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Crónica desde el Atlas: una ruta de cuatro días hasta el tercer pico más alto de Marruecos

Las mulas en la llanura frente a la montaña del M'Goun, el tercer pico más alto de Marruecos.

Soraya Aybar Laafou

Marruecos —

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Entre el sonido de los zapatos sobre las rocas de la montaña y las rachas de viento, que soplan con fuerza mientras asciendes las cordilleras, se abre un paraíso natural. Ayoub Nabil lleva la delantera y aunque conoce cada paso y todas las llanuras de la región de Ifri n Ait Kherfalla en el Alto Atlas Marruecos, no puede contener el brillo de sus ojos. El guía bereber nació en Ait Bou Ouilli, donde comienza el viaje de cuatro días entre los macizos de las montañas más altas del país del norte de África. 

En esta región se levanta el M'Goun, el tercer pico más alto de la cordillera del Atlas marroquí con 4.071 metros de altitud. Un viaje de contrastes y encuentros locales entre los valles de Bougmez que está hecho a medida para los amantes de la naturaleza y el senderismo.

Día 1: de Ait Bou Ouilli a Tasgaiwalt, un camino repleto de vida

El primer día de senderismo comienza con un pequeño recorrido en coche a la última aldea habitada antes de adentrarse en Imi n Dug ni, a 1.631 metros de altitud. Un grupo de niñas forman un coro alrededor de las mulas que nos acompañarán durante la travesía mientras cargan las tiendas, mochilas y demás equipo para acampar durante tres noches.

En las primeras horas de la mañana, varias mujeres extienden mantas, ropa y manteles en la afluencia del río y, con fuerza, enjabonan y frotan. Un poco más adelante, un joven pastorea un centenar de cabras. Algunas esquivan las indicaciones del pastor mientras que otras siguen el sendero, que comienza a erguirse con el paso de las horas. “¿A qué nunca imaginarías encontrarte con gente por estas montañas?”, pregunta Ayoub. No le falta razón.

Las mulas, que habían partido a la vez que nosotros, han desaparecido del sendero y avanzan unos metros por delante. Cuando el reloj marca las dos y la respiración empieza a agitarse a medida que aumenta la ascensión, aparecen. La comida está lista: una ensalada bereber y unos pimientos rojos y verdes salteados. No puede faltar el té marroquí. 

Al reiniciar la ruta, Ayoub nos recuerda el objetivo del día: “Hoy vamos a subir hasta los 2.600 metros”. De pronto, una llanura y un suspiro que la acompaña. El descanso es breve pero el entorno ya adelanta el plan para los próximos días: silencio y nada de cobertura móvil. “Cuando subamos esta montaña, veremos el campamento para esta noche. Ya queda menos”, explica. Y así es, una hora después, el sol está empezando a ponerse y en el horizonte, tras la subida más elevada de la jornada, se divisa una tienda alta y blanca. Los dos hombres que viajan con las mulas preparan los butanos para calentar la comida dentro del campamento. Ayoub cocina un cuscús y el viento sopla fuera: “Esta noche se verá la vía láctea”.

Los dos hombres que viajan con las mulas preparan los butanos para calentar la comida dentro del campamento. Ayoub cocina un cuscús y el viento sopla fuera: 'Esta noche se verá la vía láctea

Día 2: de Tasgaiwalt hasta el refugio de la llanura del M'Goun o el viaje al centro de la Tierra

Huele a té, para variar. Los primeros rayos de sol se cuelan entre los picos que pintan el paisaje mañanero. Ayoub duerme a la intemperie. Lo prefiere, dice. Con las tiendas replegadas, las mulas ya están de nuevo preparadas para seguir la ruta. Ayoub señala el punto más alto de la montaña por donde aparece, poco a poco, el sol. “Subiremos hasta allí”, explica. A las nueve de la mañana, el corazón dispara las pulsaciones y el calor empieza a apretar. Es entonces cuando la mente juega un papel fundamental, casi vitalicio. “Puedes. Verás qué bien te vas a sentir cuando lo consigas y termine el día. Esta noche dormirás como un bebé”, te repites una y otra vez.

Dos horas después, las mulas vuelven a adelantarnos y, con dificultades, suben el último tramo de la primera cordillera del día. La mañana se hace larga y después de cinco horas de camino y alrededor de 25 kilómetros a nuestras espaldas, un plato de lentejas y una siesta a la sombra de una de las rocosas montañas nos devuelven la fuerza para seguir.

