oscuro: No lo hacen, o al menos en aquella época no lo hacían. Los ordenadores no eran más que juguetes carísimos que nadie podía permitirse y que nadie sabía utilizar. 

El resentimiento de clase sale a relucir varias veces en los intercambios entre Gordon y el programador. También culpó a los usuarios de ordenadores de la piratería informática: “Los usuarios inocentes se verían mucho menos afectados si compraran todo el software que utilizan”.

El vengador oscuro admitió disfrutar de la fama y el poder. Le encantaba cuando sus virus se colaban en los programas occidentales. Era temido y su obra no podía ser ignorada. También consideraba sus virus como extensiones de su identidad, partes de él que podían escapar de la monótona Bulgaria y explorar el mundo: “Creo que la idea de hacer un programa que viajara por su cuenta y fuera a lugares a los que su creador nunca podría ir era lo más interesante para mí. El gobierno estadounidense puede impedirme ir a Estados Unidos, pero no puede detener mi virus”.

Los comentarios más contundentes del programador fueron para su principal enemigo, Bontchev: “La comadreja puede irse al infierno”. De hecho, insinuó que Bontchev era el culpable de la fábrica de virus búlgara: “Sus artículos eran un claro desafío para los programadores de virus, animándolos a hacer más. Además, eran una excelente guía [sobre] cómo programarlos para aquellos que querían hacerlo pero no sabían cómo”. Cuando el vengador leyó en Internet que Gordon se había prometido y se iba a casar, su intercambio de correspondencia se volvió desagradable. Perdieron el contacto poco después de que Gordon se casara. “Creo que puede haber sido una de las personas más amables que he conocido”, dijo Gordon 25 años después, “y una de las más peligrosas”.

La verdadera identidad del Vengador Oscuro sigue siendo un misterio en la actualidad. Que alguien, o algún grupo, pueda causar estragos a escala mundial y permanecer en el anonimato es sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que Bulgaria es un país pequeño con una comunidad de programadores de virus muy reducida. El misterio en torno al programador fue un presagio de lo que estaba por venir. Una nueva generación utilizó un velo de anonimato para actuar con total impunidad e inundar la emergente World Wide Web con nuevas especies de malware autorreproducible mucho más destructivo que cualquier creación del vengador oscuro. De hecho, las seguimos padeciendo hoy en día.

Este es un extracto editado de Fancy Bear Goes Phishing: The Dark History of the Information Age, en Five Extraordinary Hacks, publicado por Allen Lane el 23 de mayo.

Traducido por Emma Reverter

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