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The Guardian en español

El legado de Angela Merkel: ¿Salvó o destruyó a Europa?

La canciller alemana, Angela Merkel

Jon Henley

5 de noviembre de 2018 20:10 h

La forma que tiene Angela Merkel de acercarse a un problema es “quedándose fuera”, escribió uno de sus biógrafos. En lugar de grandes ideas sobre “misiones históricas” o “visiones estratégicas”, lo que busca Merkel es “resolver los problemas del día a día de una manera que le garantice mantenerse en el poder”.

La canciller alemana (y mujer más poderosa del mundo, según la revista Forbes) ha logrado hacer eso durante 13 años en los que ha sido mesurada, prudente, metódica, pragmática, evasiva (a veces hasta el hartazgo) y siempre pareciendo controlar la situación.

Pero la semana pasada Merkel admitió su derrota, al verse debilitada por el derrumbe en las encuestas, la ineficaz y poco popular coalición de gobierno, los malos resultados en las elecciones de Baviera y los enfrentamientos cada vez más duros dentro de su alianza de centro-derecha.

No obstante, el digno (y realista) anuncio de su próxima marcha fue una demostración más del estilo Merkel. También la ordenada salida –en dos fases– que diseñó. El próximo mes pondrá fin a sus 18 años de liderazgo dentro de la Unión Cristiano-Demócrata (CDU, por sus siglas en alemán). Después, vendrá la renuncia a su cargo de canciller, que será en 2021, cuando termine su cuarto mandato.

Pero tal vez no salga como está planeado. Muchos creen que la canciller tendrá que abandonar el poder antes de 2021 si el elegido para liderar su partido es Friedrich Merz, conservador, crítico de Merkel y primero en las encuestas. No es el único contratiempo posible. Su gobierno también podría caer en 2019, ya que el Partido Socialdemócrata (SPD), socio de la CDU en la coalición de gobierno nacional, está perdiendo apoyos para las próximas elecciones regionales.

Pero tanto si Merkel completa o no su último mandato, lo que está ahora mismo en juego es la definición de su legado. Para sus defensores, la canciller es una persona imperturbable y poco dogmática, con sangre fría para construir consensos y dar estabilidad a su país y la Unión Europea ante las crisis.

Sus simpatizantes la ven como una política eminentemente decente que ha luchado por los valores democráticos. Caracterizada por el civismo y la sensatez, en su personalidad está todo lo que falta en el populismo de la Casa Blanca actual y en los mandatarios que, desde países como Italia y Hungría, están atacando la unidad de Europa.

Para sus críticos, Merkel es una persona indecisa, inescrutable y rehén de la opinión pública cuando se trata de tomar decisiones de relevancia política. La describen como capaz de ejecutar tácticas, pero no de definir estrategias. También la ven sin una auténtica visión de futuro y poco dispuesta –o incapaz– a desafiar a las viejas ortodoxias alemanas y cambiar la atmósfera política.

Pero tal vez lo peor que dicen de ella es que su estilo de liderazgo analítico, racional, no partidista y, en última instancia, tecnocrático, aceleró el derrumbe de los partidos de centro europeos y allanó el camino a los populistas.

Para una de sus partidarias, Constanze Stelzenmüller, de la Brookings Institution, “los políticos tienen que ser eficaces y creíbles, y Merkel ha sido ambas cosas”: “Construyó relaciones de confianza, incluso con Alexis Tsipras”.

Merkel fue la que se resistió a echar a Grecia del euro cuando, en el peor momento de la crisis de la Eurozona, lo pedía la mayor parte de los países del norte de Europa. Según Stelzenmüller, la canciller lo veía como “una traición al proyecto europeo”. “Se gana la confianza de la gente porque tiene los valores claros”, explica.

La claridad de esos valores, dicen sus simpatizantes, se ve en la determinación con que impuso sanciones a Rusia tras la anexión de Crimea, en su decisión de acoger a más de un millón de migrantes en Alemania en 2015, y en su respuesta a la victoria electoral de Donald Trump: le ofreció una cooperación “basada en los valores de la democracia, la libertad, el respeto por la ley y la dignidad de todos los seres humanos”.

