Crítica
'Urban. La vida es nuestra': jóvenes contradiciéndose hasta el agotamiento entre canciones y reflexiones vitales
Este miércoles 4 de octubre, la alianza de Mediaset y Amazon vive un nuevo capítulo con el estreno en primicia a través de Prime Video de Urban. La vida es nuestra. La serie, producida por Alea Media (Patria, Entrevías), cuenta como protagonistas con María Pedraza (Élite, La casa de papel), Asia Ortega (Hasta el cielo, El Internado: Las Cumbres) y Bernando Flores (Pasión de gavilanes 2, Express), y supone un acercamiento a la cultura de la música urbana. Aunque como suele ocurrir en estos casos, la música sólo es una excusa para contar una historia mucho más universal y manida.
En lo que respecta a Urban, estamos ante una serie que habla de las expectativas, los fracasos, los sueños rotos y la necesidad de encontrar nuestro sitio en el mundo. Cuestiones que casi todos hemos vivido, o sobre las que casi todos hemos reflexionado, en algún momento de nuestras vidas. Especialmente en la veintena, que es la edad que rondan Lola (Pedraza), Yanet (Ortega) y Patrick (Flores), y la época en la que más se agolpan las dudas sobre nuestro presente y nuestro futuro.
Lola y Yanet se conocen fortuitamente al inicio de la serie, cuando la primera va sola a la discoteca en la que trabaja la segunda. El personaje de María Pedraza es una joven adinerada que no sabe qué hacer con su vida y que se siente completamente desubicada, hasta el punto de que decide ponerse a bailar en medio de la discoteca… con los auriculares puestos. La joven a la que encarna Asia Ortega, por su parte, es una aspirante a cantante que, tras siete años luchando por la oportunidad de su vida, empieza a asumir que jamás será la próxima estrella de nuestra música. De hecho, aparece fracasando en un casting en la primera secuencia de la ficción.
Reflexiones poco profundas sobre la vida
La siguiente secuencia es la de la discoteca, y ambas, en su conjunto, forman una carta de presentación, cuando menos, mejorable en cuanto a actuaciones, diálogos y resolución, poco creíbles y muy forzados en todos los casos. Sin embargo, si en algo insiste Urban. La vida es nuestra es en que las primeras opiniones no son las que más cuentan. Y esto, aplicado al inicio de la serie de Jota Aceytuno, significa que los primeros compases no representan lo que vemos después, aunque el balance general no supone una gran mejora.
De todas formas, la ficción no tarda mucho en encontrar su tono, más reflexivo que el de la media de series juveniles. Aunque, por desgracia, este afán por las reflexiones vitales se limita a frases como “la vida no va de asumir el papel que nos ha tocado”, “la vida es nuestra y nosotras elegimos cómo vivirla”, “disfruta del camino” o “a veces somos estrellas del pop, a veces somos camareras y otras veces las dueñas de un chiringuito de playa porque la vida te pone donde le sale del chocho”. Frases que parecen sacadas de un libro de autoayuda y que pueden funcionar entre el público juvenil, que es al que va dirigido la serie, pero que difícilmente van a calar entre una audiencia más adulta.
Lo juvenil de la propuesta también se nota en la relación que forman Yanet, Lola y Patrick. Las dos primeras dejan atrás su insatisfactoria vida en Madrid y ponen rumbo a Málaga, tierra natal de la primera, con la esperanza de empezar una nueva vida desde cero. Allí se encuentran con el tercero, el ex de Yanet, al que ésta dejó de un día para otro para irse a Madrid. En estos siete años, Patrick se ha convertido en una estrella de las batallas de gallos y de la música urbana, aunque ni ha conseguido olvidar a Yanet ni ha conseguido que sus letras sean lo suficientemente buenas como para triunfar más allá de su barrio. Aun así, se le presenta una oportunidad única con el concurso musical Urban K.O., con el que podría ganar un contrato discográfico.
Una triple historia de fracasos vitales
Como decía Eminem en Lose Yourself: “Solo tienes un disparo, no pierdas la oportunidad de brillar. ¡Esta oportunidad llega una vez en la vida!”. Y para Patrick, como para Yanet, ganar el Urban K.O. podría cambiarlo todo. La alusión a la banda sonora de 8 Millas no es casualidad, pues Urban. La vida es nuestra la toma entre sus referentes y por momentos pretende ser una versión patria y juvenil de dicha película. Sin embargo, quien busque aquí batallas de gallos a mansalva se equivoca, pues las actuaciones se suceden con moderación. Y además abarcan géneros ajenos a la música urbana, como son el tango (Por una cabeza, de Carlos Gardiel) y el flamenco (Volver, de Estrella Morente).
Pero ya decimos que Urban. La vida es nuestra no es una serie musical, sino una serie sobre los fracasos vitales con la música como telón de fondo. De hecho, Lola, Yanet y Patrick representan, con sus propias circunstancias, tres historias diferentes sobre lo que entendemos por fracasar en la vida. Un enfoque que es digno de agradecer en cualquier serie, pero más en una hecha para los jóvenes. Sobre todo en los tiempos que corren, donde parece que las personas valen tanto como su número de seguidores en redes sociales.
En este sentido, que María Pedraza, con sus casi 11 millones de followers en Instagram, encabece una historia como esta, puede parecer una contradicción en sí misma. Sin embargo, es interesante lo que ocurre aquí con la madrileña, pues su personaje tiene que luchar al inicio de la serie contra el estigma de la ‘niña pija’, el mismo estigma que ha perseguido a la actriz tras sus papeles en series como Élite, La casa de papel o Toy Boy. Por tanto, es como si su personaje en Urban tuviera algo de autobiográfico en el plano profesional. El de Asia Ortega, sin embargo, encaja dentro de ese perfil de ‘choni’ que ya interpretó este mismo año, salvando las distancias, en Hasta el cielo: la serie, y que tan bien sienta a la catalana.
'Urban' termina desesperando a golpe de contradicciones
Su Yanet y la Lola de María Pedraza son el eje de Urban. La vida es nuestra, pero también las grandes damnificadas del principal defecto de la serie: las constantes contradicciones en las que caen sus protagonistas. Decíamos antes que los 20 son, por lo general, una etapa repleta de dudas y carente de certezas. La nueva serie de Mediaset y Amazon Prime Video lo sabe y por eso presenta a personajes que cambian de opinión de un momento a otro. El problema es que lo hace en exceso.
A medida que pasan los capítulos se van acumulando las contradicciones y la serie entra en una dinámica en la que lo único que vemos son personajes diciendo una cosa y haciendo la contraria todo el rato. ¿Que un personaje pega un empujón a otro? Pues acto seguido se hacen amigos. ¿Que otro personaje dice que se va? Pues al final se queda. ¿Que un tercero dice que no siente nada por otra persona? Pues luego siente algo muy fuerte en su interior. Y así todo el rato. Y claro, al final lo que queda es una serie muy predecible, porque basta ver lo que está haciendo un personaje para saber que se va a arrepentir rápidamente.
A veces, Urban. La vida es nuestra intenta camuflar este defecto con una velada autoconsciencia. Y se agradece, pero el fallo sigue ahí, a la vista de todos, para desesperación del espectador. Y al final, por muy buenas que sean las intenciones, no hay virtud lo suficientemente grande que salve una serie cuando esta resulta predecible y desesperante.