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La contaminación en la capital de Mongolia es insoportable: ahora todos quieren volver al campo

El humo de las yurtas urbanas asfixia a Ulán Bator, la capital mongola

Lily Kuo / Munkhchimeg Davaasharav

Ulán Bator —

Hace más de una década, Darii Garam, de 76 años, se mudó a Ulán Bator con sus hijos para que estos pudieran ir a la escuela y encontrar trabajo más allá de la vida pastoril y del campo. Ahora, la contaminación que no deja de empeorar e irá a peor en invierno le está afectando. “Solo abriendo la puerta un segundo, tu casa se llena de humo. La ropa, todo, huele a eso”, explica moviéndose de un lado a otro de su ger, una espaciosa vivienda tradicional mongola, mientras hace té.

Darii vive a las afueras de Ulán Bator, en una zona conocida como el 'distrito ger' o 'distrito g' donde los migrantes rurales se han ido alojando en las dos últimas décadas. Aquí, gers y casas construidas de madera y otros materiales de desecho se dispersan por las colinas que custodian Ulán Bator. Cada invierno, hasta 220.000 hogares queman carbón para mantenerse calientes. Cuando las familias no tienen para carbón, queman neumáticos y otros desperdicios.

Cada invierno, llegan a los hospitales de miles de niños enfermos. La visibilidad es tan pésima que dos personas pueden estar caminando de la mano y no verse. La contaminación del aire, o el “humo” como lo llaman aquí, a menudo supera varias veces la de Pekín o Delhi.

“Quería más para mis hijos, pero el aire lo hace imposible”, dice Darii. “Nunca he visto una contaminación del aire como esta... la comida, la contaminación, todo es malo en la capital”. Los residentes procedentes de zonas rurales del país inundaron la capital en busca de una vida mejor. Ahora, a medida que la contaminación empeora, las autoridades y los residentes buscan maneras de atraer a la gente de vuelta al campo.

“Si no actuamos, ¿moriremos todos?”

A día de hoy, una ciudad concebida para ser el hogar de medio millón de personas, supera tres veces esa cifra, lo que supone a su vez casi la mitad de los tres millones de habitantes del país. Los duros inviernos han matado a millones de cabezas de ganado y esto ha forzado a los pastores rurales a desplazarse a la capital para trabajar.

En el año 2004, casi 70.000 personas se trasladaron de las zonas rurales a la ciudad, lo que equivale a la población de toda una provincia. Desde entonces, hasta 45.000 personas se han mudado a la capital cada año. La mayoría están en el 'distrito g', un área que según las autoridades representa el 80% de la contaminación del aire de toda la ciudad.

Debido a las presiones, el Gobierno decidió el año pasado prohibir la migración y lo acaba de extender hasta el año 2020.

Aún así, los niveles de contaminación siguen altos. Unas 15.000 personas marcharon en Ulán Bator el año pasado contra la contaminación. Esta manifestación fue una de las más multitudinarias de la historia reciente del país. En enero, las PM 2,5 (esto son las partículas en suspensión de menos de 2,5 micras) alcanzaron los 3.320 microgramos por metro cúbico, más de 133 veces el nivel que la OMS considera seguro.

“Si no hacemos algo, ¿moriremos todos quemando lo que nos dé la gana?, se pregunta Batbayasgalan Jantsan, teniente de alcalde de la ciudad a cargo del desarrollo verde. ”¿Cuáles son los derechos primarios de los seres humanos?“, se pregunta. ”El derecho a la vida. El derecho a un medio ambiente sano y seguro. El Estado está obligado a hacerlo. El Estado tiene que proteger a sus ciudadanos de la contaminación“.

Muchos creen que solo prohibir la migración no es suficiente para resolver el problema de la contaminación. El verdadero problema, aseguran expertos y vecinos, es la cruda división entre la ciudad y el campo. Erdeneburen Ravjikh, antiguo secretario de Estado del Ministerio de Construcción y Desarrollo Urbano de Mongolia, tiene la misión de revertir esta migración masiva y repoblar el campo.