¿Y ese estilo detallista, de liderar desde atrás y no permitir que la apremien? “Es exactamente lo que se necesita para dirigir una gran potencia en el centro de Europa”, insiste Stelzenmüller. “Tienes que buscar los apoyos, no se puede simplemente 'decidir y hacer'. Imagínate si lo intentaras”.

No todos lo ven así. Según Hans Kundnani, investigador senior del centro de estudios británico Chatham House, “mucho de lo que creemos saber sobre Merkel es una especulación”: “Lo extraordinario es que tras 13 años en la cancillería aún no sabemos quién es”.

Está claro que hay algo en la personalidad de Merkel que resuena en muchos alemanes, con razones históricas de sobra para rechazar excesos en el apasionamiento político. Como dijo un diplomático, “las medidas políticas nunca fueron el objetivo de Merkel, lo que los alemanes sabían de su carácter era más importante que lo que no sabían de sus ideas”.

Para Jan-Werner Müller, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Princeton, muchos alemanes ven a Merkel como “una empleada pública eminentemente fiable y altamente analítica, y no como una política que haya planteado una visión para el país de forma sistemática”.

Sus frecuentes giros de 180 grados (como el de la energía nuclear tras el desastre de Fukushima), “solo podrían haber sido ejecutados por una persona percibida como una empleada pública con la máxima responsabilidad, que elegía el curso de acción aparentemente más razonable, más allá de los compromisos partidarios”, argumenta Müller en un artículo publicado por la revista Foreign Policy.

Pero este estilo de hacer política como una administradora no solo ha quedado fuera de lugar en la era populista, dice Kundnani, sino que ha contribuido en hacerla nacer. En su opinión, el partido radical de extrema derecha Alternative für Deutschland (AfD) surgió como una “respuesta directa a la declaración de Merkel de que 'no había ninguna alternativa' en relación con el rescate a Grecia”. Lo que el AfD dijo, según Kundnani, es que sí había alternativas.

El duro enfoque de Merkel con las políticas de austeridad le hizo ganar popularidad en Alemania, pero casi con toda seguridad contribuyó al crecimiento de los movimientos populistas en el sur de Europa. Su política de abrir las fronteras en 2015 dio fuerzas al partido anti inmigración y se basó, según Kundnani, en una mala interpretación de la caridad y la opinión pública alemana.

Kundnani ve en Merkel a una operadora cínica, “maquiavélica” en su capacidad de marginar despiadadamente a los rivales políticos y que, casi siempre, toma la decisión que cree que será más atractiva para los votantes. Su declaración sobre Trump también se puede ver desde esa perspectiva, según Kundnani: “En Alemania puedes sumar puntos por enfrentarte a un presidente de los Estados Unidos”.

Sus críticos dicen que los historiadores del futuro no le perdonarán que, durante todos los años en que fue la líder de facto de Europa, no construyera una verdadera arquitectura para la integración del continente. O que en los últimos tiempos no se uniera al presidente de Francia, Emmanuel Macron, para tomar las audaces medidas que hacen falta para asegurar el futuro institucional del euro.

Los defensores de Merkel señalan las limitaciones con que deben trabajar los cancilleres alemanes. Su poder es mucho menor que el del presidente de Francia o el de Estados Unidos, debido a la estructura política del país y a su poderoso tribunal constitucional. “Ella no es inescrutable, solo hay que conocerla”, dice Stelzenmüller. “Tampoco es responsable del crecimiento del populismo; ella ha sido un bastión contra eso.”

Pero también podría ser que su estilo político hizo que los votantes se sintieran privados de una verdadera opción democrática y fomentara la fragmentación continua de la política europea. “Todavía no sabemos”, dice Kundnani, “si Merkel pasará a la historia como la mujer que destruyó Europa o la que la salvó”.

Traducido por Francisco de Zárate

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