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OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

Emergencia climática y cambio de conciencia

Si alguien sufre un ictus, la situación pone en peligro su vida, así que habrá que actuar con urgencia, llevarlo a un hospital, y tratar de superar esa emergencia con éxito. Pero después, cuando salga de la UCI, convendrá aconsejarle que se pregunte qué puede aprender de esa situación, porque tal vez le esté advirtiendo que debe cambiar sus hábitos de vida, dejar de lado el estrés, no fumar tanto…

La sociedad actual está, como el amigo del ictus, gravemente enferma. Necesitamos superar una emergencia climática. Que no es nuestro único problema, pero sí resulta ser un epítome y resumen de todos los demás. Ahora requiere que centremos en él todos los esfuerzos. Como con un ictus metafórico, nos vemos obligados a un tratamiento de choque para remediar el desastre ecológico en el que nos hemos metido. Pero, si, en el proceso de sanación nos preguntamos qué se puede aprender de estos hechos, aparecen de inmediato las causas que nos han traído hasta aquí y los problemas a ellas asociados: un sistema económico basado exclusivamente en el beneficio de unos pocos y el empobrecimiento del resto; la ignorancia y el desprecio de los límites de la naturaleza por ese sistema, que ha contagiado a la sociedad misma; unas formas de vivir basadas en el consumismo y el despilfarro en unos sectores y la precarización y miseria en otros…

¿Es éste el referente que necesitamos para salir de este atolladero? ¿Cómo atender a la emergencia climática sin olvidar sus causas y la necesidad de un cambio de modelo? Los líderes políticos y empresariales hablan de mitigar los daños, adaptarnos a los cambios y modificar las estructuras energéticas para disponer de energías renovables abandonando la quema de combustibles fósiles. Son medidas urgentes y loables que celebramos porque, además, parece que al fin han decidido ponerse a la faena.

No obstante, hay algo que generalmente no se cuestiona, porque afecta a los pilares de nuestro modelo productivo y nuestras pautas sociales. Es el hecho de que hemos llegado hasta aquí por haber puesto en el centro de nuestras sociedades las prioridades de la economía cuando ese centro debería ocuparlo la vida, la naturaleza, de la que somos parte como seres ecodependientes. Eso hace que la emergencia climática sea el espejo y reflejo de una emergencia social de gran envergadura.

Sin embargo, aún dentro de la innegable urgencia de ambas, conviene clarificarlas: la primera (la cuestión climática) afecta a las bases de la vida de nuestra especie sobre la Tierra, que están en juego seriamente; la segunda se refiere a las condiciones de vida de los seres humanos sobre una sociedad asentada y adaptada aceptablemente sobre la naturaleza. Sin integridad ecológica, sin el prerrequisito de esa frágil conservación de las bases de la vida humana sobre el planeta, todo lo demás, a medio y largo plazo, está perdido.

Las aportaciones tecnológicas para transformar nuestras sociedades son una buena herramienta pero resultan insuficientes. Lo verdaderamente urgente y necesario es cambiar las pautas de vida de las sociedades enriquecidas y, en ellas, de quienes seguimos teniendo una pequeña o grande seguridad económica y social (porque las personas que viven en la precariedad, que son muchas, bastante tienen con sobrevivir en el día a día…). Y no solo cambiar, sino dejar de “exportar” nuestras formas de comprar, comer, viajar… como si fuesen generalizables, cuando sabemos que se necesitarían varios planetas para que pudiesen ser asequibles a todos los habitantes de la Tierra.

Decía Einstein que ningún problema se puede resolver desde el mismo nivel de conciencia en el que se ha creado. Hoy necesitamos más que nunca ese cambio de conciencia, de valores, de intereses… Avanzar hacia sociedades basadas en el acceso equitativo a los bienes de la Tierra y la reducción de la huella ecológica, pero también en el mestizaje cultural , el respeto a la diferencia, los valores democráticos y el aprendizaje de otros hábitos a la hora de vivir, de comer, viajar, producir, consumir…

¿Estamos dispuestos a hacer ese tránsito? Nos va en ello la vida, pero se le dice poco a la gente que el cambio climático está aquí para que nos hagamos las preguntas de alguien que quiere salir de la UCI: ¿Qué podemos aprender individual y colectivamente de esta emergencia? ¿Conseguiremos cambiar de valores y de hábitos?

Según he comentado, los avances tecnológicos y las medidas estratégicas a escala macro son necesarios pero insuficientes. Mejorarán aspectos relevantes de la economía, la energía, la movilidad… (lo cual no es poco). Pero, para consolidar el cambio, es preciso que éste alcance al imaginario colectivo y al sistema de vida que ha creado este caos. Necesitamos que cada persona, cada ciudadano, se pregunte qué puede hacer para colaborar en esta sanación profunda de nuestras sociedades, en el regreso a la cordura. Como nos enseñó el feminismo, lo personal es político.

Ha llegado el momento de decirle a la gente (especialmente a quienes vivimos en sociedades enriquecidas económicamente) que hemos de aprender a vivir mejor con menos, que hay que abandonar los modelos consumistas, practicar nuevas formas de entender el ocio y el disfrute, recuperar los valores que perdimos en esta carrera hacia ningún lugar… Porque, sin la complicidad de la ciudadanía en los cambios, será muy difícil, por no decir imposible, una transición ecológica y social justa.

Hay que poner en juego la creatividad para reinventar nuestros modos de pisar sobre el planeta, de ver a los otros, de buscar la felicidad… Hemos transitado hasta el límite por la senda del individualismo. Hemos confundido la libertad con la libertad de comprar y vender.

Es preciso un cambio global y personal de conciencia: comprender que no podremos salir de esta crisis, que es una crisis civilizatoria, con los mismos valores y modelos que nos han traído a ella. La tarea es ardua pero ilusionante. Requiere decisión, creatividad y confianza. Para avanzar individual y colectivamente, permítanme esbozar una propuesta: seguir trabajando en las fronteras de lo posible, imaginar lo imposible, y confiar en lo improbable.

Si alguien sufre un ictus, la situación pone en peligro su vida, así que habrá que actuar con urgencia, llevarlo a un hospital, y tratar de superar esa emergencia con éxito. Pero después, cuando salga de la UCI, convendrá aconsejarle que se pregunte qué puede aprender de esa situación, porque tal vez le esté advirtiendo que debe cambiar sus hábitos de vida, dejar de lado el estrés, no fumar tanto…

La sociedad actual está, como el amigo del ictus, gravemente enferma. Necesitamos superar una emergencia climática. Que no es nuestro único problema, pero sí resulta ser un epítome y resumen de todos los demás. Ahora requiere que centremos en él todos los esfuerzos. Como con un ictus metafórico, nos vemos obligados a un tratamiento de choque para remediar el desastre ecológico en el que nos hemos metido. Pero, si, en el proceso de sanación nos preguntamos qué se puede aprender de estos hechos, aparecen de inmediato las causas que nos han traído hasta aquí y los problemas a ellas asociados: un sistema económico basado exclusivamente en el beneficio de unos pocos y el empobrecimiento del resto; la ignorancia y el desprecio de los límites de la naturaleza por ese sistema, que ha contagiado a la sociedad misma; unas formas de vivir basadas en el consumismo y el despilfarro en unos sectores y la precarización y miseria en otros…