Quienes acostumbramos a dar parte de la actualidad televisiva, tendemos a teclear al son que marcan los programas de talento que proliferan en la parrilla. Incluso sin mucho interés, sean del canal que sean, la narrativa del asalto a la fama resulta suculenta como para dirigir todos los focos a estos aspirantes a estrella.
Ahora bien, más allá de esos escenarios reutilizados, coexisten realidades paralelas que siguen su curso ajenos a votaciones, polémicas e impacto en redes. Programas que, partiendo de ideas y presupuestos más modestos, extienden sus lindes -sin que nos demos cuenta- hasta aglutinar en torno a ellos a importantes censos de espectadores.
El Paisano de TVE es un buen ejemplo de esta tendencia. El formato viajero presentado por Pablo Chiapella agita la mano para despedirse de los espectadores este viernes 10 de agosto, después de haberse convertido en sorpresa de la programación de esta fase final del curso catódico.
Desde su estreno, el 18 de mayo, y durante casi tres meses emplazado en la quinta noche de la semana, el espacio de Brutal Media ha hecho gala de una resistencia envidiable: a falta de tener los registros que marque en su despedida, las doce entregas previas han promediado una cuota de pantalla del 11,9% y 1,6 millones de espectadores, habiendo bajado su share de los dos dígitos tan solo en una ocasión (la tercera emisión, cuando se quedó en un 9,9%). Datos, estos, más que suficientes para liderar un prime time que había quedado un tanto desdibujado desde el final de Tu cara me suena y La Voz.
David contra Goliat
Pero incluso más relevante que las cantidades numéricas han sido las consecuencias que ha tenido su paso por el mapa televisivo actual. El paisano fue capaz de hacer empequeñecer a un formato de la dimensión de Factor X en Telecinco.
l regreso del talent show de Fremantle parecía destinado a engullir el trozo de pastel que dejaban otros Goliats como Tu cara me suena, La Voz y Got Talent y, sin embargo, acabó pasando hambre y viéndose debilitado y superado por este pequeño David de la televisión pública, concebido y anunciado en un principio para su explotación en la segunda cadena, La 2.
Siguiendo el pequeño sendero del éxito
Por más que el resultado sorprenda a primera vista, el bagaje positivo del espacio mochilero no resulta excepcional. Otras cadenas ya han probado a transitar hacia rutas salvajes y proponer viajes más allá de lo urbano con resultados igual de elocuentes.
No hay que olvidar que el formato danés Comedy on the Edge echó raíces en Televisión Española gracias a la herencia de su predecesor catalán, El foraster (papel que asume Quim Masferrer), cuyo asentamiento en la región es innegable tras más de cinco años en TV3.
Para muestra, las estadísticas de su última temporada, concluida en febrero: un sobresaliente 19,6% de cuota a lo largo de 18 episodios. De hecho, las informaciones sobre su aparente cancelación a comienzos de este mismo 2018, a causa de la maltrecha situación financiera que atravesaba la corporación regional, se sintió como un auténtico drama entre su parroquia de seguidores. Un revés al que el consejo de administración enderezaría al aprobar su continuidad.
A nivel nacional, El paisano ha llegado meses después de que otro programa de arraigo rural, Volando voy, clausurara la mejor de sus tres temporadas en Cuatro: un 8,8% de cuota de 1,6 millones de media en la noche del domingo para una propuesta en continua progresión desde su primera tanda (del 6,6% y 1.076.000 de aquella pasaría a un 7.2% y 1.111.000 en la siguiente), y que tendrá la oportunidad de prolongar la tendencia a partir de otoño.
La receta empleada por Jesús Calleja en Mediaset y la que toman las dos versiones existentes en España de la IP danesa son similares, más allá de que en estas últimas el humor se utilice como vehículo para el diálogo en el encuentro con las gentes del pueblo.
Pero su funcionamiento tampoco es novedoso. Más allá de productoras y propiedades originales, todos ellos se nutren de una semilla plantada en Televisión Española por el añorado José Antonio Labordeta, quien ya dedicó la mitad de los años noventa a hacer pedagogía del mundo rural español colgándose Un país en la mochila.Un país en la mochila
El profesor aragonés sentó cátedra en el género, y de él tomaron buena nota otros formatos que con el mismo afán divulgativo han venido sucediéndose en los canales de propiedad estatal (como por ejemplo Un país para comérselo; o en la actualidad, Aquí la tierra que, como inmediato telonero del Telediario 2, maneja las cifras más altas de toda la oferta vespertina de La 1) o autonómico.
Entre sus alumnos más aventajados se cuentan, sin duda, los Pequeños pero no invisibles Pequeños pero no invisiblesde Aragón TV que, pese a no copar titulares, demostró una salud de hierro durante varios años en la autonómica (con cifras de entre el 13% y el 17%, logró imponerse a ofertas del nivel de la Champions League en su comunidad), atesorando en su vitrina un premio Iris, que lo reconocía como mejor programa de entretenimiento autonómico en 2011.
