Sam Altman ha ganado. Vuelve a OpenAI tras la expulsión de la junta directiva que le despidió. Vuelve con más poder y tras haber demostrado que, en caso de no haber sido así, tenía un cheque en blanco de la segunda empresa más valiosa del mundo, Microsoft, para desarrollar lo que quisiera fichando a quien quisiera.
La victoria de Altman es tan rotunda que ha conseguido sacar del debate uno de los puntos más inquietantes de la historia: qué es lo que motivó a OpenAI a despedir de manera fulgurante a su joven y carismático CEO, parte de su equipo fundador y con inmejorables contactos profesionales y políticos.
“No ha sido sincero en sus comunicaciones”, alegaron los miembros del consejo que lo despidieron. Apenas han podido sobrevivir cinco días a esa decisión. No ha habido filtraciones de las supuestas mentiras de Altman. Los únicos hechos al respecto son una expulsión inmediata, por videoconferencia y anunciada sin siquiera esperar a que cerrara la bolsa, perjudicando gravemente las acciones de Microsoft, dueña del 49% de la empresa.
Altman pone fin a una semana de culebrón con su figura reforzada, al menos por la parte empresarial. El despido y regreso le ha valido comparaciones con Steve Jobs, pero no es un gurú tecnológico lo que OpenAI trae de vuelta. En esta etapa de su vida Altman no es un Steve Jobs ni un Mark Zuckerberg. Es un ejecutivo especializado en impulsar startups, algo que nadie ha hecho mejor que él este 2023, en el que ha conseguido que OpenAI pase a valer unos 90.000 millones de dólares.
Este es el camino que le ha traído hasta aquí y le ha convertido en el hombre de oro para las empresas de inteligencia artificial.
Millonario en un valle de milmillonarios
La primera parte de su biografía sí encaja con la de otros gurús tecnológicos. Fue un talento precoz para la programación y tuvo un breve paso por Stanford, la prestigiosa universidad de Silicon Valley, que abandonó para fundar su propia startup. Él asegura que aprendió más en las partidas de póker con sus compañeros que en las clases.
“Tenía creatividad y visión, combinadas con la ambición y la personalidad necesarias para convencer a los demás de que trabajaran con él para poner en práctica sus ideas”, explicaba una de sus profesoras a reporteros del New York Times.
Pero la startup de Altman no triunfó. Loopt fue pionera en detectar que las herramientas para compartir la ubicación del usuario serían importantes en las redes sociales y servicios digitales, pero lo que proponía iba demasiado lejos. Quería permitir que la gente viera la localización de sus amigos en tiempo real, enviar notificaciones automáticas cuando estuvieran cerca o guardar los locales que habían visitado para hacer recomendaciones. Facebook o Foursquare copiaron algunas de estas funciones, que también terminaron recortando en gran medida.
Altman terminó vendiendo la empresa en 2012 por 43 millones de dólares. Fue una operación discreta para los estándares de Silicon Valley. En aquellos meses Facebook compró Instagram por 1.000 millones, lo mismo que Google pagó por Waze o Amazon por Twitch, mientras que Microsoft llegó a los 8.500 millones de dólares por Skype y Facebook a los 19.000 millones por WhatsApp. Con 27 años Altman era millonario en un valle con muchos milmillonarios.
Tiene una habilidad natural para convencer a la gente
En su posición, los jóvenes emprendedores tecnológicos suelen tener dos opciones para seguir en la brecha: fundan nuevas startups con el dinero conseguido o bien se dedican a invertirlo en las de los demás. Pero Altman tenía un abanico de aptitudes diferente a otros ingenieros que le permitió tomar un camino intermedio, el que ha terminado convirtiéndolo en lo que es hoy.
“Tiene una habilidad natural para convencer a la gente”, explica Paul Graham, cofundador de Y Combinator, una de las más exitosas aceleradoras de startups del mundo. Graham le nombró director de la empresa poco después de la venta de Loopt. Hoy día se considera su mentor: “Conocí a Sam cuando tenía 19 años, y recuerdo que entonces pensé: así debía de ser Bill Gates”.
Bajo su tutela, Y Combinator aumentó de manera drástica el dinero que conseguía para financiar sus startups asociadas. Diseñó una vía de inversión más simple y amplió el número de empresas que trabajaban con ella. Por allí pasaron Airbnb, Reddit, Pinterest o Change.org.
