Bésame mucho
Una columna de fieles espera su turno en el santuario de Loreto para saludar al papa Francisco. Quieren besarle el anillo. Él se retuerce, recula, quita la mano. No deja que se lo besen. El video apareció en redes sociales. Asomaron las críticas. Vino la aclaración: a Francisco no le gusta que le besen el anillo “por higiene”. Muchas bocas, muchos gérmenes, concentrándose en un solo anillo. Miren que tiene razón: los besos son una forma de transmitir nuestras bacterias al otro. Lo sabemos. Pero nos encanta andar por la vida intercambiando bacterias, ¿cierto?
Hay besos de respeto, como aquello de besar el anillo del Papa. Hay besos que son rituales de despedida: aquel beso en la mejilla para decir adiós. Hay besos que curan todas las heridas, siempre y cuando uno tenga menos de siete años. Hay besos que dan la suerte: eso lo aprendimos en las escenas de casino de las películas, cuando un personaje besa los dados antes de lanzarlos. Música de suspenso. Hay besos que cuestan la vida, según aprendimos con Mario Puzo: si un mafioso te besa, empieza a organizar tu funeral. Hay besos que te etiquetan de por vida: Judas, traidor por un beso. Jacob, ladrón de herencias ajenas, por otro beso. Hay besos. ¡Ay, besos!
¿Cuándo empezamos a besarnos? Según Vaughn Bryant, un antropólogo que se dedica a rastrear la historia del beso, el primer documento que describe a una pareja besándose es un Veda, hindú y escrito en sánscrito. Tiene más de 3.500 años. Mil años antes, en las paredes de los templos de Khajuraho, en la India, se esculpieron imágenes de besos. Bryant ha encontrado poemas sumerios, que hablaban de besos con labios y lengua. ¿Y antes de las crónicas, de las esculturas y de los poemas? El científico Irenäeus Eilbl-Eibesfeldt publicó en 1971 Love and Hate y en ese libro planteó que los besos humanos comenzaron cuando las madres alimentaban a sus bebés igual que hacen los pájaros: con comida que masticaban en su boca. Y así, labio a labio, comenzó un beso útil: uno que servía para llenar la barriga y aunque era un acto de amor -la madre que alimenta a la cría- no tenía contenido erótico.
El erotismo vino después. El beso se convirtió en algo tan íntimo que muchas prostitutas no besan a sus clientes en la boca. El beso se lo guardan para el amor. Pero el beso erótico no es patrimonio humano (y tampoco todos los humanos besan). Los bonobos se besan en la boca con mucha pasión. Y otros primates también se besan en tiempo de apareamiento. Pero también los animales se besan para mostrarse cariño. Lo hacen los chimpancés, los perritos de las praderas y las lontras. Y las madres besan a sus crías.
No a todos nos gusta besar. El beso romántico no es unanimidad, según la investigación que hicieron el antropólogo William R. Jankowiak, la investigadora del Instituto Kinsey Shelly L. Volsche y el estudioso de Estudios de Género Justin R. García. Fueron a buscar lo que el beso significa para 88 culturas y en 35 de ellas el beso romántico no existe. Los amantes no se besan en la boca en varias partes de la Amazonia, en el áfrica Subsahariana ni en Nueva Guinea.
El 13 de abril es el Día internacional del Beso. El origen no es muy claro. Se dice que es porque un 13 de abril una pareja en Tailandia estuvo besándose durante 58 horas consecutivas -¡haya aliento!- en un concurso. Y que ganaron poco más de 2.500 euros y dos anillos de diamante. Pero no encontré el relato original de la hazaña. Los besos nos traen alegrías. Según la neurociencia, aumentan los niveles de dopamina, serotonina y endorfinas. La dopamina nos excita. La serotonina y las endorfinas nos hacen sentir bien. Chao ansiedad. En un beso también suben los niveles de oxitocina en la sangre -la hormona del amor- que nos vincula con el otro. Y no hay nada como un beso bien dado para bajarle el nivel a la hormona llamada cortisol, la del estrés.
Celebremos este día y besen mucho. Que sea un día de mucha dopamina, serotonina y endorfinas.