Sería una lástima que las multitudinarias manifestaciones y la preciosa jornada del pasado 8 de marzo no sirvieran para hacer llegar al conjunto de la población todos los mensajes que esta innovadora huelga intentaba comunicar con sus tres facetas: de trabajo, cuidados y compras. En ese sentido, las declaraciones de mujeres de la política como Ada Colau o Irene Montero han dejado un poco que desear, ya que se han centrado en denunciar la brecha salarial, la violencia de género y la desigualdad en el trabajo doméstico, pero (al menos hasta donde yo he llegado a escuchar) no han explicado toda la crítica al sistema económico que había detrás de la huelga.
Esta crítica es lo que hace que no estuvieran demasiado descaminados quienes decían que la huelga era anticapitalista, y sus motivos se explican muy bien, por ejemplo, con una imagen que Yayo Herrero utiliza. Ella explica que lo que llamamos economía oficial (la considerada por el gobierno a la hora de hacer política y la que se mide con el PIB) no es más que la punta visible de un iceberg. Bajo la superficie se esconde una enorme base no remunerada ni tenida en cuenta: son los trabajos de cuidados realizados dentro de los hogares y las aportaciones de la naturaleza. Es esta base de cuidados y naturaleza la que sostiene la sociedad, permite la reproducción de la vida y hace posible todo eso que llamamos economía. Por ello, el feminismo reivindica que el principal objetivo de la economía no debe ser hacer crecer esa cima de la producción económica y el capital, sino cuidar la base de las personas y la naturaleza que son el sostén de la sociedad y la vida humana.
En estos momentos, me parece extraordinariamente importante que esta perspectiva crítica de la economía feminista se difunda, especialmente en nuestro país. Porque, si bien es cierto que no somos el país del mundo donde la brecha salarial o la violencia machista son mayores (desgraciadamente muchos otros nos superan en este triste ranking), sí estamos inmersos en una profunda crisis que ha hecho que toda la base que sostiene la sociedad esté sometida a un estrés tremendo y a punto de quebrarse.
Aunque, según los discursos del gobierno, la economía oficial haya salido de la crisis, la sociedad española no es capaz de sostener la vida y esto se pone de manifiesto, por ejemplo, en una bajísima tasa de natalidad. Las familias españolas se encuentran en estos momentos completamente sobrecargadas y soportando sobre sus espaldas un peso inmenso: el de las hermanas, nietas y yernos en paro a los que hay que ayudar, el de los hijos que no consiguen emanciparse, el de la precariedad del empleo, las horas extra no remuneradas y los horarios imposibles de conciliar…. Peso que sobrecarga especialmente a las mujeres (aunque no únicamente) y que se suma a los recortes en la sanidad, la educación, las pensiones y las políticas sociales.
España tiene, en estos momentos, un problema enorme de sostenibilidad social. Ha conseguido “salir” de la crisis a base de sobrexplotar su base social: a base de sacrificar el tiempo de familias y mujeres y hacer más difíciles todavía los trabajos de cuidados. En los últimos años, la política española ha actuado con una enorme violencia al repartir los daños de la crisis sobre las clases medias y bajas sin exigir el más mínimo sacrificio a grandes empresas y capitales. Esta es una actitud que entronca con el patriarcado por esa tendencia a considerar que la vida de algunas personas es menos importante y, por tanto, es legítimo sacrificar su tiempo y su trabajo en aras de los intereses de las elites.
En los últimos años la sociedad española está orientándose peligrosamente hacia el autoritarismo, la injusticia, la violencia y el desprecio hacia el débil. El éxito de la jornada del 8M -que sobrepasó las expectativas más optimistas y consiguió conectar de una forma asombrosa con las generaciones más jóvenes- quizá sea también una reacción ante esta alarmante orientación. Quizá la oleada de color, alegría y sororidad que recorrió nuestras calles sea un “¡Basta ya!” a este aumento de la violencia y un tirón de orejas a una política económica que, sistemáticamente, sacrifica la vida de las personas en aras del dinero y el poder.
Cada vez es más evidente que necesitamos avanzar hacia una economía que, como dicen Herrero, Shiva y tantas otras ecofeministas de todo el planeta, ponga la vida y a las personas en el centro. La actual tendencia de sobrexplotar la naturaleza y a las personas para intentar salvar el crecimiento del capital sabemos bien que sólo puede conducir al colapso ecológico y social. Esperemos que las movilizaciones del 8M puedan convertirse en un primer paso hacia la difusión generalizada de esta conciencia.