¿Por qué a Telecinco no le funciona 'Secret Story', pero sí 'La isla de las Tentaciones'?: Las 3 diferencias
Secret Story no está funcionando como a Telecinco le gustaría. Los realities son su buque insignia pero parece que la marca blanca de Gran Hermano no acaba de convencer a la audiencia. Ni la edición de famosos, ni sobre todo la actual de anónimos.
La victoria de Luca Onestini se convirtió en la final de un reality menos vista en Telecinco desde GH Revolution, y así fue la tónica de toda esa edición. Pero la actual con desconocidos sigue sus pasos: las galas principales se están desinflando semana tras semana, y ni con fútbol como “telonero” han sido capaces de remontarlas . En la noche dominical ocurre lo mismo, Toñi Moreno ve a Infiel de Antena 3 liderar la noche sin poder hacer nada.
Se podría hablar de crisis del formato “reality” si no fuera porque, solo hace unas semanas (incluso se solaparon con Secret Story), la cuarta edición de La isla de las tentaciones se despedía con récord y siendo líder en sus tres noches semanales. Entonces, ¿por qué interesa La isla de las tentaciones pero no Secret Story? A continuación analizamos los aciertos y los errores de uno y otro formato:
1) Renovarse hacia la libertad o morir encerrado
Una de las máximas en televisión es que cuando algo funciona no hay que tocarlo. Pero parece que cuando algo no funciona, tampoco se modifica. Eso está ocurriendo con un Secret Story que sigue siendo el mismo Gran Hermano que ya mostraba signos de desgaste en 2017 con su “Revolution”.
Estamos ante las mismas paredes, el mismo techo, el mismo jardín, sofá, sala de expulsiones, confesionario... de hace 20 años. El espectador se ahoga al encerrarse siempre en el mismo espacio. No solo eso: llevamos décadas viendo a los concursantes dividirse en sirvientes y señores, contando la curva de sus vidas, pidiendo horas sin cámaras, haciendo coreografías, reencontrándose con sus familiares, nominándose a la cara o a la espalda y salir expulsados. Como si se tratara del día de la marmota en televisión.
Por el contrario, La isla de las tentaciones supone un soplo de aire fresco a las mecánicas de los realities de encierro. Entran en pareja, les separan, les presentan a solteros y solteras compatibles, ven lo que hacen unos y otros y no pueden reencontrarse hasta el final. Además, Sandra Barneda y su equipo nos sorprenden edición tras edición con novedades: la luz de la tentación, el reencuentro mudo entre dos amantes, el poder escuchar a tu pareja pero no verla, el cambio de villas... giros que se suman a las inesperadas reacciones de los distintos participantes y que ni los propios guionistas serían capaces de imaginar.
Y, por supuesto, no podemos olvidar la realidad que estamos viviendo. Tras dos años de pandemia con confinamiento incluido en casa, los espectadores necesitan soñar con lugares al aire libre donde poder vivir nuevas experiencias que, en la actualidad, son difíciles de experimentar. La isla de las Tentaciones permite eso, desplazarse a un paraíso, un espacio abierto donde poder viajar desde el sofá. Es nuevo y eso es un plus, pero sobre todo: transmite libertad.
2) La importancia de generar conversación
La diferencia entre ambos formatos también es la conversación que generan en casa de su público. En Secret Story las tramas se limitan a “carpetas” (o posibles “carpetas”, aparentes relaciones), nominaciones, estrategias y enfrentamientos entre ellos. Historias que también hemos visto con anterioridad y que ya no suponen una reflexión para el espectador. Sí que generaban debate en las primeras ediciones cuando por primera vez veíamos enamorarse y desenamorarse a los concursantes. Cuando inventaron el Nominator o se traicionaban entre ellos. Ahí sí nos ponían a prueba y posicionaban al público en sus propios sofás.
Pero ahora la sensación es de haberlo visto todo antes. De haber escuchado esas conversaciones en infinidad de ocasiones. Y tener ganas de entrar ahí para pedirles, por favor, que nos cuenten algo nuevo.
Sin embargo, La isla de las tentaciones supone un alud de temas de conversación infinitos mientras la visionas. El programa pone a los concursantes en unas tesituras que normalmente los espectadores no han vivido y probablemente no vivirán, pero el tan solo imaginarlo ya supone un aliciente extra para verlo y comentarlo después. Preguntarte qué harías tú en su situación y preguntárselo al de al lado.
Al día siguiente de cada entrega, el público habla de lo ocurrido en el reality. Lo debate y se posiciona. Y cada edición regala nuevas situaciones que vuelven a retar al status quo del espectador. Que le despiertan de la anestesia catódica y le hacen pensar. Permite que el espectador juegue, como si fuera parte del experimento.
Esa misma conversación se traslada al resto de programas de Mediaset, convirtiendo a los protagonistas en nuevos personajes de interés para el resto de parrilla, que alimentan con sus historias de antes y después del reality. Son generadores de contenido que mantienen viva la narración hasta la siguiente entrega. Mientras las pocas tramas de Secret Story no son suficientes para engrasar una maquinaria ávida de culebrones, a la que sino se los das, se olvida de ti y va en busca de otros.
3) Participantes con sentimientos a flor de piel, frente a inquilinos apáticos
Como decíamos en el punto anterior, si no permites que el espectador juegue, se aburre y se va. Pero también ocurre con los concursantes que tienen que pasar tres meses encerrados en una casa sin hacer nada. ¿Cuál es el aliciente? Que se lo digan a Kenny, uno de los concursantes de Secret Story, que decidía marcharse de forma voluntaria este domingo.
“Nosotros no queremos que estés a disgusto, ni tampoco queremos a concursantes que no están aprovechando la oportunidad y que no son felices. Eres un privilegiado, aunque no lo veas. Si tú no estás a gusto y estás todo el día durmiendo, puedes irte”, le decía Toñi Moreno y él cogía las maletas y decía adiós. Pero, ¿a qué se refería la presentadora con “aprovechar la oportunidad”? Porque si para los espectadores es aburrida la premisa del encierro, imaginad para los concursantes. Cuando confiesan que sueñan con entrar al reality, el trasfondo es que quieren fama porque no hay otro logro que conseguir allí. Por eso, una vez comprobado que la fama tampoco era tan interesante, se echan a dormir.
Algo imposible para los participantes de La isla de las tentaciones que, o están pletóricos ante la experiencia que están viviendo o hundidos en su peor pesadilla, pero para ninguno es un paso indiferente. Juegan con sentimientos como el amor, el ego, los celos, el arrepentimiento, la rabia... tocan teclas tan potentes que son bombas de relojería. También hay muebles: a algunos tentadores ni se les ve. Pero los protagonistas son tan impactantes que ni se les echa de menos.
La casa de Guadalix también ha visto pasar todo tipo de sentimientos entre sus paredes, pero parece que ahora solo prevalece el del ego. Uno de los más aburridos y superficiales tanto para verlo como para vivirlo. Por eso, o tocan las teclas adecuadas para reavivar sentimientos, vivir nuevas experiencias y sorprender con giros de mecánica, o asistiremos a la debacle de un reality que poco a poco se está quedando sin alma.