- Haber llegado a organizar una conferencia de este calibre, haciéndo coincidir además la publicación de una carta abierta en tres periódicos europeos como son The Guardian, Libération y eldiario.es supone ya de por sí un primer paso exitoso
¿Economía sostenible? Indudablemente, el adjetivo “sostenible” es hoy un concepto tan manido que parece haber perdido su significado original. El concepto de sostenibilidad había estado tradicionalmente ligada a la salud de los ecosistemas, que son los permiten sostener la vida humana en el planeta. Hoy, sin embargo, calificativos como el de “sostenible” parecen ahora más orientados al marketing y la propaganda política con el fin de mantener los beneficios, pero eso sí, dándole un toque “verde” a cualquier actividad sin una valoración exhaustiva del impacto ecológico-social de la misma. En el ámbito de la economía esto es lo que con demasiada frecuencia sucede con lo que se entiende por “economía sostenible”, a lo que se refiere más habitualmente en términos de “desarrollo sostenible” o directamente de “crecimiento verde”.
En contraste con el recurrente “greenwashing”, en el ámbito de las ciencias de la naturaleza han sido muchos los avances realizados para comprender el funcionamiento de dichos ecosistemas y así poder delimitar lo que sería un “espacio operativo seguro” para la humanidad en este planeta, tal como lo definieron en un importante estudio publicado en la revisa Science en 2015. Los autores de este estudio identificaron nueve límites planetarios que la humanidad no debería de sobrepasar con el fin de evitar la desestabilización del sistema Tierra y sus riesgos. Actualmente, ya hemos sobrepasado cuatro de esos límites: aquellos relacionados con el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, el cambio de uso del suelo y los flujos biogeoquímicos (de nitrógeno y fósforo).
Esta extralimitación está directamente ligada a la expansión del sistema urbano-agro-industrial a escala global y el uso exponencial de recursos naturales, aunque con notables diferencias entre unos países y otros, así como dentro de los propios países. Las desigualdades globales pueden también medirse en términos de impactos ecológicos desiguales, por no decir, por supuesto, de vulnerabilidades desiguales ante tales impactos. Se estima que para generalizar el “american way of life”, se necesitaría el equivalente nada más y nada menos que cinco planetas Tierra (dos y medio para generalizar el estilo de vida promedio de España). El motivo no es otro que la existencia de límites en términos de la disponibilidad de recursos y servicios que ofrece la naturaleza. Aunque sorprenda tener que recordarlo, nada puede crecer indefinidamente en un planeta finito; unos “límites al crecimiento” de los que viene alertándo la comunidad científica desde hace ya más de cuatro décadas cuando el matrimonio Meadows y Jorgen Randers publicaban el famoso informe para el Club de Roma.
Hoy, diez años después de la caída de Lehmann Brothers, la bandera del crecimiento sigue siendo la principal promesa para recuperarnos tras una década de depresión crónica. Las nuevas tecnologías disruptivas, desde la impresión 3D hasta la Inteligencia Artificial, pasando por el Internet de las Cosas, el Big Data, la biología sintética o los nuevos materiales, aparecen hoy como los instrumentos prometeicos de la reactivación económica, aunque está por ver hasta el grado de disrupción o hype en cada caso; lo que sí está claro es el efecto imán que las nuevas tecnologías suelen ejercer sobre las inversiones…
Ahora bien, las evidencias sobre la crisis ecológica, especialmente en lo que al cambio climático se refiere, son tan conocidas por las élites y la población mundana que ahora la propuesta económica frente a los fenómenos descritos es el “crecimiento verde”. Este nuevo concepto emergió a partir de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible de 2012 y muy rápidamente lo han ido comprando organismos internacionales como Banco Mundial, la OCDE o el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), además de estar hoy muy presente entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Este crecimiento verde implica invertir más en tecnologías más eficientes e introducir los incentivos adecuados de modo que nuestras economías puedan seguir creciendo al tiempo que reducimos nuestro impacto sobre el mundo natural.
Sin embargo, la evidencia empírica muestra que ese desacoplamiento entre crecimiento e impacto ecológico no existe más allá de sobre el papel, que lo aguanta todo… Buena muestra de ello es la evolución de la huella material, un indicador que mide la cantidad de materiales (biomasa, minerales, combustibles fósiles) necesarios para sostener el consumo de bienes y servicios de un país, al margen de la procedencia de dichos materiales (tanto si son del propio territorio como de fuera). A nivel mundial, la huella material no ha dejado de correr en paralelo al PIB mundial; a escala europea esta incluso ha crecido más que la propia economía de la Unión hasta el inicio de la crisis.
Son cada vez más los estudios -el último del propio PNUMA publicado en 2017- que muestran, a través de sofisticadas modelizaciones, que incluso en las condiciones más optimistas de uso eficiente de los recursos e incentivos como impuestos verdes o muy elevados precios del carbono, mientras el objetivo siga siendo incrementar la escala de lo que producimos y consumimos cada año, el desacoplamiento es imposible. La eficiencia tiene también, sus límites, empezando por el hecho de que en muchas ocasiones produce efectos rebote al contribuir a reducir los precios de los recursos y provocar un aumento de la demanda.
