Netflix estrena este viernes 19 de mayo El silencio, su nueva serie original española. La primera de la plataforma junto a Aitor Gabilondo y la tercera en compañía de Aron Piper, en lo que parece ser una alianza diseñada por el mejor de los algoritmos. Al fin y al cabo, pocos guionistas y productores hay más exitosos en la televisión española de los últimos años que Gabilondo. Y aún menos actores pueden contar por éxitos sus trabajos en la 'N' roja, como es el caso de Piper con Élite y la miniserie El desorden que dejas, que tan buenos comentarios recibió a finales de 2020.
Ahora, el intérprete une fuerzas con el showrunner de Patria para dar vida a Sergio Ciscar, un joven que es puesto en libertad seis años después de haber asesinado a sus padres, cuando todavía era menor de edad. Sergio no ha articulado palabra ni ha colaborado con la Justicia desde entonces, manteniendo por costumbre ese silencio que da nombre a la serie. Esto le da un halo de misterio que atrae especialmente a Ana Dussuel (Almudena Amor), una psiquiatra obsesionada con descifrar y dibujar su perfil psicológico.
Para conseguirlo, Ana le observa día y noche con cámaras de vigilancia instaladas por la casa, el barrio y todas las zonas por las que nuestro protagonista se mueve en su vida cotidiana. Y ahí donde no llegan las cámaras lo hacen los compañeros de la psiquiatra o, en su defecto, Marta (Cristina Kovani), una chica que se ve envuelta en su plan cuando es vista junto a Sergio, al que enviaba cartas de admiración cuando él estaba recluido.
La joven actúa por momentos como elemento dinamizador de la historia, aunque también como vehículo para empezar a jugar con la hibristofília, que es como se conoce a la tendencia a sentir atracción por las personas que han cometido un crimen. Un concepto que sobrevuela El silencio a lo largo de la serie y que encaja con el tono perturbador y lleno de mal rollo que quiere vender la propuesta, tanto en la forma como en el contenido.
El reverso oscuro de 'El show de Truman'
Los colores grises, predominantes en una puesta en escena propia del thriller norteamericano -aunque la serie se ambienta en Euskadi-, van en consonancia con la tensión, la inquietud y el miedo por el que se mueven los personajes en cada escena, en cada plano. El mutismo que guarda el protagonista en los primeros compases va en la misma línea -¿cuántas cosas hay más inquietantes que un largo silencio?-. Y todo lo anterior sirve para que El silencio deje a las claras que quiere ser una serie muy seria, muy oscura y muy intensa en todo momento. Y en general, también pesimista, que es la lectura que permite hacer si la comparamos con un referente como El show de Truman, que viene pronto a la cabeza al ver el primer capítulo.
La película de Jim Carrey, al igual que la ficción de Aron Piper, gira en torno a un personaje que es observado día y noche a través de una pantalla. Pero lo que proyecta esa pantalla, y los espectadores que miran por ella, no tienen nada que ver. Aunque El show de Truman ofrece una mirada perturbadora de la televisión, capaz de manipular la vida de una persona desde el primer día para gozo y disfrute del público, la película afronta su mensaje desde la comedia, la luz y el color. Y el público que observa las andanzas de su protagonista, Truman Burbank (Carrey), lo hace con la inocencia de quien veía la televisión antes de Gran Hermano y la explosión de la telerrealidad -la película se estrenó en 1998, un año antes del primer Big Brother-.
En cambio, El silencio borra del mapa esa inocencia porque asume que lo que más interesa ver al espectador actual -aquí representado por Ana- no es una vida tan aparentemente idílica como la del personaje de Jim Carrey, sino contenidos mucho más morbosos. Sean estos un primer ministro teniendo que practicar sexo con un cerdo, tal y como ocurre en el primer capítulo de Black Mirror -otra serie cargada de pesimismo-, u observando todos y cada uno de los movimientos de un exconvicto, como sucede en El silencio -el final del capítulo 3 es un buen ejemplo-
De más a menos a golpe de cliffhanger
Por tanto, lo nuevo de Aitor Gabilondo nace de nuestra realidad actual como consumidores audiovisuales, pero no por ello renuncia a ciertos códigos televisivos de toda la vida. Su primer capítulo, modélico a la hora de sentar las bases de la historia, demuestra la importancia que el vasco aún otorga a la apertura de una serie. Una importancia diluida, dentro de la industria, desde que plataformas como Netflix estrenan todos los capítulos de golpe y las ficciones no se juegan su futuro desde el primer día, tal y como ha pasado históricamente con las series en abierto, terreno en el que Gabilondo ha desarrollado la mayor parte de su carrera con títulos como El Príncipe o Vivir sin permiso, entre muchos otros.
La relación del showrunner con la ficción tradicional también se aprecia en su habilidad para terminar cada capítulo con impactantes cliffhangers que animan a ver el siguiente episodio. Una virtud que ayuda a mantener el interés por la historia, que va de más a menos a lo largo de los seis episodios. No de forma muy acusada, pero sí lo suficiente como para concluir que la primera mitad de la serie funciona mejor que la segunda.
Primero, porque la firmeza que muestra al principio va bajando a medida que avanzan tramas sin rumbo fijo -la relación de Sergio con Natanael, el líder religioso interpretado por Ramiro Blas- o de interés menguante -la relación de Marta con su novio, Eneko, interpretado por Manu Ríos-. Y segundo, porque las respuestas a los misterios que plantea al inicio caen en lugares comunes del thriller tradicional durante el segundo e intenso tramo, lo que provoca que El silencio sea menos novedosa de lo que prometía.
Aun así, la nueva producción española de Netflix deja un balance general satisfactorio. Aron Piper sale reforzado con un personaje que, aun siguiendo el perfil de 'chico misterioso y problemático' de trabajos pasados, le beneficia al tener que hablar más con sus gestos que con la voz. Y la serie, pese a contar con subtramas que no terminan de funcionar, se deja ver fácilmente hasta su desenlace. Un cierre que promete dividir al público y, por tanto, quedarse un tiempo en su memoria. Algo que nunca está de más, deje el poso que deje en cada uno.