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No es la Toscana turolense (ni tiene nada que envidiarle): una ruta de aceite y vino por el Matarraña

Venta D'Aubert (Teruel).

Iker Morán

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Parece lógico pensar que Calaceite (capital cultural de la comarca del Matarraña) o Beceite, otro municipio de la zona, deben su nombre a la importancia histórica del aceite de oliva en la región. Es una de las preguntas recurrentes de los cada vez más numerosos visitantes que se asoman a esta zona fronteriza de Teruel y Tarragona y donde, según a quien se le pregunte, se habla catalán o chapurreau

Pero en realidad el nombre con reminiscencias aceiteras es sólo una feliz casualidad porque su etimología es árabe y se debe a Qal'at Zayd (Castillo de los Zayd), que se levantaba en el actual Calaceite, o a Beit Zeid en el caso de Beceite. Aclarado el asunto y dejando a un lado debates sobre si se escribe Matarraña o Matarranya —ambas son oficiales y correctas, por cierto— de lo que no hay duda es que el aceite y el vino pueden ser un magnífico hilo conductor para adentrarse en este territorio.

Algunos hablan de él como la Toscana turolense o española. Una comparación un tanto desgastada que, en realidad, tampoco le hace justicia ni ningún favor. La variedad de paisajes, la riqueza gastronómica y cultural del Matarraña le confieren identidad y atractivo propio sin que haga falta tirar de esos tópicos turísticos. 'Ni es la Toscana ni falta que le hace' sería, de hecho, un excelente lema para dar a conocer este territorio donde, entre otras cosas, se come y bebe muy bien.

Empeltre y oleoturismo

Cosechas tempranas, menos producción, más calidad y unas presentaciones muy cuidadas. A grandes rasgos estos podrían ser los cuatro pilares que definen la nueva generación de aceites de oliva virgen extra que se producen en el Matarraña y que apuntan directamente a la alta gastronomía y al consumidor dispuesto a pagar un poco más por un aceite mucho mejor. O al visitante que quiere llevarse un sabroso souvenir.

De hecho, en muchos restaurantes de la zona se ha instaurado ya la degustación de aceites como un paso previo de sus menús. Una interesante apuesta para integrar estos AOVE de producción local como parte de la riqueza gastronómica en la región. Porque aquí siempre se ha producido aceite, aunque una helada a finales de los años 50 se llevó por delante gran parte de la industria del sector y forzó la migración de muchos habitantes de la zona.

Y es que las raíces de esa España vaciada de la que siempre se habla y los problemas del campo se remontan, en realidad, muchas décadas. Pero también han sido los olivos y el pujante mercado del aceite premium un motor económico del lugar y ha animado a algunos a quedarse. Por ejemplo, Diezdedos lleva más de una década produciendo aceites de oliva virgen extra con los olivos de su finca en Cretas.

Aunque la oliva negra de Aragón, la empeltre, es la reina de la región, ellos cultivan en ecológico otras cuatro variedades: la arbequina, también muy habitual en la comarca, y las más singulares arróniz, corbeta y frantoio. Sus coloridas pequeñas botellas con aceites monovatietales de cosecha temprana son habituales en muchos de los mejores restaurantes de la comarca, y los AOVE de esta casa han cosechado numerosos premios internacionales.

Cosechas tempranas, menos producción, más calidad y unas presentaciones muy cuidadas. A grandes rasgos estos podrían ser los cuatro pilares que definen la nueva generación de aceites de oliva virgen extra que se producen en el Matarraña

“Recoger las aceitunas dos meses antes reduce mucho su rendimiento, pero permite obtener un aceite de mayor calidad y con los polifenoles más altos”, explica Marc Hernández, de Mas del Castellans. Este pequeño molino de aceite situado en Calaceite es otro de los que ha apostado por producir menos y mejor, sumando además a su oferta diferentes actividades de oleoturismo.

Catas de aceite o paseos por los olivares en Segway son algunas de las propuestas de Mas del Castellans que vende aceites de las variedades empeltre, arbequina y picual. Todas las cultivan con un filosofía en línea con el proyecto Olivares vivos y apostando por esa cosecha temprana basada en recoger y molturar las olivas en verde.

