UNRWA es la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Medio. Desde 1949 trabajamos para proporcionar asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, que representan más de la quinta parte de los refugiados del mundo y que actualmente viven en campamentos de refugiados en Jordania, Líbano, Siria y el territorio Palestino ocupado (la franja de Gaza y Cisjordania), a la espera de una solución pacífica y duradera a su difícil situación.
“Es muy frustrante no conseguir trabajo en una sociedad que cree que somos incapaces de realizar las tareas que los videntes realizan”
Casas de ladrillo y hormigón pegadas unas a otras; bolsas de basura esperando ser recogidas; niños y niñas deambulando; y ancianos parados en los umbrales de las casas con unas arrugas que narran el difícil viaje que les ha tocado vivir: así es el campamento de refugiados y refugiadas de Palestina de Balata, Cisjordania.
La señora Jamila, refugiada de Palestina, vive en este campamento donde ha criado a seis hijos. Dos de ellos son Amal y Muhammad, quienes nacieron con una discapacidad visual en un contexto en el que ya de por sí es difícil crecer. “No siento que Amal y Muhammad sean diferentes de las personas videntes. He hecho todo lo posible para que tuvieran las mismas oportunidades que sus hermanos desde su infancia”, comenta Jamilia, quién no olvida el día que les envió a la escuela de Keeler, un internado de Jerusalén que les descubrió el gusto por la música. “Estaba muy ansiosa. Amal no aceptaba ir a la escuela, pero los maestros cooperaron mucho y al poco tiempo se acostumbró al sitio. Lo mismo ocurrió con Muhammad, que es el pequeño, y que le costaba mucho estar lejos de la familia”.
Como Jamila y su familia, aproximadamente una cuarta parte de la población refugiada del mundo es refugiada de Palestina y llevan casi 75 años siendo refugiados.
El hogar de Amal y Muhammad, el campamento de Balata, ubicado en el municipio de Nablus, se estableció en 1950 y pronto se convirtió en uno de los campamentos más grandes de Cisjordania en términos de población, cuyo número superó los 23.000 refugiados y refugiadas registradas.
La falta de un ambiente seguro en el campamento, debido a la estructura de los abruptos caminos, y la incomprensión de algunas personas hacia la discapacidad de Amal y Muhammad, provocaba que no se sintieran seguros. Por lo que solo veían oportunidad y esperanza fuera de él.
Si bien muchos refugiados de Palestina enfrentan dificultades debido a su desplazamiento prolongado, ser un refugiado de Palestina con discapacidad agrava estas dificultades.
Los refugiados palestinos con discapacidad tienen las mismas necesidades básicas que los demás refugiados, como vivienda, ingresos, educación, atención médica y alimentación. También pueden tener necesidades adicionales o específicas, como la de acceder a dispositivos de rehabilitación o asistencia, que, cuando no se abordan, pueden dar lugar a su exclusión de servicios y al aislamiento de la sociedad.
A menudo, las barreras más significativas para la participación e inclusión efectivas de las personas con discapacidad son los estereotipos con los que se encuentran. El estigma asociado con la discapacidad se manifiesta en familias y comunidades que incluso mantienen ocultos a los niños con discapacidad, haciéndolos invisibles y aislándolos de servicios vitales como la educación. Pero este no fue el caso de la madre de Amal y Muhammad.
Al terminar la escuela primaria en el internado, la madre tuvo que trasladarles a las escuelas de videntes para completar su educación. La integración no fue fácil. El director de la escuela de Muhammad no le aceptó y Jamila interpuso una denuncia en el Ministerio de Educación. Finalmente fue aceptado y pudo demostrar su excelencia académica.
“Los años de lucha para obtener un título universitario y una oportunidad laboral fueron estresantes y nada fáciles. Es muy frustrante no conseguir trabajo en una sociedad que cree que somos incapaces de realizar las tareas que los videntes realizan”, comentan los hermanos que consiguieron destacar en las carreras de psicología e inglés.
A pesar de todas las barreras con las que se han encontrado a lo largo de los años ambos han aprovechado cada una de las oportunidades educativas que se les han presentado. Actualmente destacan por el talento musical que descubrieron en la escuela de Keeler cuando eran pequeños. Muhammad toca el oud y Amal el piano, instrumentos que al hacerlos sonar les sumergen en momentos de concentración donde tan solo están ellos, su inspiración y su música. Y es la música la que, según explican, les sana de todos los agrios recuerdos de discriminación que han sufrido por su discapacidad.
“Nuestro apoyo y fuente de esperanza para que sigamos adelante es la familia. El ambiente que nos rodea es muy frustrante, comenzando con el bullying cuando éramos niños. Soñamos con ser económicamente independientes y tener las mismas oportunidades de trabajo que las personas con visión completa”, afirma Muhammad.
“Cuando veo todo lo que han conseguido, me siento orgullosa. Especialmente porque muchas de las personas con discapacidad en el campamento no han tenido las mismas oportunidades. No me gusta que nadie mire con lástima, todo lo hacen ellos solos. Mi deseo es que todos nuestros esfuerzos se vean recompensados y encuentren un trabajo que les asegure la vida”, sentencia Jamila.
En el mes de la discapacidad destacamos que las personas con discapacidad a menudo quedan excluidas, ya sea directa o indirectamente, de los procesos de desarrollo y de la acción humanitaria debido a barreras estructurales, institucionales y de actitud. Los efectos de esta exclusión provocan el aumento de la desigualdad, la discriminación y la marginación. Actualmente, para cambiar esto, la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina, UNRWA, garantiza que los programas de educación, salud y servicios sociales sean inclusivos y accesibles, así como la mejora de la infraestructura de los campamentos. Al mismo tiempo brindan apoyo específico para diferentes tipos de discapacidad a fin de abordar vulnerabilidades particulares, facilitar la rehabilitación, igualar las oportunidades y facilitar su inclusión.
Casas de ladrillo y hormigón pegadas unas a otras; bolsas de basura esperando ser recogidas; niños y niñas deambulando; y ancianos parados en los umbrales de las casas con unas arrugas que narran el difícil viaje que les ha tocado vivir: así es el campamento de refugiados y refugiadas de Palestina de Balata, Cisjordania.
La señora Jamila, refugiada de Palestina, vive en este campamento donde ha criado a seis hijos. Dos de ellos son Amal y Muhammad, quienes nacieron con una discapacidad visual en un contexto en el que ya de por sí es difícil crecer. “No siento que Amal y Muhammad sean diferentes de las personas videntes. He hecho todo lo posible para que tuvieran las mismas oportunidades que sus hermanos desde su infancia”, comenta Jamilia, quién no olvida el día que les envió a la escuela de Keeler, un internado de Jerusalén que les descubrió el gusto por la música. “Estaba muy ansiosa. Amal no aceptaba ir a la escuela, pero los maestros cooperaron mucho y al poco tiempo se acostumbró al sitio. Lo mismo ocurrió con Muhammad, que es el pequeño, y que le costaba mucho estar lejos de la familia”.