- Un artículo científico de este verano afirma que la probabilidad de no incrementar en 2ºC en 2100 la temperatura del planeta respecto al periodo preindustrial (los objetivos de París de cambio climático) es de solo un 5%.
Un artículo científico aparecido este verano afirma que la probabilidad de no incrementar en 2ºC en 2100 la temperatura del planeta respecto al periodo preindustrial (cumplir con los objetivos de París de cambio climático de 2015) es de solo un 5%. Es un argumento más que desmonta el último (y efímero) triunfo dialéctico del capitalismo: haber convencido a unas cuantas esferas de la sociedad, algunos grupos ecologistas incluidos, de que se puede crecer sin contaminar.
Esta afirmación parte de una foto fija de corto recorrido mostrada en la figura 1. En ella, se observa cómo las emisiones de CO2 se han estancado desde 2014. Esto, mientras el PIB mundial creció a un ritmo del 2,6% en el periodo 2012-20161. Sería por fin la materialización del tan teorizado desacoplamiento entre crecimiento e impactos reivindicado como posible por las voces más tecno-optimistas.
Figura 1: Emisiones de CO2 por el uso de combustibles fósiles y de la producción de cemento. Fuente: Trends in Global CO2 Emissions.
Esta imagen tiene un efecto tranquilizador muy preocupante. En primer lugar, puede desviar el foco de aquello que deberíamos mirar: lo que realmente importa, a la hora de la verdad, es la concentración de CO2 en la atmósfera mostrada en la figura 2, que no ha parado de aumentar.
Figura 2: Concentración de CO2 en la atmósfera. Fuente: CO2 Earth.
En segundo lugar, se da por sentado que esta estabilización es el pico definitivo de las emisiones, que por fin se ha conseguido lo más difícil, y que a partir de ahora la caída vendrá prácticamente sola. Pero el recorrido de la figura 1 es tan pequeño, que cualquier voz sensata habría reclamado más tiempo para comprobar si estamos frente a una fluctuación coyuntural o frente a un cambio de tendencia antes de lanzar las campanas al vuelo. De hecho, el PIB mundial solo ha crecido entre 2012 y 2016 si se corrige con la inflación, lo que indica que, como poco, el desacoplamiento es dudoso.
Un dato que alimenta la idea de que estamos comenzando a bajar el tobogán es que mientras que la reducción en la intensidad de carbono de la economía global (las emisiones de CO2 por unidad de PIB con la inflación corregida) fue solo de 1,3% en el período 2000-2014, en 2015 fue de 2,8%. Es decir, para producir la misma cantidad de “riqueza” (dólares) se emite ahora menos CO2 que antes. Sin embargo, es preciso colocar esta mejora en contexto para poder evaluar la viabilidad real de desvincular de manera significativa las emisiones del crecimiento. Según Price Water Coopers, si queremos cumplir con los objetivos de París, el ritmo de bajada de la intensidad de carbono necesita alcanzar el 6,5% anual (un ritmo sin precedentes en la historia). Y eso es en un mundo profundamente injusto y desigual, porque las reducciones en la intensidad de carbono necesarias en un mundo en el que haya igualdad distributiva en el acceso a los recursos (los países empobrecidos se sitúen al nivel de la media europea en 2050 y los enriquecidos sigan creciendo a un ritmo moderado del 2%) serían mucho mayores: La intensidad de carbono per cápita mundial no debería ser mayor de 6 gramos de carbono por cada dólar generado ese año. Los niveles hace apenas unos años eran de 768 gramos de CO2 por cada dólar2, con lo cual en realidad necesitaríamos reducciones del 11% anual, lo que nos da idea de que quizás se esté cantando victoria de forma prematura.
