Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El Trump más cruel: separa a los niños inmigrantes de sus padres

“Déjeme a la niña, tiene que ir a la ducha”. Una ducha que dura diez minutos, veinte, media hora... Y los padres ya inquietos le preguntan al guarda y entonces aparece la verdad. La niña no va a volver, la niña va a otro centro de detención, no saben cuál. Y la niña llora desconsolada al llegar, le dan juguetes pero no sirve, no para de sollozar. Poco más se puede hacer porque las normas de ese centro no dejan que las cuidadoras la cojan en brazos, que la toquen siquiera.

Este relato de terror es la realidad. Es la historia de al menos 2.000 menores que han sido separados de sus padres en solo seis semanas. 2.000 niños que cruzaron ilegalmente la frontera sur de EEUU y que han sufrido una calculada venganza por parte de Trump.

Ningún gobierno se había atrevido antes a hacerlo, pero a alguien se le ha ocurrido un plan brillante para aterrorizar a las familias que cruzan la frontera. La entrada ilegal en el país es una simple falta administrativa, pero ahora el Gobierno de Trump ha decidido procesar penalmente todos los que lo hagan.

¿Qué significa esto? Que los manda a prisión a la espera de juicio y por tanto, aquí está la clave, sus hijos pasan a ser “menores no acompañados” que han de ir a un centro de internamiento. Una estrategia legalmente factible para lograr el objetivo último: que la amenaza de quitarles a sus hijos les quite las ganas de emigrar a EEUU.

En esto consiste la llamada “política de tolerancia cero” con la inmigración que Trump ha puesto en marcha. Y tiene otros efectos ventajosos para los racistas de la Casa Blanca: ahora, cuando esos padres desesperados llegan ante el juez de inmigración, alguien les explica amablemente que si piden asilo en EEUU comienzan un proceso judicial que pasarán separados de sus hijos, algunos tan pequeños que acaban de cumplir el año y medio.

Así, esos padres tienen un aliciente para declararse culpables, acabar con el proceso y aceptar una deportación rápida que les permita reclamar a sus hijos y reunirse con ellos más rápido.

Víctimas de un cálculo político

Mientras su ministro de Justicia va por ahí presumiendo del éxito de la “tolerancia cero”, Trump dice que le repugna la separación de las familias. Aunque se trata de una decisión unilateral de su gobierno, culpa a los demócratas de no cambiar la ley y de paso anuncia que vetará cualquier reforma legal que no financie la construcción de su muro en la frontera con México. Pero esta vez, puede que Trump haya medido mal sus fuerzas.

Mientras los periódicos y las televisiones se llenan de historias horribles de hijos apartados de sus padres, a Trump le caen golpes de todos sitios, incluso de algunos que no esperaba. La misma derecha religiosa que le ha perdonado todo, hasta sus aventuras extramatrimoniales con estrellas del porno, esta vez se está poniendo seria. Y no son solo sus siempre fieles evangélicos. La Iglesia católica ha llegado incluso a pedir la desobediencia civil en este asunto.

Por supuesto, Trump tiene sus defensores, como los que señalan que estos campos de concentración para niños tienen lujos como televisiones e instalaciones deportivas. Pero cualquiera de estas historias que tratan de racionalizar la separación entre padres e hijos suena hueca al lado de otras que cuentan la realidad de dentro de esas cárceles de niños: se permiten dos llamadas telefónicas a la familia a la semana, de menos de diez minutos eso sí. Y a los chavales a los que se ha separado de sus padres tampoco se les deja estar con sus hermanos. Pueden verse una vez a la semana pero, en algunos casos, está prohibido que se abracen.

Problemas de futuro

Trump también tiene que atender a las consecuencias prácticas de esta decisión: no tiene dónde meter a tanto niño separado de sus padres. Ahora algunos están retenidos contra su voluntad en antiguos hipermercados, pero ya se están habilitando bases militares y hasta tiendas de campaña en el desierto. Pero esas cuestiones se arreglan con dinero. El verdadero problema de futuro tiene que ver con esos pobres niños.

La Academia Americana de Pediatría ya ha advertido a Trump que, para los niños, este tipo de separación traumática de los padres puede tener graves efectos en su salud. Incluso si esa separación es breve, los efectos puede que les duren toda la vida. Enfermedades mentales y de corazón, predisposición a las adicciones, retraso en la maduración... el precio de una mala decisión política contra los más vulnerables.

“Déjeme a la niña, tiene que ir a la ducha”. Una ducha que dura diez minutos, veinte, media hora... Y los padres ya inquietos le preguntan al guarda y entonces aparece la verdad. La niña no va a volver, la niña va a otro centro de detención, no saben cuál. Y la niña llora desconsolada al llegar, le dan juguetes pero no sirve, no para de sollozar. Poco más se puede hacer porque las normas de ese centro no dejan que las cuidadoras la cojan en brazos, que la toquen siquiera.

Este relato de terror es la realidad. Es la historia de al menos 2.000 menores que han sido separados de sus padres en solo seis semanas. 2.000 niños que cruzaron ilegalmente la frontera sur de EEUU y que han sufrido una calculada venganza por parte de Trump.