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Sobre este blog

En este blog se agrupan intelectuales, académic@s, científic@s, polític@s y activistas de base, que están convencid@s de que la crisis de régimen que vivimos no podrá superarse si al mismo tiempo no se supera la crisis ecológica.

Queremos que la sociedad, y especialmente los partidos de izquierda y los nuevos proyectos que hoy se están presentando en nuestro país, asuman alternativas socioeconómicas que armonicen el bienestar de la población con los límites ecológicos del crecimiento.

Coordinan este blog José Luis Fdez. Casadevante Kois, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, María Eugenia Rodríguez Palop, Samuel Martín Sosa, Angel Calle, Nuria del Viso y Mariola Olcina, miembros del grupo impulsor del manifiesto Última Llamada.

Barry Commoner, ALIENTE y las ilusiones renovables

Placa fotovoltaica Valdecaballeros. (Archivo)
18 de diciembre de 2021 06:02 h

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Barry Commoner (1917-2012) es uno de los héroes del movimiento ecologista, uno de los grandes maestros y pioneros. Particularmente para las izquierdas que piensan en términos de ecosocialismo. Y para mí en particular: tuve la fortuna de conocerle personalmente cuando le invitamos a un curso de verano de la UCM en El Escorial, en 2004. Y lo celebré entonces de esta manera: “Para alguien vinculado a la ecología y la acción social, conocer personalmente a Barry Commoner sería el equivalente de un encuentro con Pelé para el aficionado al fútbol, o un rato a solas con los Rolling Stones para el viejo rockero. Así que no necesito subrayar la emoción que siento cuando aparece, en el vestíbulo del hotel Victoria Palace de San Lorenzo del Escorial, el octogenario biólogo estadounidense a quien ISTAS (Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud) y CIMA (Científicos por el Medio Ambiente) hemos invitado al curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid ‘Ciencia, tecnología y sustentabilidad’ (26 al 30 de julio de 2004)…”

Hace unos años traté de sintetizar la enorme parte positiva de su legado en un artículo entusiasta, “Barry Commoner y la oportunidad perdida”. Y hay no obstante un asunto importante donde Commoner en mi opinión erró: un yerro teórico que sigue hoy pesando gravemente sobre los movimientos ecologistas, diría yo. Por eso vale la pena tratar de entender lo sucedido.

El maestro estadounidense vio y analizó con claridad lo que luego se ha teorizado de forma rigurosa como fractura metabólica, la rotura de los ciclos que desencaja a los sistemas humanos con respecto a los sistemas naturales (The Closing Circle, 1971). Y vio y analizó con claridad la problemática de los combustibles fósiles que han proporcionado cimientos energéticos insostenibles a las sociedades industriales, y que deberían ser trascendidos hacia un aprovechamiento de la máxima fuente renovable de energía: el Sol cuya luz baña la biosfera terrestre y sustenta la vida (The Poverty of Power, 1976). “La energía solar es el medio para poner fin a la crisis energética y para iniciar una nueva era”, escribía en 1978 en su libro Energías alternativas.

¿Dónde está el error, entonces? Si releemos sus textos sobre energía de los años 1970 (escritos al calor de las controversias que desató el shock del petróleo de los años 1973-74), vemos que el ecólogo y ecologista nacido en Brooklyn capta bien la termodinámica de la energía, pero por desgracia es ciego a la termodinámica de la materia, de los materiales. Pasa de largo frente a la problemática que Nicholas Georgescu-Roegen había puesto sobre la mesa cuando publica en 1971 su obra magna The Entropy Law and the Economic Process, con esta apreciación crucial: “No es el flujo finito de energía solar lo que pone un límite al tiempo durante el cual puede sobrevivir la especie humana. Por el contrario, es el exiguo stock de los recursos terrestres lo que constituye la escasez crucial”.

Commoner conocía (siquiera superficialmente) el trabajo de Georgescu-Roegen: lo cita una vez, de pasada, en The Poverty of Power. Pero no comprendió la trascendental importancia de la obra del economista rumano, quien desvela el carácter entrópico de las economías industriales (me he extendido sobre ello en mi artículo “1971-1972-1973. La fallida ‘revolución vernadskiana’ (y bioeconómica) y nuestro ingreso en el delirio epistemológico”, Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global 155, 2021). Un enfoque que ha sido después desarrollado en nuestro país desde finales de los años 1980, de manera rigurosa y creativa, por la investigación de Antonio Valero y Alicia Valero (con el acompañamiento de José Manuel Naredo) sobre la riqueza mineral de la corteza terrestre (cuantificada en términos de exergía) y la forma en que estamos agotándola. La línea de trabajo Georgescu-Roegen/ Valero/ Valero nos permite comprender los límites con que topa la expansión de nuestro aprovechamiento solar (y eólico: el viento también es luz solar modificada), aunque a efectos prácticos ese bien –el más básico de todos– que es la luz solar sea infinito para los seres humanos.

