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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Lo que Trump significa para la tecnología, la innovación y el estado de la vigilancia

Lo primero que ha hecho Donald Trump a la gran maquinaria tecnológica ha sido pinchar la burbuja del Big Data. Si no nos sirve para predecir los resultados electorales en un país como EEUU, ¿cómo podemos confiar en su capacidad para predecir revueltas civiles, ataques terroristas, pandemias y desastres naturales? Amazon, Google, Facebook: ninguno creyó que Hillary podía perder y se equivocaron. El precio de su error será muy alto, si se cumplen muchas de las promesas que Trump hizo cuando era candidato y nadie le tomó lo suficiente en serio para prepararse.

Adiós a la Neutralidad de la Red

¿Se debería permitir a los proveedores de servicios de Internet acelerar el acceso a los sitios web populares (que pagan tarifas más altas) a costa de ralentizar el acceso a las páginas menos populares (que pagan tarifas más bajas)?

Donald Trump: Sí.

En este tuit, Trump comparaba la Neutralidad de la Red “de Obama” con la Doctrina de imparcialidad, una política intervencionista de la Comisión Federal de Comunicaciones que imponía sobre las estaciones de radio la obligación de “exponer los problemas de interés público locales de una manera que, a juicio de la Comisión fuera, honesta, justa y equilibrada” en 1949. El presidente electo ha prometido cambiar a los responsables de la Comisión que apoyan la neutralidad de la ley y poner una moratoria en sus regulaciones, eliminando las más “intrusivas”.

En la guerra entre operadoras y servicios de contenidos (por ejemplo, entre Verizon y Netflix), Trump ha estado siempre con las operadoras. Además, quiere machacar a Amazon por competencia desleal.

Adiós a las fábricas baratas en China

Hace un mes en Iowa, Trump aseguró que obligaría a los gigantes tecnológicos a fabricar sus productos en EEUU, no en China, Japón, Taiwan o Brasil. Empezando por Apple, la empresa que constituye el 0,5% del producto interior bruto en EEUU.

En este aspecto Trump coincide más con el “radical” Bernie Sanders y el mismo Barack Obama que con sus colegas republicanos. El propio Obama ya le preguntó a Steve Jobs sobre por qué no traía su negocio a suelo norteamericano. Jobs le contestó que fabricar en China no era sólo más barato; también era más rápido, más flexible y con mejor mano de obra.

Ante la insistencia de Trump, la revista del MIT hizo un estudio de cuánto costaría el iPhone si el teléfono y todas sus parte se fabricaran en EEUU. Nuevo PVP: entre 809 y 849 dólares. Curiosamente, serían solo 100 euros más que el precio actual de un iPhone 6S Plus, un margen que probablemente se podría subsanar con ventajas fiscales y que llevaría puestos de trabajo al continente. Pero que no incluye el factor “flexibilidad” y “excelencia” que apuntaba Jobs.

La centralización de la producción en las nuevas fábricas norteamericanas provocaría que -al menos durante un tiempo y en el mejor de los mundos posibles- el producto saliera más tarde, perdiendo ventaja competitiva con respecto a Asia y Europa en un momento delicado. En el ínterim, el nuevo iPhone ya no sería un iPhone sino un Huawei o similar (parece imposible pero quién se acuerda de Nokia). Y los materiales originales - los metales y las “tierras raras” esenciales para fabricar los componentes- seguirían viniendo de otros países. En el mundo de la tecnología, el concepto “de la mina a la tienda” no tiene razón de ser.

Puertas traseras para todos los productos 'made in USA'

En la guerra de Silicon Valley contra el Estado de Vigilancia, Trump está con la vigilancia. Es más, Trump encontró tan inapropiada la resistencia de Apple a introducir puertas traseras en el iPhone 5C del terrorista Syed Rizwan Farook que llamó al boicot popular hasta que Apple “soltara la información”.

Es difícil saber si el nuevo presidente entiende que el FBI no quería “la clave” del teléfono sino una llave maestra capaz de entrar en ese teléfono y, de paso, en los de millones de usuarios del iPhone5 en el mundo. Esta saga se siguió con enorme interés en este diario.

Es difícil que un hombre que espía a sus propios clientes e invitados tenga un concepto heroico de la privacidad. El nuevo presidente considera que la insubordinación de Tim Cook es sencillamente inaceptable, y se intuye que pondrá todos sus recursos para someter a Silicon Valley a sus intereses, incluyendo la obligación de introducir vulnerabilidades en sus productos, facilitando el acceso indiscriminado a la intimidad del resto del mundo por parte de todas las cinco agencias de inteligencia norteamericanas. O de movimientos como Black Lives Matter. Porque ahora las agencias trabajan para Trump.

Adiós a los EEUU

Las empresas tecnológicas y a las productoras de contenidos estadounidenses, hoy líderes del mercado global, se preguntan: ¿Quién querrá comprar tecnología más cara, equipada con software espía, que llega tarde al mercado en un contexto que vulnera la neutralidad de la Red? Trump también tiene respuesta para eso: los norteamericanos.

El nuevo presidente ha prometido elevar los aranceles a los productos extranjeros hasta un 45%, haciendo que el producto local sea necesariamente el más atractivo, frente a los modelos más fardones procedentes de China y Japón. De momento, China ya le ha amenazando con cortar el grifo desde el otro lado, para ver cómo hace los coches y los teléfonos sin colaboración. Lamentablemente, el mundo de la tecnología de consumo es irrelevante comparado con el mundo de la tecnología militar.

“Voy a hacer a nuestro ejército tan grande, tan poderoso, tan fuerte, que nadie, absolutamente nadie, querrá enredar con nosotros”, decía en un vídeo de campaña. Muchos pensaron entonces que tener a Donald Trump al cargo del botón rojo era la crónica de un conflicto nuclear anunciado. Otros, como el padre del cifrado de clave pública Phil Zimmerman, creen que todo esto es irrelevante cuando puede usar todas estas herramientas para acabar con la democracia en EEUU.