Garnacha y Buñuel

En Tel·lúric también trabajan la aceituna empeltre para su AOVE. Una apuesta por la agricultura ecológica y regenerativa alrededor de una masía abandona del siglo XVIII que en 2007 comenzó a restaurar Xavier Pons. Aunque las segundas residencias o los hoteles rurales suelen ser el uso habitual de estas viejas masías, él optó por recuperar en esta finca del municipio de la Portellada el uso agrario habitual y comenzar a producir aceite y vino.

Cuentan que el cercano río Tastavins (catavinos) le debe su nombre a las crecidas que lo hacían inundar algunas bodegas cercanas. Es una de las teorías sobre el nombre que, en cualquier caso, deja clara la impronta histórica del vino en la comarca. Pese a ello, es cierto que el vino del Matarraña es un gran desconocido y que sus vecinos de la Terra Alta de Tarragona, por ejemplo, gozan de mucho más reconocimiento.

Las vides no entienden de fronteras así que, lógicamente, las variedades a uno y otro lado son muy similares, con la garnacha blanca, gris (peluda) y negra como tres de las más habituales en las 16 bodegas que producen en la zona. Algunos lo hacen bajo la Indicación Geográfica Protegida (IGP) Vinos del Bajo Aragón, otros defienden la creación de una Denominación de Origen (DO) propia, pero no faltan quienes prefieren ir por libre, sin unas normas que indiquen qué hacer o no.

Volviendo a los campos y vinos de Tel·lúric, su G100 con garnacha tinta de cepas viejas es una referencia interesante, aunque también producen rosados y blancos. De todos modos, merece la pena catarlos allí, como parte de una visita a la finca, situada en un lugar realmente precioso.

Cuentan que el cercano río Tastavins (catavinos) le debe su nombre a las crecidas que lo hacían inundar algunas bodegas cercanas. Es una de las teorías sobre el nombre que, en cualquier caso, deja clara la impronta histórica del vino en la comarca

También es muy buena idea acercarse a Cretas para conocer Mas de Torubio, una pequeña bodega familiar ubicada en el centro del pueblo que produce menos de 50.000 botellas al año de las siete referencias que venden ahora mismo. 

Enrique Monreal, enólogo de esta casa, defiende los vinos de territorio, con las garnachas blancas y peludas como protagonistas de sus dos vinos más destacados: La Clota y La Pou, cuya versión blanca fermentada en barrica luce especialmente y muestra el potencial de la zona.

No muy lejos, en la carretera que va de Cretas a Calaceite, la bodega Lagar d'Amprius es una de las más grandes de la zona, aunque seguimos hablando de producciones muy pequeñas. Aquí juegan con más referencias, se atreven con un vermut, con un blanco de uva gewürztraminer que presume de ser la cultivada más al sur de Europa, y producen un par de vinos (Nazarín y Kolenda) dentro de su colección dedicada a Buñuel.

Otro nombre imprescindible en la historia reciente del vino en Matarraña es Venta D'Aubert. Una pareja de artistas suizos fue, hace ya muchos años, pionera en la apuesta por la elaboración de vinos de calidad en la zona y ahora la bodega forma parte de Solo Houses, un singular proyecto arquitectónico experimental en la comarca. Sus vinos elegantes y con mucho potencial de envejecimiento son, seguramente, los que menos presentación necesitan de los que se elaboran en Matarraña. Trabajan, entre otras, las variedades merlot, viognier, syrah o monastrell y sus vinos son también los de precios más altos de la zona, incluyendo alguna edición limitada en colaboración con artistas que se encargan de la etiqueta. En cualquier caso, merece la pena una de sus catas y visitas a viñedos cuando se está por la zona.

Si Solo Houses representa esa parte más mediática y conocida del Matarraña, nada mejor que terminar esta ruta en una microbodega como Mussols, en la localidad de Fórnoles. Una apuesta por los vinos naturales que incluye espumosos con método ancestral, brisats (los famosos orange) y que incluso busca entre viejos viñedos para dar con uvas Malbec en Valderrobles, otro de los municipios más bonitos de la comarca. 

Una propuesta para amantes del vino que siempre anden buscando cosas diferentes y que, por ejemplo, podrán encontrar en el recomendable restaurante del hotel La Fábrica de Solfa en Beceite.

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