Y así Barry Commoner ejemplifica, pionero también en eso, las ilusiones renovables que vienen alimentando buena parte del ecologismo desde los años 1970: una energía solar básicamente sin impactos ambientales que podría “escalarse” (desplegarse) hasta proporcionar toda la energía que nos han venido dando los combustibles fósiles y más todavía. A diferencia de los combustibles fósiles, piensa el fundador del Center for the Biology of Natural Systems, la energía solar “no se halla sometida a la ley de los rendimientos decrecientes”. Claro, la luz solar no, pero los artefactos para captar esa energía, concentrarla, almacenarla, distribuirla y usarla sí que lo están. Como solía decir Georgescu-Roegen, matter matters too.

Desde esas ilusiones renovables se entiende la desconfianza hacia una plataforma como ALIENTE en España, evidenciada por buena parte del ecologismo hispano “clásico” antes de la importante manifestación del 16 de octubre de 2021 en Madrid; o que se pueda sostener, de forma miope, que las macroinstalaciones eólicas y fotovoltaicas pueden ser buenas para la biodiversidad (en estudios presentados el 19 de octubre de 2021 en el VIII Foro Solar, organizado por la Unión Española Fotovoltaica). En el predio donde se instalan los aparatos, puede ser; pero en cuanto consideremos el arreón extractivista que destruye masivamente territorio y seres vivos en los lugares, lejanos a menudo, de donde proceden esos materiales (madera de balsa tropical para palas eólicas, por ejemplo), el panorama cambia por completo.

Hay una línea nítida que une las ilusiones renovables de Commoner con (por ejemplo, tres decenios después) el informe Renovables 100% que Greenpeace había encargado al Instituto de Investigaciones Tecnológicas de la Univ. Pontificia de Comillas y se publicó en abril de 2007: un texto lastrado por un considerable optimismo tecnológico y una considerable ceguera termodinámica acerca de los materiales. Pero hoy ya no podemos seguir alimentando esa clase de ilusiones. Ya sé que eso nos sitúa en una posición muy difícil: ¿cómo ilusionar a una mayoría social para caminar con decisión por una senda decrecentista de empobrecimiento energético, en los países sobredesarrollados como el nuestro? Pero ninguna política viable, más allá del corto plazo, puede basarse en el engaño ni en el autoengaño.

En suma, y recapitulando: Barry Commoner se da cuenta del problema del agotamiento termodinámico de los combustibles fósiles (en términos de rendimientos decrecientes), pero no percibe cómo la segunda ley de la termodinámica se aplica también a los materiales de la corteza terrestre, con las enormes implicaciones que ello supone para nuestros aprovechamientos posibles de la energía solar. El autor de En paz con el planeta proporciona un buen ejemplo de cómo los movimientos ecologistas no prestaron suficiente atención al valiosísimo trabajo de Nicholas Georgescu-Roegen en los años 1970, lo cual de modo típico se tradujo en una peligrosa incomprensión del carácter entrópico de las economías industriales y en cierto optimismo tecnológico (a la hora de valorar los dispositivos de alta tecnología para aprovechar las fuentes renovables de energía, por ejemplo). Por eso, entre otras razones, en el otoño de 2021 organizamos una serie de cuatro jornadas en cuatro diferentes sedes donde se analizó, evaluó y difundió el legado del gran economista rumano afincado en EEUU.

Nos toca seguir ensalzando los numerosos logros teóricos del maestro Barry Commoner, así como su ejemplar práctica de luchas ecosocialistas –pero no podemos seguir compartiendo el error teórico sobre la termodinámica de materiales, que tiene consecuencias nefastas. El lema de ALIENTE “renovables sí, pero no así” está bien fundado. Asumir la realidad quiere decir asumir nuestra finitud; y ciertamente “aprender a morir en el Antropoceno” ni es fácil ni sirve para ganar elecciones. Pero creo que es el único camino que podría llevar hacia una humanidad libre en un planeta habitable.

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