Chispas y cortocircuitos en 'Electric Dreams', el sueño paradójico de Amazon con Black Mirror
Si algo evidencia Philip K. Dick's Electric Dreams (ídem, Ronald D. Moore, Michael Dinner, 2017-¿?), la ambiciosa empresa con la que Amazon reverencia al pope de la ciencia ficción presente ya desde su título, es que el espacio dickiano no es homogéneo, sino voluble, prentendidamente inconsistente. No hay un universo narrativo recurrente o estable, salvo excepciones, dentro de la vastísima producción corta del autor. Al contrario, hay un ímpetu por arrancar siempre desde cero, al galope sobre cada nuevo escenario, sin mostrar preocupación por no enmarcar este dentro de ninguna línea temporal sólida.
La inestabilidad se torna como un estilema crucial. Al fin y al cabo, para este poeta alucinado la realidad nunca es estable, o al menos verdadera en un sentido absoluto. Sus relatos transitan por múltiples páramos de realidad, sin que los personajes y lectores disciernan con claridad a cuál de ellas se corresponden. El mundo es confuso, las certezas esquivan a los héroes y a ellos solo les queda circular hasta encontrar algo parecido a una solución que los satisfaga. Una solución que no tiene por qué ser la real, pero sí, acaso, posible.
Dentro de ese universo multiforme, caprichoso, queda la ideología como base para la unidad. Más aún, la militancia política. La simbiosis entre los elementos de la fábula y las intenciones de quien la relata, en este caso Dick, se obtiene el efecto idóneo, la estructura uniforme: las recurrencias, los arquetipos (el obrero, el falso profeta), las simbologías y, por supuesto, la continuada sensación de paranoia de un mundo que, aun proyectándose sobre el tiempo futuro, resulta reconocible, incluso vivido, pasado.
Todos estos rasgos prefiguran el compendio de 10 cuentos adaptados y editados por Amazon Studios y Channel 4 en esta antología televisiva, nacida con el afán y bajo la presión de competir con el Black Mirror (Charlie Brooker, 2012-¿?) de Netflix. Las historias escogidas de entre la prolífica producción breve del chicagüense representan las ideas e imágenes que a menudo se le asocian: las capas de realidades paralelas, las ucronías y distopías, las macroestructuras corporativas que gestionan los recursos y políticas a nivel global.
El problema reside precisamente en que los textos quedan lastrados por una ejecución deslavazada y desigual, desprovista de unidad. Sin correlación entre estética y fondo, la fuerza germinal del cuento merma de forma decisiva, por audaz que sea su mensaje.
Miedos reeditados, relatos vigentes
Más allá de las múltiples encarnaciones posibles, el futuro preconizado por Philip K. Dick se rige por reglas pretéritas que propugnan el sometimiento y la autocracia. El individuo opera como un peón –de forma a menudo literal, dada las profesiones con las que acostumbra a caracterizarlos–, manejado al antojo de las estructuras de poder, reducido a pieza de la superestructura económica imperante. Desvestido de su carácter individual, escrutado en todo momento, cualquier acción autónoma puede acarrear un peligro inmediato. La paranoia se convertía en un mecanismo casi defensivo para permanecer alerta en el entorno.
En tiempos de vigilancia, su prosa adquiría un cariz subversivo, capaz de trascender épocas y espacios. Quien se preguntara si ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? esbozó tanto su producción literaria imágenes de su creciente psicosis, fruto de una Guerra Fría cuya temperatura fluctuaba en la que “todo el mundo estaba dispuesto a sacrificar al individuo debido al miedo del grupo”, como simbolizara con El impostor. Los excluidos y oprimidos, aquellos que han visto su identidad desvirtuada o desmerecida, encontraban cobijo entre sus páginas, voz y representación.
El grueso de adaptaciones que propone Electric Dreams llega en un momento propicio para esta rebelión cultural, cuando la administración trumpiana en Estados Unidos ha sumido al país en un estado de convulsión.
Mientras la oposición permanece sin liderazgo claro, el cuadragésimo quinto ocupante del despacho oval –perfecto modelo del “falso líder” dickiano– recién ha cumplido su primer año de mandato, caracterizado por discursos xenófobos y endogámicos, una militarización creciente y una concepción corporativa de la administración, siendo la familia Trump el eje político por encima de ejecutivos y gabinetes con escasa estabilidad. Los continuado ecos procedentes de Rusia y sus presuntas relaciones con el gobierno, sumado a la creciente enemistad con la potencia china, reeditan miedos a priori superados. El eterno retorno nos devuelve siempre al sitio de partida.
