La pausada Tetuán, la azulada y bella Chauen y la caótica y magnética Fez son tres de las paradas imprescindibles de este viaje por el norte de Marruecos en el que, cada una de ellas, te sumergirá en un país diferente al anterior. La variedad de paisajes, medinas y callejuelas que te esperan en esta ruta de una semana harán que no eches en falta ni la típica noche en el desierto ni la muy manida visita a Marrakech. Este Marruecos es diferente, tal vez más auténtico, aventurero y especial.
Este viaje comienza en Tánger, una interesante parada sobre la que ya te hablamos en este otro viaje por la costa atlántica marroquí, así que en esta ocasión solo la utilizaremos como puerta de entrada y salida al país. Sin embargo, la historia de la ciudad y su pintoresca Medina merecen mucho la pena, por lo que puede ser una opción ideal para gastar los últimos cartuchos (y dírhams) antes de abandonar Marruecos de vuelta a casa.
Tánger tiene un aeropuerto internacional al que se puede llegar en vuelo directo desde Valencia, Sevilla, Madrid, Barcelona, Málaga o Bilbao. Como alternativa, puedes entrar en Marruecos en el ferri que conecta Algeciras con Tánger y así, sumergirte de lleno en la auténtica experiencia marroquí. Esta opción te permitirá también utilizar tu propio vehículo durante la ruta, aunque puedes recorrerla perfectamente haciendo uso del transporte público y de esos míticos Mercedes de ocho plazas que funcionan como taxis colectivos en todo el país. Otra experiencia para recordar.
Pasar desapercibido en las calles de Tetuán
Tetuán es una de las mejores ciudades de Marruecos para tomar contacto con el país. Su Medina, patrimonio mundial de la UNESCO, es un continuo trasiego de gente que se dedica al comercio local, en lugar de a la venta de recuerdos y productos típicos —y al consabido regateo— de otras ciudades más turísticas.
Los hornos cociendo pan y los cafés con olor a té a la menta, siempre rebosantes de locales, son otro de los atractivos de la primera de las medinas que visitaremos en este viaje. Abre bien los ojos porque puede que, de entre todas, su recuerdo sea uno de los más genuinos de los que te lleves a casa.
Muy cercano a la Medina y separando esta de los barrios más nuevos de la ciudad, se encuentra la zona conocida como Ensanche, un barrio construido durante la época del protectorado español que te recordará, muchas veces, a la arquitectura del sur de nuestro país. En este barrio se encuentra el Cine Español, un antiguo teatro con mucha solera en el que hoy se proyectan películas: si te escuchan hablar en nuestro idioma no es raro que te inviten a pasar a disfrutar de la película y del interior del lugar. Merece la pena.
Para terminar esta ruta por una de las ciudades más auténticas de Marruecos, te recomendamos dar un paseo por el mercado de abastos y el zoco de los artesanos, en el que encontrarás joyeros, fabricantes de babuchas o peleteros. Y es que, aunque tengas en mente las curtidurías de Fez, que sí, son de obligada visita, también existe una pequeña curtiduría en Tetuán. No te la pierdas.
Caer rendido ante los encantos de Chauen
Te vas a enamorar. No nos cabe la más mínima duda de que es lo que va a ocurrir en cuanto pongas un pie en las calles empedradas de esta ciudad que, si bien es una de las visitas más turísticas del norte de Marruecos, se ha ganado el hype a pulso (y a golpe de rodillo).
La llamada ciudad azul de Marruecos es un encantador y luminoso laberinto pintado de todos los tonos de azul que puedas imaginar, que invita sobre todo a pasear sin mapa, GPS ni rumbo definido. Seguramente, serán los rincones en los que han dispuesto pequeñas macetas pintadas de colores, las preciosas y también azules puertas que se suceden a lo largo de sus calles o algunas de las tiendas de tintes, especias o jerséis de lana, los que guiarán tus pasos. Y está bien así.
Chauen es uno de los telones de fondo más típicos en las fotografías de Marruecos, y es que cualquier rincón al que mires, cualquier escena que se suceda en esta especie de ciudad bajo el mar, te apetecerá congelarlo en forma de foto.
Chauen es también el lugar perfecto para entablar conversaciones más o menos largas con sus gentes, siempre amables y dispuestas a pasar un buen rato de charla. Si hay un lugar en el norte de Marruecos en el que merezca la pena reservar un tiempo y algunos dírhams para llevarse a casa un recuerdo artesanal en forma de alfombra, prenda de abrigo, cerámica o cestería, es la ciudad azul.
No deberías irte de Chauen sin acercarte a la fuente de Ras El Maa, un pequeño arroyo muy cercano a la Medina que, además de ofrecer buenas vistas de los alrededores, sirve como lugar de reunión para familias y grupos de amigos locales.
Perderse en Fez, una y mil veces
A pesar de haber experimentado un aumento del turismo en los últimos años, Fez sigue siendo una de las ciudades más fascinantes de Marruecos. En esta ciudad imperial necesitarás, al menos, dos días para poder disfrutar de cada una de sus capas, que irás descubriendo conforme te vayas habituando a su peculiar manera de existir.
Las angostas y oscuras calles de su Medina, la más grande del mundo y una de las más antiguas del mundo árabe, y la mágica manera en la que algunos tímidos rayos de sol iluminan pequeños detalles a tu paso, podrían ser la única excusa que necesitas para iniciar este viaje por el norte de Marruecos.
La Medina de Fez es mística, magnética y, a ratos, realmente incomprensible. Dicen que, a día de hoy, sigue sin existir ningún plano que detalle al completo este inmenso laberinto en el que, a pesar de los carteles orientativos dispuestos en cada cruce en los últimos años, perderse no solo es lo habitual, sino una de las experiencias más recomendables que hacer en la ciudad.
Las puertas Bab Bou Jeloud son el mejor punto de partida para comenzar un recorrido en el que encontrarás bonitas mezquitas y madrazas (como la impresionante Madraza Bou Inaia), puertas decoradas con miles de azulejos y motivos, puestos de comida típica y deliciosos zumos de naranja aquí y allá, pequeñas tiendas de lámparas —con aspecto de lámparas maravillosas—, alfombras, baratijas varias y mucha gente por casi todas partes. Y, por supuesto, el regateo, del que es casi imposible librarse en este lugar. Disfrútalo porque es toda una experiencia en sí misma.
En Fez hay dos postales imprescindibles que se quedarán grabadas a fuego en tus retinas. La primera es la visión de las curtidurías Chouwara desde alguno de los tejados que las rodean. Desde allí podrás observar (y oler, así que no digas que no a los hatillos de menta que te ofrecerán en los alrededores) las enormes cubas blancas repletas de cal, excrementos de paloma y orín de vaca, en las que los curtidores de Fez introducen las pieles de los animales para eliminar sus impurezas, antes de pasar a teñirlas en las coloridas cubas que se extienden a lo largo y ancho de este extraño y cautivador lugar.
La segunda imagen indeleble de esta ciudad única en el mundo es la de la puesta de sol sobre las colinas de la ciudad. Un momento mágico en el que los últimos rayos dorados del atardecer se mezclan con el polvo (y sí, también la contaminación) levantada por los coches, carros y transeúntes de los alrededores de la Medina, dando lugar a un espectáculo casi místico que, acompañado de la última llamada a la oración, constituye la mejor despedida posible a este viaje por el Norte de Marruecos.