Por estos motivos existe una comunidad cada vez mayor de académicos y activistas que cuestionan esa idea del crecimiento verde y plantean la necesidad de realizar un cambio radical de paradigma. Existe en este sentido un emergente movimiento post-crecimiento, que plantea que es posible mejorar la calidad de vida de las personas, de manera socialmente justa, dentro de los márgenes de los límites biofísicos planetarios.
Los pasados días 18 y 19 de septiembre tuvo lugar en Bruselas, nada más y nada menos que en el Parlamento Europeo, la primera (esperemos que de varias) Conferencia sobre Post-Crecimiento, a la que participamos unas 600 personas. El encuentro fue organizado por diversas organizaciones del mundo académico, activista y sindical junto con eurodiputados de cinco grupos políticos; es decir que no sólo fue organizado por los verdes y los dos partidos de izquierda, si bien es posible que tuvieran más presencia, sino que se logró involucrar a otros actores políticos en la discusión (los liberales y el partido popular europeo). Del mismo modo, todas las mesas redondas tuvieron la presencia de al menos un representante de la Comisión Europea, generalmente técnicos de alto rango en distintos campos (empleo, finanzas, energía, clima, etc.) con el objetivo de contrastar visiones en torno a las posibilidades de avanzar hacia una “economía del post-crecimiento” en Europa. Y el contraste era de hecho evidente al ver que en todos los casos, el propio vocabulario de los funcionarios europeos apuntaba casi siempre al crecimiento como objetivo de sus propuestas, como si de un mantra se tratara.
A pesar de las dudas que pudieran existir sobre la utilidad del diálogo con tecnócratas europeos entre algunos sectores, la confrontación de ideas sin duda servirá para fortalecer las propuestas que se realizaron en múltiples ámbitos, sobre todo si tenemos en cuenta que muchas de las cuestiones que dirimen hoy el devenir de nuestras vidas se decide en instancias europeas. Y sobre todo, simplemente el haber llegado a organizar una conferencia de este calibre, haciendo coincidir además la publicación de una carta abierta en tres periódicos europeos como son The Guardian, Libération y eldiario.es supone ya de por sí un primer paso exitoso en tanto en cuanto se logre ir posicionando estas cuestiones en la agenda política.
Otro elemento a subrayar es que los debates organizados no giraron simplemente en torno a la necesidad de superar el crecimiento del PIB como objetivo, o como supuesta medida del bienestar en nuestras sociedades, que también, sino que se abarcaron toda una gama de temáticas sobre cómo transformar nuestras sociedades hoy, para poder prosperar en el futuro de forma sostenible: modelos económicos, políticas climáticas, energía, tecnología, trabajo, renta básica, fiscalidad, comercio, regulación financiera, suficiencia frente a eficiencia…
Este es el reflejo del difícil reto al que hoy nos enfrentamos: para lograr sociedades y economías sostenibles habrán de impulsarse cambios profundos que abarquen varios planos de forma simultánea, especialmente partiendo de la base energética y de materiales, así como de las dinámicas desiguales y expansivas del funcionamiento económico.
En resumen, la necesaria transición ecosocial hacia una sociedad post-crecimiento no podrá limitarse a una mayor innovación tecnológica y una fiscalidad verde, que en todo caso pueden ayudar, pero no será suficiente. Integrar los límites y las cuotas de forma justa (tanto en términos de emisiones como de usos de recursos) en las entrañas de la política económica, del mismo modo que sucede en otros ámbitos como la pesca o la ordenación territorial debería de ser un eje esencial de dicha transición. Y si el objetivo es mejorar nuestra calidad de vida, integrando la importancia que para ella tiene la salud de los ecosistemas, así como la igualdad real de oportunidades para todas las personas, tal vez podamos guiarnos por indicadores mejores que un único numerario que simplemente refleja lo que producimos y consumimos.
Seguramente con ello nos demos cuenta de que, en lugar de saquear los recursos hasta la última gota, deteriorando nuestro único planeta, podemos tratar de compartir lo que tenemos. De hecho, el crecimiento ha sido con frecuencia utilizado como una manera de evitar afrontar las desigualdades haciendo crecer las ya desiguales porciones de la tarta, aunque a veces ni siquiera se de el caso. Frente a ello la redistribución de rentas y riquezas y la democracia empresarial pueden ser clave para una sociedad post-crecimiento.
Finalmente, hasta ahora los incrementos de productividad permitidos por la tecnología se han utilizado fundamentalmente para incrementar la producción (y los beneficios) más que para reducir nuestro tiempo de trabajo. En cambio, en vez de producir más, una semana/jornada laboral más corta podría permitirnos repartir el empleo, mejorar la calidad de nuestros vínculos sociales, liberar tiempos para cuidar a los/las demás, e incluso para la participación democrática en la vida política.
¿De verdad que estas cuestiones sólo le interesan a una minoría ecologista?