Corria el año 1888, las compañías mineras británicas llevaban quince años explotando las minas de Riotinto en Huelva, con un modelo de gestión autoritario y con enormes impactos ambientales para trabajadores y habitantes. Junto al malestar obrero organizado en los sindicatos se constituyó la Liga Antihumista, un grupo agroganadero de terratenientes que denunciaba las consecuencias que los gases tóxicos de la minería tenían para la salud de las personas, del ganado y de las tierras de cultivo.
Tras años de acumular agravios y desprecio la situación desembocó en una huelga general en las minas, a la que se sumaron las comunidades obreras y campesinas de la comarca. Las reivindicaciones de mejores condiciones de trabajo se vincularon a las de mejoras en la calidad de vida y contra la contaminación. El 4 de febrero en medio de un paro total se convocaba una manifestación que movilizó a miles de personas frente al Ayuntamiento de Riotinto. La respuesta fue una represión salvaje, el ejercito disparó contra la multitud causando más de un centenar de muertos.
Días después de la revuelta, la calcinación al aire libre del mineral que causaba las nubes tóxicas fue prohibida a través de un Real Decreto. Dos años después, en 1890 la Real Academia de Medicina concluía de forma fraudulenta que no había pruebas de un impacto negativo de los humos en la salud, los intereses de Rio Tinto Company Limited para que se retomara la actividad minera prevalecieron sobre el interés general de los habitantes.
Aunque sus promotores no la denominaran de esa manera, asistimos a la primera lucha ecologista moderna de nuestra geografía. Una huelga que logró implicar a comunidades enteras, movilizar el mejor conocimiento científico de la época de forma crítica y articular a parte de las élites locales de una forma transversal. Un conflicto donde ya aparecen muchos de los rasgos que acompañarán a las luchas ecologistas del futuro: el nexo entre economía y depredación ambiental, el papel de las grandes corporaciones, las dinámicas extractivas que arruinan la vida de las comunidades locales, la injusticia ambiental o cómo los impactos afectan principalmente a los grupos sociales más vulnerables (bajos recursos económicos, minorías étnicas o raciales…), los conflictos de intereses ligados a grupos de presión pseudocientíficos financiados por la industria, la manipulación informativa sobre la gravedad de los problemas o la represión política.
Marx hablaba del comunismo como el viejo topo que cavaba invisibles galerías capaces de conectar las luchas sociales a lo largo del tiempo, túneles construidos con paciencia y esmero que permitían dar sentido y comunicar las revueltas e insurrecciones que ocasionalmente lograban saltar a la esfera pública. Riotinto es la primera huelga ecologista de la historia, y más que un triste final supone un triste principio, un punto de partida desde el que conectar el pasado con el futuro, simbolizado por la próxima Huelga Mundial por el Clima que tendrá lugar el próximo 27 de septiembre.
La inesperada y creciente oleada de movilizaciones, que irían desde Extinction Rebellion a las huelgas escolares climáticas, ha logrado activar una creciente efervescencia social ante la crisis ecológica. Este acelerado ciclo de acción colectiva ha provocado rápidos avances en la socialización de las problemáticas ecosociales, logrando hacer pedagogía sobre lo excepcional de la situación en la que nos encontramos y las contundentes medidas que habría que tomar en un corto periodo de tiempo.
Y lo sorprendente es que hay margen de maniobra para políticas decididas, si confiamos en los los resultados del primer informe de evaluación del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático, donde se refleja que la mayoría de las personas encuestadas considera urgente actuar con un índice de urgencia de 8,7 en una escala de 10. Ya sabemos que una cosa es un compromiso verbal y otra asumir radicales cambios en nuestros estilos de vida, pero estos datos suponen un interesante consenso formal, un punto de apoyo donde situar palancas que permitan hacer políticas públicas valientes y decididas.
La clase política global necesita algo más que el consenso científico y ciudadano, necesita la presión social suficiente como para animarse a dar los pasos imprescindibles. La Huelga Mundial por el Clima debe leerse en esa perspectiva. Una movilización liderada por las generaciones más jóvenes, planteada principalmente como una huelga estudiantil y de consumo, a la que se invita a participar también al conjunto de los trabajadores con paros simbólicos; aunque más que tratar de parar la producción, el verdadero desafío es lograr movilizaciones ciudadanas masivas. Una quiebra de la normalidad que de forma excepcional demuestre la determinación de la sociedad en lograr cambios reales. No nos pueden mandar a casa porque, como dice Greta Thungberg, nuestra casa está ardiendo.
Un experimento puso unos sensores de ondas cerebrales en la cabeza de un karateca, demostrando como antes de romper un bloque de hielo de un golpe, ya había roto el bloque en su mente; pues de lo contrario, si dudara, se rompería la mano. Las ondas cerebrales cambiaban instantes antes de lanzar el golpe, una fracción de segundo en la que la victoria se ha logrado antes de consumarse. Igual que hizo el feminismo hace dos años, el ecologismo ha decidido ponerse delante un bloque de hielo, un desafío que le oblige a ir más allá de las movilizaciones rituales e impulsar un acontecimiento donde confluyan un imperceptible trabajo de décadas y la motivación añadida ante una singular protesta.
Así que debemos conjurarnos para lograr que sea un éxito y se convierta en un acontecimiento memorable. No hay margen para el error, es una oportunidad excelente de hacernos protagonistas de la historia y no meros espectadores que ven como se avecina una catástrofe. Y tenemos la suerte de que que la imaginación ecológica puede buscar inspiración para esta movilización en las huelgas feministas del 8M.
La huelga de Riotinto fue un conflicto socioambiental de carácter local, aunque tuviera implicaciones internacionales; pues estábamos en un contexto en el que los problemas ecológicos podían esconderse debajo de la alfombra de determinadas poblaciones. La Huelga Mundial por el Clima acierta al plantear una noción transescalar de intervención; el desborde de todos los límites biofísicos y la intensa red de interdependencias global nos llevan a asumir que pensar y actuar desde lo local es hacerlo desde el planeta tierra, aunque cada cual nos responsabilicemos de cuidar y defender una porción del territorio.
Corria el año 1888, las compañías mineras británicas llevaban quince años explotando las minas de Riotinto en Huelva, con un modelo de gestión autoritario y con enormes impactos ambientales para trabajadores y habitantes. Junto al malestar obrero organizado en los sindicatos se constituyó la Liga Antihumista, un grupo agroganadero de terratenientes que denunciaba las consecuencias que los gases tóxicos de la minería tenían para la salud de las personas, del ganado y de las tierras de cultivo.
Tras años de acumular agravios y desprecio la situación desembocó en una huelga general en las minas, a la que se sumaron las comunidades obreras y campesinas de la comarca. Las reivindicaciones de mejores condiciones de trabajo se vincularon a las de mejoras en la calidad de vida y contra la contaminación. El 4 de febrero en medio de un paro total se convocaba una manifestación que movilizó a miles de personas frente al Ayuntamiento de Riotinto. La respuesta fue una represión salvaje, el ejercito disparó contra la multitud causando más de un centenar de muertos.