Cuando las capas se apelmazan
La vigencia de los relatos resulta incuestionable. En su vertiente más optimista, Human is… aboga por desestigmatizar al extranjero, anteponiéndolo al menos agraciado patriota, cuando el programa DACA aboca a su extinción; en el polo opuesto, Safe and Sound y K.A.O. (Kill All Others) abordan los métodos de control y manipulación de masas a través de la comunicación, en una coyuntura que parece haber normalizado el concepto de las fake news.
Pero esta pertinencia de los conceptos se ve contrarrestada por una gris resolución. Algo que se hace palpable nada más observar una cansada cabecera que recicla imágenes ya avistadas en tantas otras aproximaciones a los textos de Dick. El espectro de Blade Runner asoma en la incandescencia neón de las infografías y de ciertos símbolos, como tratando de guiar la mirada del espectador desconfiado o desconocedor del territorio a punto de ser explorado, tal vez por temor al desconocimiento o desinterés por estas historias, o por la incapaz de diseñar nuevas formas de representación.
La desconexión entre los capítulos se hace luego evidente, partiendo de una duración fluctuante entre todos ellos y de una estética incapaz de establecer puentes entre unos segmentos y otros. Entre las más fieles al texto base (las menos) y las que se emancipan sin miramientos, estos Sueños eléctricos programan puestas en escena derivativas que limitan la resonancia de ideas poderosas. A menudo hemos de aguardar con cierta impaciencia al desenlace para que en esa llanura sobresalgan de nuevo los palabras originales, las avezadas teorías de Dick, como si al final esas multicapas de realidades que acostumbrara a desplegar el escritor hubieran de solaparse para que se entreviera el subtexto.
Entre chispazos y cortocirtuitos
Pero como en toda onda fluctuante, también encontramos picos de interés. Estos suelen llegar cuando las firmas de estos episodios deciden escapar de los lugares comunes que se presuponen a estas historias.
En ese punto encontramos a The Commuter, que reescribe el relato original, desviando el protagonismo del jefe de estación al gris taquillero encargado de expedir billetes a una ciudad inexistente. El reajuste que lleva a cabo el dramaturgo Jack Thorne reconvierte la historia en un drama suburbial sobre la culpa, con la ayuda de un conmovedor Timothy Spall tratando de reparar las turbiedades de su existencia familiar con cada viaje a Macon Heights.
También destaca el citado K.A.O., adaptación de El ahorcado que debemos a la realizadora Dee Rees (Mudbound), quien lejos de entregarse a sofisticados artilugios, entiende el futuro como progresión directa de nuestro presente y por lo tanto de las actuales tecnologías y redes sociales (no deja de ser aterradora la estandarización del formato de vídeo vertical que vaticina). Las nociones sobre el sindicalismo y la lucha de clases elevan esta como una de las entregas más afiladas.
Muy alejada del trayecto previsto en su origen literario (donde se intuía un comentario sobre la degradación del sueño americano), The Impossible Planet ofrece una inesperada y estimable fuga hacia la emotividad, para contar un extraño cuento de amour fou más allá de lo biológico (y geológico), en la línea con la más mediocre (al eludir las consideraciones en torno al lenguaje de su materia prima), pero igualmente interesante, interpretación de Human is, con unos excelsos Essie Davis y Bryan Cranston (a la postre, productor ejecutivo).
Estos acercamientos son del todo preferibles a tratamientos previsibles como el de Safe and Sound, que culmina con una sonrojante exposición final; o The Father Thing, pobre réplica a su modo de la estética de Stranger Things (ídem, Matt Duffer, Ross Duffer, 2016-¿?).
Un terrible pensamiento: en efecto, es solo un sueño
La alusión al fenómeno de culto de Netflix no es gratuita. Engendrada casi en enemistad con Black Mirror, la otra gran antología en el inabarcable campo de las plataformas online, y estrenada con escasa diferencia respecto a la cuarta temporada de la consolidada ficción de Charlie Brooker, Electric Dreams sucumbe al obstáculo de enfrentarse a esta expectativa y no ser capaz de dar coherencia a un discurso global, de encontrar esa conciencia colectiva que yacía latente en el corpúsculo de Philip K. Dick. La familiaridad de sus entregas con otras muestras más o menos coetáneas enmarcadas dentro de la ciencia ficción resta interés al producto, hasta el punto de que sus mejores referencias funcionen casi de forma aislada al resto.
Así, la conexión entrecortada de estos Electric Dreams los convierte en una propuesta más liviana de lo deseado. Las realidades que nos formulan se descubren demasiado irreales, demasiado lejanas, para que las aceptemos como tales. Son solo un sueño, uno nada velado. Un sueño paradójico del que, a diferencia del que sufren muchos de sus protagonistas, es fácil despertar.
*Philip K. Dick's Electric Dreams se encuentra disponible en Amazon Prime Video a nivel internacional desde el 12 de enero.