“Quiero volver a casa”

Al crecer en la estepa del sur de Mongolia, Erdeneburen pensó en muchas ocasiones en cómo mejorar su ciudad natal, Gurvansaikhan. No había calefacción, solo estufas de metal. Para conseguir agua había que hacer caminatas de más de un kilómetro y los baños –que eran de madera fuera de la tienda– eran algo brutal durante el invierno cuando las temperaturas caían hasta los -40ºC. “Se me helaba el culo”.

La mayoría de las familias vivían en gers y se ganaban la vida criando cabras y vendiendo cachemir. Muchas de las personas con las que creció se han ido. También él ha pasado la mayor parte de su vida adulta lejos de su pueblo natal.

“Para luchar contra la contaminación del aire, tenemos que desarrollar las zonas rurales, que se pueda vivir en buenas condiciones para que la gente se quede”, dice. “La razón principal por la que la gente se muda a Ulán Bator es por la calidad de vida, es decir, tener calefacción, baños y suministro de agua”.

Después de cuatro años recaudando fondos, diseñando y construyendo, a lo que se parece Gurvansaikhan es a un barrio suburbano abandonado en medio del desierto de Gobi. Los caminos pavimentados atraviesan la ciudad, bordeados por lámparas que funcionan con energía solar. Los residentes comparten una planta de tratamiento de aguas residuales, un sistema de calefacción central y una planta de agua. Los planificadores urbanos incluso han mantenido vivos los árboles y los arbustos en el desierto.

Las autoridades a nivel nacional, provincial y municipal están trabajando en un programa para animar a los ciudadanos a migrar de la capital a las provincias. “La creación de empleo en el campo es importante. Eso es lo que quieren los ciudadanos porque dicen que les gustaría volver a casa, pero que para eso necesitan un trabajo”, asegura Batbayasgalan.

Convencer a la gente para que se mude llevará tiempo. Más de la mitad del PIB del país se genera en Ulán Bator. El año pasado, cuando el desempleo en la ciudad alcanzó el 8,7%, en las zonas rurales llegó al 10,7%.

Erdenechimeg Sanlig llegó a la capital desde el campo hace seis años con sus hijos, su hija iba a empezar la universidad. Una vez al año vuelve a casa y siempre tiene la sensación de que el campo no ha cambiado mucho.

“Tener animales es difícil”, explica desde una cama bien hecha dentro de su ger, una yurta tradicional mongola en las afueras de Ulán Bator. En un televisor resuenan las noticias locales. Junto a un microondas, una vitrina contiene una taza llena de cepillos de dientes y un rollo de papel higiénico. Al otro lado de la tienda hay una mesa rosa decorada con imágenes de las princesas Disney para que jueguen sus tres nietas. “En el campo nuestros hijos no encontraban trabajo, aquí es más fácil”.

Sin embargo, cada vez más vecinos de este barrio se están cansando de la vida en la capital. Muchos se quejan de la comida, de los atascos y de la contaminación. Antes de la prohibición, la migración a la capital ya había disminuido desde 2014. El año pasado, el número de personas que abandonaron la capital superó la cantidad de personas que se mudó por primera vez desde la década de los 90.

Zolzaya Amgalan de 32 años y su esposo Myanganbaatar Tsend de 41 han estado aquí durante los últimos tres años con su hijo y con su hija. Cuando su hijo tenía poco más de un año y se esforzaba por caminar, un médico le diagnosticó raquitismo y aconsejó a la familia que se fuera un año de descanso al campo.

“La diferencia estaba clara. En el campo, el aire, la comida y todo es bueno para los niños”, asegura Zolzaya. “Si hubiera más desarrollo en el campo, nos mudaríamos aquí seguro. Todo el mundo querría mudarse”, concluye.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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