En tercer lugar, hay varios elementos ocultos en la figura 1 que conviene señalar. A saber:
No está todo el CO2. La gráfica se refiere al CO2 procedente del uso de combustibles fósiles y de la producción de cemento, que en efecto es el grueso de las emisiones de CO2. Sin embargo, no están las derivadas de los cambios de uso del suelo. Ni tampoco están las de la aviación y el comercio marítimo internacional, que juntas representan un importante porcentaje (del orden del 4-9%) del que nadie se hace cargo, como si no existieran. El transporte internacional podría llegar a ser responsable del 39% de las emisiones totales mundiales en 2050 si siguen sin regularse, de acuerdo a un estudio publicado por el Parlamento Europeo. También faltan las derivadas de las operaciones militares, que son cuantiosas.
China y el carbón. Si China no hubiera experimentado una acusada reducción en el uso del carbón a partir de 2014, probablemente no se hubiera producido la foto global de la figura 1, ya que la bajada porcentual de emisiones de otros actores globales como EEUU o la UE ha sido muchísimo más modesta (ver figura 3). Las emisiones de China crecieron a un ritmo de un 6,7% anual durante la década anterior a 2014, en que el consumo del carbón aumentó vertiginosamente. A partir de ese año, el consumo se estabilizó y las emisiones crecieron mucho menos, subieron las renovables (principalmente la hidráulica) y aumentó porcentualmente el uso del petróleo y también del gas natural, que pasó de proporcionar el 13% de la energía primaria al 24%. Pero la razón principal para este menor uso del carbón es simplemente que se dejó de consumir energía al ritmo que se venía haciendo, ya que el rampante crecimiento económico que China experimentó en la década de los 2000 (a razón de más del 10% anual) se debilitó (7,3% en 2014, 6,7% en 2016). Lo cual implicó menos construcción de infraestructuras, menos producción de acero y cemento, y menos necesidad de quemar carbón para producirlo. Tres cuartas partes de la bajada en el uso del carbón se han debido al cese parcial en la construcción. Pero las plantas de carbón siguen ahí, solo que ahora funcionan a una menor capacidad. Ya no se construyen 2-3 centrales térmicas a la semana como en la década de los 2000, pero tampoco se desmantelan. Y de hecho hay más de 200 nuevas plantas que podrían ser autorizadas, con lo cual la idea de un cambio de tendencia en el modelo energético puede que no encuentre un respaldo sólido. Por último, hay que apuntar a la falta de fiabilidad de las estadísticas chinas, que siempre generan suspicacias e incertidumbres.
Figura 3: Cambio en las emisiones de CO2 de distintos países o bloques de países (RoW es resto del mundo). Fuente: Reaching Peak Emissions.
Mejorar es relativamente fácil, si la situación de partida es pésima. Cuando se esgrime la figura 1 como la evidencia de que se ha alcanzado el pico de emisiones, se da por hecho en seguida que está operando un cambio global de paradigma en el modelo energético y que el desarrollo imparable de las renovables es motor indudable del pico. Las renovables en efecto han experimentado un fuerte desarrollo. En 2016, crecieron un 9% y fueron responsables del 54% de la nueva capacidad de generación eléctrica ese año. Pero es importante ser conscientes de que las renovables representaban apenas el 18% del suministro eléctrico en 2010. Obtener cifras de fuerte aumento a poco que suba la inversión puede conducir a una percepción distorsionada, si la situación de partida es manifiestamente mejorable. La otra cara de la moneda es que los combustibles fósiles también aumentan. Un verdadero cambio de paradigma debería mostrar que mientras las renovables aumentan, los combustibles fósiles retroceden. Sin embargo, una quinta parte de la nueva capacidad eléctrica en 2016 la aportó el carbón y casi otro tanto el gas. Además, la electricidad solo genera una parte de las emisiones procedentes de la energía. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), contabilizando como renovables la gran hidráulica y la quema de biomasa y residuos, en 2015 las renovables fueron un 14,1% del consumo energético mundial. Es decir, más de un 85% de la energía primaria proviene de fuentes altamente contaminantes. Datos de este mismo organismo estiman que en 2021 las renovables proporcionarán apenas un 28% de la electricidad, un 10% del transporte, y un 4% de la calefacción. Este ritmo moderado de crecimiento previsto en renovables no parece casar con los requisitos de mejora en la intensidad de carbono expuestas anteriormente, necesarios para consolidar ese pretendido desacoplamiento entre crecimiento económico y emisiones en consonancia con el Acuerdo de París.