En unos tiempos en los que lo rural suele ser un epíteto despectivo o incluso exótico, programas como estos abogan por naturalizar la vida en el campo. El paisano, como todos los mencionados, aboga por reivindicar los ritmos de vida, folclore y talantes de las pequeñas poblaciones frente al trasiego de las grandes urbes, y una necesaria reconexión con regiones en peligro de olvido.
Poniendo límite al éxodo televisivo
Precisamente este antídoto contra la desmemoria es un eje clave de programas que, como este, nacen con el dinero de toda una sociedad. Programas de servicio público que aluden a sectores de población que quedan descolgados, o al menos corren peligro de ello, de los nuevos escenarios de la comunicación y que empiezan a quedarse obsoletos ante los nuevos parámetros del negocio televisivo. Puede que ahí resida el factor determinante para el éxito de El paisano frente a otros contrincantes de mayor impacto mediático.
En 2018, la consolidación de las nuevas ventanas de distribución audiovisual se ha refrendado con movimientos como la segunda vida de series como La casa de papel, ascendida a fenómeno a escala internacional con su salto de Antena 3 a Netflix; o el trasvase de otras ficciones a plataformas de pago como Vis a vis, que abandonó Atresmedia para reinstalarse bajo tutela de Fox España.
Las generaciones más jóvenes han perdido la costumbre del consumo lineal, optando por acceder al escaparate de visionado bajo demanda, elaborando su propia oferta global y a la carta a través de los portales de streaming. Sin la urgencia de una retransmisión informativa, la parrilla convencional le queda el público más veterano que sigue confiando en el medio para conectar con el mundo, con su entorno más próximo y conocido.
No hace falta irse muy lejos. Observemos los datos cosechados por El paisano en su penúltima entrega y disgreguémoslos por segmentos demográficos. Un rápido análisis certifica que el target: un 17,9% entre los televidentes de más de 65 años, frente al discreto 6,5% de población de entre 25 y 44 años que sigue las andanzas de Pablo Chiapella.
La lectura de la situación de La 1 ha sido inteligente: en la víspera del fin de semana, con la población más joven iniciando sus planes de ocio, se antoja más interesante ofrecer una alternativa familiar y que apele a la población más talluda, que un programa destinado a nutrirse de las interacciones del público adolescente a través de redes sociales. Eso también explicaría que su sucesor en Telecinco, Volverte a ver, haya encajado mejor en la franja y se haya acercado algo más a El paisano.
DESGLOSE DE AUDIENCIAS DE 'EL PAISANO' (03/08/2018)
POR SEGMENTOS DE EDAD
- De 4 a 12 años: 7.3% y 36.000
- De 13 a 24 años: 11.3% y 72.000
- De 25 a 44 años: 6.5% y 141.000
- De 45 a 64 años: 11.7% y 475.000
- Más de 65 años: 17.9% y 615.000
POR GÉNERO
- Hombres (+16 años): 13.1% y 625.000
- Mujeres (+16 años): 12.5% y 671.000
*Datos de Kantar Media, único propietario intelectual de los mismos
La necesaria mirada a la periferia desde la TV pública
Desandamos los pasos dados en estos últimos párrafos para recuperar la noción de servicio público a la que aludíamos y que programas como El paisano se acogen para su existencia. Porque si algo se le debe exigir a una cadena de televisión de titularidad estatal es precisamente que represente y refleje la pluralidad de su herencia cultural, máxime cuando la programación todavía no se ha deshabituado del todo a descentralizar sus contenidos.
Lo estamos viendo ahora en series que salen más allá de Madrid, de comunicadores que dejan de esconder los acentos propios de su región, y también cuando, como comentábamos, Pablo Chiapella busca conectar con sus orígenes más allá de los núcleos urbanos.
Los programas de espíritu viajero o turístico pueden incurrir en ocasiones en idealizaciones que, lejos de mostrar la realidad de los pueblos, la falsean para reconvertir estos en lugares de consumo, a los que acudir en busca de experiencias. A título particular, El paisano esquiva esos problemas precisamente por la sencillez de su premisa.El paisano
Como dijimos con motivo de su estreno, el servicio público se entiende como espacio público, como punto de encuentro donde plantear una reunión distendida y de iguales, dando espacio para la representación de todos los tramos de edad, de niños a mayores. El presentador les cede a ellos el protagonismo, deja que sean estos quienes comuniquen e interactúen. Que relaten de tú a tú, a su ritmo, lejos de las convenciones de la era digital, cada cual con su expresión, con sus dejes propios.
El paisano termina tras trece entregas y sin noticias de su futuro por el momento, algo por otro lado lógico dado el proceso de transición en que se halla Televisión Española. No obstante, si hay que basarse en los resultados, su continuidad parece asegurada.
No era fácil, pero otros ya habían marcado el camino a seguir, el camino a los orígenes. Y si de fondo se trata, tanto el de Chiapella como el del país, aún le quedan muchos kilómetros por recorrer. Que en los últimos meses, incluso años, se hayan reproducido programas similares con un recibimiento siempre parejo hace pensar, como mínimo, de lo necesario que sigue siendo hacer este ejercicio de escucha directa y a la misma altura.