Un laboratorio científico
Altman era uno de los jóvenes ejecutivos tecnológicos más populares cuando en 2015 la flor y nata de Silicon Valley puso en marcha una iniciativa para impedir que la inteligencia artificial destruya la humanidad. En vez de organizar un acto benéfico para recaudar dinero que donar a alguna causa benéfica, magnates como Elon Musk, Peter Thiel (primer inversor de Facebook), Jessica Livingston (cofundadora de Y Combinator) o Reid Hoffman (cofundador de LinkedIn) decidieron montar un laboratorio científico “sin ánimo de lucro” para impulsar la investigación de esta tecnología y su uso seguro.
Lo llamaron OpenAI, por su voluntad de compartir todo lo que descubrieran, utilizaron sus recursos y sus contactos en el valle para financiarlo. “Nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas. Se animará encarecidamente a los investigadores a publicar sus trabajos, ya sea en forma de artículos, entradas de blog o código, y nuestras patentes (si las hay) se compartirán con el mundo”, afirmaron en la carta de fundación.
Nuestro objetivo es crear valor para todos y no para los accionistas
Musk fue uno de los promotores originales de la idea y quien puso más dinero, por lo que pidió para él la dirección de la organización. No obstante, para demostrar que el propósito de esta no era empresarial, se decidió que el consejo de administración no lo formaran sus inversores sino académicos y personas expertas en inteligencia artificial. Independientes que velaran por el bien común.
OpenAI fue a por los mejores jóvenes disponibles, todos alrededor de los 30 años. Para la dirección científica fichó a Ilya Sutskever, que acababa de publicar un estudio de alto impacto sobre cómo las redes neuronales y el aprendizaje automático podrían revolucionar la IA. Para la dirección tecnológica el elegido fue Greg Brockman, un genio de la programación que estaba desarrollando algoritmos avanzados para la financiera Stripe.
La persona encargada de la dirección estratégica y de conseguir más dinero para el día a día del laboratorio estaba clara: Sam Altman. Su sueldo sería “el mínimo para cubrir el seguro médico”. “¿Por qué trabaja en algo que no le hará más rico? Una respuesta es que mucha gente lo hace cuando tiene suficiente dinero y Sam, probablemente, lo tiene. La otra es que le gusta el poder”, afirma Paul Graham.
El momento correcto
Musk terminaría abandonando OpenAI por discrepancias con el consejo e incompatibilidades con su puesto en Tesla, que invierte enormes sumas en busca de una IA que pueda conducir vehículos. Y junto a Musk se fue su inmensa fortuna, básica para el laboratorio.
Altman decidió salir de Y Combinator y centrarse en su puesto como CEO de OpenAI a tiempo completo. Para mejorar la capacidad de movimiento de la organización y su capacidad de generar ingresos decidió crear una empresa privada dependiente de la ONG, cuya misión era rentabilizar los descubrimientos de OpenAI. En teoría, solo para asegurar su financiación.
En la práctica el laboratorio empezó entonces a comportarse como una startup más, investigando y compartiendo sus hallazgos con el resto de la comunidad de IA lo mismo que otras empresas tradicionales (una práctica que grandes y pequeñas siguen utilizando cuando piensan que abrir sus innovaciones les terminará trayendo más réditos que ocultarlas).
¿Por qué trabaja en algo que no le hará más rico? Una respuesta es que mucha gente lo hace cuando tiene suficiente dinero, y Sam probablemente lo tiene. La otra es que le gusta el poder
En esas estaba OpenAI cuando un producto que ni siquiera incorporaba nueva tecnología cambiaría todo. ChatGPT vio la luz en noviembre de 2022 como una forma de interactuar de manera más sencilla con GPT-3, el modelo de lenguaje natural que OpenAI había lanzado en 2020. Aunque sus tripas eran muy similares, GPT-3 estaba pensado para redactar textos más largos mientras que ChatGPT se especializaba en dar respuestas más cortas y seguir conversaciones.
El resto es historia. La inteligencia artificial tomó el testigo de las criptomonedas como tecnología del futuro y objeto de deseo para los inversores. Microsoft, que ya había invertido 1.000 millones en OpenAI en 2019, decidió meter 10.000 millones más. Altman aprovechó la incertidumbre que genera la IA para hacer todo tipo de declaraciones sobre su potencial, incluidas algunas apocalípticas en las que la compara con la bomba nuclear, que no pocos expertos tachan de exageradas.