No es CO2 todo lo que calienta el clima. Hay otros gases de efecto invernadero (GEI) que no entran en esta foto (metano, óxido nitroso, HCFCs...). Transformando su contribución a equivalentes de CO2 (CO2eq), en 2016 estábamos ya en 489 ppm. Los CO2eq podrían estar aumentando a razón de 4-5 ppm/año y a este ritmo alcanzarán las 500 ppm antes de 2020. El principal GEI, aparte del CO2, es el metano, que tiene un potencial de calentamiento 86 veces superior al CO2 durante los primeros 20 años de vida. Estudios recientes muestran que en los últimos 5 años el metano ha aumentado su concentración en la atmósfera veinte veces más rápido que en la década anterior. Aún se discute sobre las causas, pero el aumento podría deberse a una mayor explotación del gas natural (en especial a raíz del auge del fracking) por las fugas de metano asociadas, que lejos de estar bien contabilizadas y controladas, estarían anulando las ventajas climáticas del gas, menor emisor de CO2 en la combustión. Esto es crucial porque el mayor uso del gas natural, en sustitución de carbón, está siendo presentado precisamente como una de las razones por las que el CO2 ha disminuido en la figura 1, con lo cual nos estaríamos haciendo trampas al solitario.
Contabilidad engañosa. Las políticas climáticas internacionales han servido recurrentemente para maquillar los datos al permitir que el grueso de la reducción de emisiones se realice en otros países (si es que se realizan). Sistemas como los créditos de carbono, han permitido la contabilidad dudosa o incluso falsa. Hay países que han hinchado sus emisiones base para poder gozar de más margen, y otros que compran créditos fraudulentos que no representan reducciones reales de emisiones. Así mismo, se contabilizan como neutras en carbono políticas que en absoluto lo son, como la quema de biomasa o los biocombustibles. Todos estos engaños distorsionan la figura 1, que podría no estar reflejando una situación real.
Concluyendo, todo parece indicar que realmente no se está produciendo un desacoplamiento entre el PIB y las emisiones de CO2 y, mucho menos, del conjunto de gases de efecto invernadero. Esto tiene una implicación fuerte y es que, una vez más, se muestra como el capitalismo, con su necesidad estructural de crecimiento, no es compatible con la lucha contra el cambio climático. Ni siquiera lo es con el cumplimiento de algo tan pobre como lo discutido en París.
En último término, la inexistencia del desacomplamiento no sería una mala noticia, simplemente la constatación de la necesidad imperiosa de cambio de sistema. Lo que realmente podría ser una mala noticia es que ese desacoplamiento se estuviese produciendo a la vez que la concentración de CO2 en la atmósfera estuviese creciendo. Sería una pésima noticia ya que podría indicar que el ser humano ya no sería quien está dirigiendo el aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, sino que estaría siendo el sistema-Tierra a través de la activación de una serie de bucles de realimentación positivos que nos lleven, independiente de lo que hagamos las sociedades humanas, a un equilibrio climático 4-6ºC superior al actual.
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1 Hay varias formas de calcular el PIB. El que usamos es del PIB en dólares de EEUU a precios constantes del año 2010. Es un calculo del PIB corregido por la inflación. Si se calcula el PIB mundial en dólares a precios actuales (sin corregir la inflación) no se habría producido crecimiento en el periodo 2012-2016. Además, existen serias dudas de que la contabilidad del PIB no esté falseada. Un ejemplo es como en los últimos años se ha introducido en España la prostitución y el tráfico de drogas en el PIB, lo que ha contribuido que este indicador crezca desde 2008. En cualquier caso, en este artículo partimos de la base de que se ha producido un crecimiento del PIB, aunque es muy posible que no sea real.
2 Ver Jackson, T. (2009): Prosperidad sin Crecimiento.