La cosa va de amigos y yo tengo uno que ayer de madrugada me llamó alarmado: “¿Te has enterado?” Respondí que sí, que justo leía a Jon Lee Anderson en El Puercoespín, pero ni caso debió hacerme, porque a continuación me dijo con cierto nerviosismo que vaya, la que podía montarse si no “ganábamos nosotros”. Mi amigo siempre fue defensor de Chávez y yo pensé que estaba preocupado por una posible derrota del chavismo en las próximas elecciones. Y fue ahí cuando me descolocó: “¿Pero qué elecciones ni qué hostias? A mí ahora Rosell me preocupa bien poco, pero si no ganamos al Milán ya no sé qué más puede pasar”.
El mundo es un lugar raro, me escribió ayer otro colega desde Honduras. Y qué razón tiene. El mundo es un lugar extraño y yo a veces desearía pasar tiempo en los estadios. Convertirme un rato en hooligan, pero de los ilustrados. Un hooligan que aprovecharía el carácter permisivo que se presupone de los eventos deportivos y proferir en alto alguno de los planteamientos que Albert Pla, hooligan despistado por antonomasia, le confesó hace poco a J.L. “¿Quién no ha soñado alguna vez con pegarle un par de hostias al rey o poner una bomba en el Palacio de Congresos y mandarlos a todos a tomar por culo? ¿A quién no ha parado la Policía y le han han entrado ganas de quitarle el arma y de pegarle dos tiros y dejarle ahí tal cual? ¿A quién no le ha sucedido eso?”
Pla fue siempre el tipo de persona que no se anda con rodeos y justo de eso va su nuevo proyecto, Manifestación. A Pla, o al protagonista de la obra, no sea una querella, “le hubiese gustado matar a un par de policías, o de banqueros, o de empresarios sin escrúpulos, pero al final, como todo el mundo, decide unirse a una manifestación contra el sistema” que torna en una hilada de protestas imperecederas.
E.S.M. explicó en su día que la serie de los hooligans ilustrados que publicó Libros del KO utiliza el fútbol como excusa para “hablar de la infancia, los recuerdos y los ajustes de cuentas”. La excusa, ahora, es el desahogo.