Cuando en España sí se comía gato: “El hambre y la necesidad amplían las fronteras de lo que es comestible”

Ilustración de José Carlos Sampedro en 'Recetas del hambre' (Cátedra).

Iker Morán

18 de septiembre de 2024 22:02 h

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“Se están comiendo sus perros, se están comiendo sus gatos”. El método es el habitual en el universo Trump: un bulo utilizado para atacar a algún colectivo desfavorecido y que provoca sorpresa e indignación, pero que, por lo visto, funciona y acaba calando entre su público y potenciales votantes del candidato republicano. Lo soltó en el reciente debate electoral con Kamala Harris refiriéndose a los migrantes haitianos, a los que acusaba de estar alimentándose a base de las mascotas de los vecinos de Springfield (Ohio).

Más allá de la cara de la vicepresidenta Harris, del aluvión de memes y de lo preocupante que resulta que alguien puede llegar a creer semejantes patrañas, lo cierto es que, entre muchos otros enfoques, el asunto también tiene su vertiente gastronómica. Porque en Ohio, evidentemente, no se comen gatos a día de hoy. Pero puede que, en algún momento de la historia, en tiempos de escasez sí se hiciera. Así ocurrió, por ejemplo, en España durante los años de hambruna y la posguerra.

Algo de sobra conocido y documentado. Hasta tal punto que todavía sobreviven viejos recetarios donde se ha colado algún plato en que los gatos figuran como ingrediente alternativo e incluso el refranero popular mantiene intacto aquello de dar gato por liebre. De hecho, no es raro que cualquier persona de hace sólo dos generaciones mirase con cierta desconfianza si en el mercado un conejo se vendía sin cabeza.

Gato guisado o en salsa

“Yo estaba sentada a la mesa, al lado de mi abuela, pero no fui capaz de probarlo. Era un gato grande, precioso, de color canela. También comían gatos del monte, pero la carne sabía mucho más brava y era más dura, costaba mucho más cocinarlo”. Es uno de los testimonios que recoge el libro Las recetas del hambre. La comida de los años de posguerra (Crítica, 2023) y que resulta imposible no recordar ahora que Trump ha llevado a los titulares el tema de la cocina con mascotas.

“En el caso de la posguerra, no se puede decir que fuera la norma cultural, sino más bien la expresión de la ruptura del tabú, de una frontera. La idea es que el hambre y la necesidad amplía las fronteras de lo que es comestible”, explica Lorenzo Mariano, doctor en antropología y uno de los autores de este libro.

Relatos de hambre y tristeza y que rara vez se tienen en cuenta al escribir la historia gastronómica de un país. Pese a ello, estos platos de supervivencia sí que se han colado en algún libro que, de vez en cuando, reaparece en redes y se convierte en el tema de conversación durante unas horas. Ocurrió hace unos años con Recetas de las abuelas vascas (Ttartalo, 1990), escrito por José Castillo, donde una mujer de 80 años del pueblo alavés de Campezo compartía su receta de gato en salsa. La historia se repite en otro libro, esta vez con recetas de abuelas cántabras y donde figura, con más detalle e incluso el peso del animal, cómo preparar un gato guisado.

La supervivencia, ampliar esas fronteras de lo que se puede comer —apunta Mariano— “hace perder algo de nosotros, de nuestra identidad, y en los casos más graves, cuando más nos alejamos de la norma, la noción de persona para transitar hacia la animalidad, la barbarie”.

En el caso de la posguerra, no se puede decir que fuera la norma cultural, sino más bien la expresión de la ruptura del tabú, de una frontera. La idea es que el hambre y la necesidad amplía las fronteras de lo que es comestible

Lorenzo Mariano antropólogo y coautor de 'Las recetas del hambre' (Crítica, 2023)

Lo que comen los otros

El gato no forma parte de nuestra cultura gastronómica, por mucho que haya referencias y recetas ya en el siglo XV. Es un tabú, pero es cierto que tal vez haber escuchado las historias de nuestros abuelos sobre la necesidad de comer gatos haga que nos resulte en cierto modo más soportable que otros relatos que encontramos en el citado Las recetas del hambre sobre un plato hecho con carne de perro.

Al final, la comida es un elemento clave en la cultura y la identidad y lo que es tolerable o no cocinar viene definido por esos criterios. Lo que es una mascota o un posible alimento varía en cada sociedad y país, como sabrá cualquiera que haya asistido a la cara de sorpresa u horror al explicarle a un inglés que en España el conejo es una carne de consumo habitual. Para ellos, es una mascota, claro.

“La forma en que comemos, lo que comemos, tiende a definir formas identitarias, son hechos sociales performativos que construyen la identidad del grupo”, señala Lorenzo Mariano. Una identidad que también se construye en oposición a los otros y lo que comen. Y es ahí donde florece, más allá de chistes sobre la penúltima locura de Trump, la peligrosidad de su mensaje.

“Trump se hace eco de un tipo de bulo que construye una otredad bárbara. Funciona bajo las lógicas comunicativas contemporáneas, pero el significado que opera no es novedoso: supone construir al otro de una manera inferior, menos humana”, reflexiona el antropólogo. Un discurso de odio que convierte al migrante, al otro, no en alguien diferente que come de otra manera, sino en casi un animal que podría comerse tus mascotas.

 

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