A 2.990 metros de altitud, el frío hiela los huesos y las fuertes ráfagas de viento adelantan lo impredecible: 'Si sigue así durante la noche, no podremos subir a la cumbre del M’Goun. Puede ser peligroso

Tras casi un día de silencio y una travesía inhabitada, al fondo de una llanura aparece un edificio construido con piedras: el refugio de M'Goun. Una pareja de senderistas acampa al lado del refugio y dentro, una ducha y un refresco frío ponen fin a la jornada. A 2.990 metros de altitud, el frío hiela los huesos y las fuertes ráfagas de viento adelantan lo impredecible: “Si sigue así durante la noche, no podremos subir a la cumbre del M'Goun. Puede ser peligroso”, explica el guía local.

Día 3: de la llanura del M'Goun hasta Zaouiat Ahansal

A las 5 de la mañana las estrellas alumbran la llanura frente a la que se levanta el M'Goun. El viento no cesa y las posibilidades de subir hasta el objetivo más elevado del viaje se desvanecen. La naturaleza ha cambiado los planes de la travesía. “La montaña no se va a mover de aquí. Ahora tenéis un buen motivo para volver”, bromea Ayoub. Ahora, el objetivo es otro. En frente del M'Goun hay otra cordillera que casi roza las nubes: 3.053 metros de altitud. El punto más elevado de nuestra ruta. 

El camino hasta la cima parece interminable. Las mulas de otro grupo de senderistas bajan rápido y el guía, que también frecuenta esta zona del país, se para a charlar con Ayoub. Con la fuerza de un tercer día de senderismo, las botas ya están empolvadas y sueñan con pisar la roca más alta. “Enhorabuena”, dice Ayoub. “Ya hemos llegado”. Una sensación de éxtasis inunda el cuerpo y la mente.

Durante la tercera noche de acampada las sensaciones son otras: satisfacción, agujetas y un estómago que ruge y pide alimento. Esta vez no hay viento y el sonido de una notificación del móvil suena por primera vez en dos días

Durante la bajada la meta ya es otra: “¿Cuándo repetimos? Me gustaría conocer otras rutas del país”, pregunto a Ayoub. El guía sonríe. “Tienes suerte de vivir aquí”, añado. Durante la tercera noche de acampada las sensaciones también son otras: satisfacción, agujetas y un estómago que ruge y pide alimento. Esta vez no hay viento y el sonido de una notificación del móvil suena por primera vez en dos días.

Día 4: la vuelta a Ait Bou Ouilli

No es lo mismo casa que hogar. Una casa es el espacio físico donde habitas y convives. Hogar, en cambio, es ese lugar que va más allá de las cuatro paredes de una casa. Ahí donde sientes que dejas algo o que, en mi caso, has descubierto el refugio y la calidez humana. Durante las primeras horas del cuarto día de travesía por las montañas del Atlas, pienso en que he construido un hogar en cada una de las localizaciones donde hemos pernoctado. Ait Bou Ouilli es la guinda del pastel y el destino final. El hogar de Ayoub y, ahora, un poco más mío. 

La ascensión es costosa, pero el descenso agota. Con los gemelos engarrotados y la punta de las botas a punto de explotar, comienza el último día de senderismo. Detrás de nuestros pasos dejamos una montaña que se cubre de un cielo gris que, con el paso de las horas, empieza a tronar. “Nos hemos librado de una buena tormenta”, dice Ayoub. Volvemos a encontrarnos con la hilera de agua que forma uno de los ríos que baja de esta zona del Alto Atlas marroquí.

En el último descenso, empezamos a vislumbrar los edificios propios de la cultura tradicional bereber. Ayoub explica que el principal sistema de construcción de las casas de esta zona del Atlas se llama tapial, tabut en amazigh

En el último descenso, empezamos a vislumbrar los edificios propios de la cultura tradicional bereber. Ayoub explica que el principal sistema de construcción de las casas de esta zona del Atlas se llama tapial, tabut en amazigh. La técnica, que procede de la época de los fenicios, está formada por tablas, cuerdas y tierra que, prensada, llenan los huecos hasta formar gruesos bloques de arena y piedras. Dentro, una explosión de pinturas y colores decoran los techos y paredes: “Es un arte que se está perdiendo poco a poco”, desvela. 

Avanzamos en la recta final por una de las afluencias del río seco que cruza Ait Bou Ouilli. La última cuesta es eterna, pero huele a hogar. También a lluvia. Un par de horas después de poner fin a los más de 52 kilómetros de travesía empieza a diluviar. Tras el sonido de la lluvia contra el suelo, se escucha la fuerza del agua. Es el río. Se ha llenado. La bendita naturaleza.

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