El ejecutivo de moda en Silicon Valley pasó a ser el ejecutivo de moda en el mundo. Reuniones con presidentes, giras mundiales, cumbres del más alto nivel. “Estaba en el sitio correcto en el momento correcto”, dice Javier Recuenco, CEO de Singularsolving y experto en Resolución de Problemas Complejos. “La IA lleva muchas décadas entre nosotros, pero él estaba ahí cuando ha habido la tecnología correcta y sobre todo cuando ha habido los datasets [bases de datos de las que aprende la IA] gigantescos correctos”.
“El problema es que rápidamente la gente se suele colocar en escenarios mesiánicos”, continúa. “Altman lo mejor que hace con mucha diferencia es levantar dinero. Es su talento real. Teniendo en cuenta que ahora mismo el modelo de negocio de OpenAI está basado en perder hasta la camisa, pues lo que requiere son asaltos constantes a los mercados de capital. Altman ya estaba preparando el asunto cuando ha ocurrido todo esto”.
El capital gana
El jueves 16 de noviembre, cuando el consejo directivo de OpenAI acordó que lo iba a despedir, Altman estaba en una cumbre internacional haciendo lo que le ha ocupado en el último año: hablar de los peligros de la IA y de lo necesario que es que un laboratorio como OpenAI tutele su desarrollo.
La decisión fue posible gracias a que la empresa OpenAI Limited Partnership seguía bajo el paraguas de la organización sin ánimo de lucro OpenAI Inc. En su consejo permanecían los tres independientes sin acciones en la compañía que debían velar por que el laboratorio trabajara por el bien común. Eran Helen Toner, directora del Centro de Seguridad y tecnologías emergentes de Georgetown; Adam D’Angelo, fundador y consejero delegado de Quora; y Tasha McCauley, ingeniera de la Rand Corporation.
Al otro lado de la mesa, los tres votos de la dirección ejecutiva: Altman, Brockman y Sutskever.
En un movimiento que aún nadie ha podido explicar, los tres independientes convencieron a Sutskever para echar a Altman y destituir a Brockman, que tras la salida de Musk era el presidente de la organización. La versión mayoritaria es que los independientes decidieron que Altman se había olvidado del propósito fundacional de OpenAI y se había desbocado en su ansia de conseguir dinero para el laboratorio.
El movimiento desencadena la tormenta y Sutskever no tarda demasiado en arrepentirse de todo. “Lamento profundamente mi participación en las acciones de la junta. Nunca fue mi intención perjudicar a OpenAI. Amo todo lo que hemos construido juntos y haré todo lo que pueda para reunir a la compañía”, tuiteó.
Cuando el 95% de los trabajadores de OpenAI, incluido Sutskever, amenazaron a la empresa con irse a Microsoft si el consejo no traía de vuelta a Altman y dimitía en pleno la suerte estaba echada. El mayor recurso de la industria tecnológica es el talento de sus trabajadores, especialmente los de más alto nivel. La decisión era aceptar o desaparecer.
“Me encanta OpenAI, y todo lo que he hecho en los últimos días ha sido para mantener unido a este equipo y su misión. Cuando decidí unirme a Microsoft el domingo por la tarde, estaba claro que era el mejor camino para mí y para el equipo. Con la nueva junta y el apoyo de Satya [Nadella, director ejecutivo de Microsoft], estoy deseando volver a OpenAI, y construir sobre nuestra sólida asociación con Microsoft”, ha declarado Altman este miércoles.
Un día después de su regreso, la agencia Reuters ha desvelado que varios trabajadores enviaron una carta al consejo de administración antes del despido de Altman para advertir de un supuesto descubrimiento que, según ellos, podría amenazar a la humanidad. Dos fuentes con conocimiento de la misiva cuentan a la agencia que esta fue un factor clave en el despido. Sin embargo, otros medios estadounidenses como The Verge han informado que esa comunicación no llegó al consejo y que no ha tenido nada que ver en los acontecimientos de esta semana.
Ante este final muchos usuarios han aventurado si no habrá sido todo una jugada de marketing. Otros ya bromean con la cuenta atrás del documental. Si lo hay, el protagonista podría no ser Altman sino Nadella, el ejecutivo que consiguió convertir un potencial desastre en una situación en la que su empresa solo podía ganar o ganar más. “Ha sido un movimiento brutal, fantástico. Él ha sido el auténtico ganador de toda esta historia”, coincide Recuenco.