Reportaje desde Tel Aviv

Eurovisión, la cara amable de Israel que contribuye a trazar cortinas de humo sobre la ocupación

Personas alrededor de la estatua de Netta, ganadora de Eurovisión 2018, en Israel

Ana Garralda / (Tel Aviv)

Aunque Israel ya fue sede de Eurovisión en dos ediciones anteriores –concretamente en 1979 y 1999– quizás sea en esta tercera de 2019 cuando el país se encuentre en una situación geopolítica más amable. Su estratégica localización geográfica y sus capacidades militares y de seguridad hacen que cada vez más gobiernos, parlamentos o partidos políticos perciban al Estado hebreo como la punta de lanza de Occidente en una región convulsa y uno de los epicentros del terrorismo islamista.

A pesar de que cuando Israel albergó el festival de 1979 ya había firmado los Acuerdos de Camp de David con Egipto, el Estado hebreo seguía siendo boicoteado por el resto del mundo árabe. También lo era por parte de la URSS y sus países satélites, que seguían fielmente las directrices del Kremlin. Ese año volvió a ganar por segunda vez consecutiva con la canción Aleluya, pero decidió no ejercer de anfitriona al año siguiente dado que la fecha elegida por la Unión Europea de Radiodifusión y Televisión (EBU) coincidía con una festividad religiosa judía.

No mejoró su imagen en la edición de 1999. Israel continuaba imbuido del espejismo temporal que consiguió mantener durante un lustro el Proceso de Paz con los palestinos (la segunda Intifada no comenzó hasta septiembre de 2000), y había firmado un acuerdo bilateral de paz con Jordania. Así como abierto oficinas comerciales en Marruecos y otros países del norte de África y del Golfo Pérsico. Aún así, seguía sufriendo la animadversión de la mayoría de los miembros de Liga Árabe y de la Organización de la Conferencia Islámica (OIC).

Pero las cosas son algo distintas en este 2019. Los que entonces eran mayoría en ese rechazo cultural al Estado hebreo en la región, 20 años después, han pasado a ser una minoría liderada principalmente por la Turquía de Recep Tayyib Edogan –quien ni perdona ni olvida el incidente del Mavi Mármara acaecido en mayo de 2010, que supuso la muerte de una decena de activistas turcos– o la República islámica de Irán.

Alianzas regionales y “whitewashing”

Las reticencias hacia Israel se han visto reducidas significativamente debido a la activa diplomacia practicada de forma proactiva por el Gobierno de Netanyahu frente a otros países antaño enemigos. El primer ministro ha establecido relaciones abiertas con Omán, a la vez que relaciones discretas con Arabia Saudi, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait e incluso Qatar, entre otros países árabes.

Pero indiscutiblemente también le han ayudado sus campañas de whitewashing, el blanqueo de las políticas de ocupación o bloqueo que practica en Cisjordania o Gaza gracias a eventos como Eurovisión. “Hay una realidad de violaciones constantes de derechos humanos que los asistentes al festival deberían conocer y eso es lo que perseguimos”, explica Dean Isachaross, portavoz de Breaking the Silence (Rompiendo el Silencio).

Esta organización –formada por ex-soldados, tanto profesionales como de reemplazo y reservistas, que se dedica a denunciar las violaciones de derechos humanos y de las reglas de enfrentamiento del Ejército israelí en los Territorios Ocupados– ha puesto en marcha una campaña que, bajo el eslogan de “Atrévete a soñar en la libertad”, ilustra bien las paradojas que muestra la sede de Eurovisión.

En el lado izquierdo aparece una playa estupenda con tumbonas, sombrillas y una caseta de socorristas, que en el derecho se fusiona con una torre de control militar, seguida de un muro de hormigón y un pueblo palestino de fondo. “Acabar con la ocupación es solo el primer paso para que podamos convivir en igualdad y seguridad. Es la responsabilidad de cada uno querer enterarse realmente de lo que pasa aquí”, explica el ex- soldado Isachaross, quien asegura que más de 200 personas se han unido ya a los tours que la organización ha dispuesto estos días con motivo del certamen a ciudades como Hebrón, símbolo de la ocupación israelí más salvaje.

Pero a pesar de los ímprobos esfuerzos de Breaking the Silence y de otras organizaciones de derechos humanos locales, la mayoría de los aficionados a la música que han viajado hasta Tel Aviv para asistir a Eurovisión tienden a ignorar la cara oscura y fea de la moneda. “Nosotros hemos venido por la parte más lúdica, por el show en sí, pero el lado más político no nos interesa, como al 95% de la gente que hemos conocido aquí”, asegura Juan Manuel Martín, un diseñador gráfico de Oviedo poco antes de entrar al pabellón donde en la noche del jueves se celebró la segunda semifinal del certamen, la última eliminatoria antes de la gran final eurovisiva de este sábado.

Declarado eurofan, el asturiano cuenta que decidió viajar hasta Israel tras su experiencia en la edición del año pasado, que se celebró en Lisboa. “Lo disfruté tanto que me prometí que al año siguiente iría al país que ganase, aunque es verdad que cuando supe que sería Israel me lo pensé dos veces”, añade. “Eso sí, no hemos tenido ningún problema. El ambiente es increíble”, concluye.

Un pequeño grupo de irreductibles

Para Dean Issachaross, de Breaking the Silence, el perfil de los españoles entrevistados por este medio es propio del público que se desplaza para acudir a un certamen musical internacional del estilo de Eurovisión. “Sin embargo, es la responsabilidad de cada uno saber lo que ocurre realmente en el lugar al que viajan y ese es nuestro trabajo”, comenta.

No obstante, en una sociedad cada vez más derechizada, son cada vez menos los partidos de izquierda en Israel que demandan presión política sobre los sucesivos gobiernos, por lo que ya los únicos que quedan son las irreductibles organizaciones locales como Breaking the Silence, Combatants for Peace (Combatientes por la Paz), Mesarvot, Ta´ayush o Yesh Gvul, entre otros.

En cambio en la arena internacional el más activo es, sin duda, el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) que aboga por presionar a Israel para que ponga fin a la ocupación de los territorios palestinos de forma similar a como se aplicó contra Sudáfrica para la abolición del Apartheid. “Este fin de semana 200 millones de personas se conectarán para ver la celebración del festival en Israel, pero más allá de los focos y del glamour, solo unos pocos se pararán a pensar en el papel desempeñado por Israel a la hora de traer la desgracia a los palestinos durante ya 7 décadas”, denuncia el co-fundador del BDS y de la Campaña palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI).

Desde ambas plataformas, sus activistas presionaron durante meses para que el certamen tuviera lugar en Tel Aviv, que no en Jerusalén, tal y como hubiera preferido el Gobierno hebreo. Pero finalmente, y de forma astuta, el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dio su brazo a torcer, vistas las reticencias que provocaba la idea. Pues mientras en Europa seguía imperando el paradigma de los dos Estados como mejor fórmula para la resolución del conflicto, la celebración del festival en Jerusalén habría sido motivo de aún mayor controversia.

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