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Tiempo de impunidad

Mariano Rajoy, entre María Dolores de Cospedal y Fernando Martínez-Maillo.

Suso de Toro

Envejecer tiene bastantes desventajas. A cambio, el tiempo nos enseña, incluso a los menos inteligentes, a reconocer puntos de giro, momentos de crisis que abren una nueva etapa histórica.

Tras morir Franco, comenzó a desarrollarse un proceso de continuidad política que este había pactado con los Estados Unidos, restablecer la monarquía de la casa de Borbón bajo forma parlamentaria. Aquellos planes de reforma chocaron con la realidad social y política y, obligados por la presión de partidos y corrientes que pretendían mantener ilegalizados, hubo que reformar la reforma. El rey apartó a Arias Navarro para poner a un Suárez que abrió un proceso constituyente y unos pactos vigilados y tutelados por los militares parieron esta Constitución.

Otro momento de crisis fue el final de Suárez que acabó creyendo en la democracia e incluso se creyó presidente de gobierno de una democracia. Entre el rey que lo había puesto, los militares que lo querían muerto y la oposición que lo quería depuesto, su etapa acabó. Suárez nunca fue capaz de aceptar que, como el príncipe Segismundo, había vivido un sueño y acabó condenado a permanecer encerrado en una pesadilla muda. Suárez fue el preámbulo, tras él comenzó la verdadera etapa de la restauración monárquica hasta aquí.

En la primera mitad de esa etapa reinó el PSOE de Felipe González hasta que una acumulación de soberbia, descaro, indolencia y cara dura acabó en dos episodios que descubrieron lo que había estado ocurriendo en los sótanos del cuartel de Intxaurrondo durante años y años y lo que significaba aquella frase guerrista: “Ellos ya han robado durante cuarenta años, ahora nos toca a nosotros, ¿no?”. Aparecieron los cuerpos torturados de Lasa y Zabala en Alicante y en Laos el director de la Guardia Civil fugado con la caja de los huérfanos de la Guardia Civil. Aquella etapa de alegría, prosperidad y derroche patrocinada por Europa acabó en estupefacción, desmoralización y bochorno.

La segunda mitad de esa etapa le tocó el turno al PP de Aznar quien, tras privatizar lo que aún había dejado González, saqueó el Estado para repartirlo entre sus amigos y luego entró en delirio. Aznar se vio como gobernante imperial, dialogó mentalmente con el Cid, Isabel la Católica y Carlos I de España y V de Alemania y jugó al squash y fumó puros con Bush Jr.

Todo acabó cuando un molesto petrolero naufragó frente a la costa gallega. Aznar quiso negar aquella realidad tan incómoda en medio de su labor de recadero de Bush para convencer a otros gobiernos de atacar Irak; tras fracasar la negación y ocultación de tamaño desastre, envió a Rajoy a recitar hilillos, galletas y lentejas de chapapote. Luego apoyó la destrucción de Irak y nuevamente mandó a Rajoy a las Cortes a defender el ataque. La sucesión de irresponsabilidades y mentiras se fue haciendo asfixiante y culminó con el atentado en los trenes de Madrid y la manipulación sin escrúpulos de algo tan terrible atribuyéndoselo a ETA. Llegados al nivel más bajo del pozo negro que habían cavado, el censo electoral los echó envueltos en su propia mierda, alquitrán y sangre.

Si Suárez fue el preámbulo, se puede decir que la etapa de Zapatero ya fue la agonía de aquella etapa. Su primera legislatura, tras enfrentarse a la administración norteamericana y traer las tropas de Irak y una serie de reformas, devolvió oxígeno a la sociedad y despertó ilusiones, pero también se pudo ver ya entonces que la derecha no permitiría perder su dominio. El PP de Rajoy sostuvo la tesis de que aquel atentado había sido parte de una estrategia interna para echarlos del gobierno. Su oposición desleal y cainita, aliada con los obispos y utilizando de forma implacable a la práctica totalidad de los medios de comunicación, la Brunete mediática, cuestionaba cualquier medida, ya fuese la ley del tabaco, listas paritarias o la ley de matrimonio entre personas homosexuales.

Finalmente Zapatero tocó dos nervios que afectaban a la base misma de los pactos de la Transición, la ley de Memoria Histórica y la revisión del “estatut” que reconocía el carácter nacional de Cataluña. Se fueron acumulando enemigos fuera y dentro y al final hubo una práctica unanimidad, había que liquidarlo. La crisis financiera y los errores cometidos en su gestión fueron el argumento para impugnar aquellas dos legislaturas.

Tras recuperar González, Guerra, Rubalcaba y su generación el control del partido en el congreso de Sevilla y tras aupar todos los poderes económicos y mediáticos a Rajoy al gobierno, se llegó a este final. Hace ya unos años que nos tienen encerrados en ninguna parte, atrapados en un limbo, flotando y sin tierra debajo.

La derecha, un partido concreto, el PP, con el consentimiento del otro partido con el que se turnó en el pasado, devoró el Estado completamente, comenzando por la Justicia. Y, lo que es peor, expulsó de cualquier consenso a corrientes políticas que en su inicio estuvieron en los pactos sobre los que se redactó la Constitución vigente. Así hay que ver la posición hoy de Izquierda Unida, heredera del PCE, y la de los nacionalistas catalanes. Esa Constitución ya es propiedad en exclusiva de un partido, o dos, y su Tribunal Constitucional para interpretarla también.

Y todo en nombre del patriotismo y la unidad de España. Lo mejor es que tras la bandera del patriotismo español se negocia la hacienda con el nacionalismo vasco que, tras aquella propuesta que hizo al Estado con el llamado “plan Ibarretxe”, tan demonizada en su día, ya ha renunciado a cualquier participación en ningún proyecto español común y aspira únicamente a su confortable soberanía económica.

Cosa que constatan con amargura los nacionalistas catalanes ante lo que consideran falta de solidaridad del PNV. Rajoy compra tiempo de gobierno con dinero de los presupuestos del Estado y, al tiempo, ha acorralado a unos catalanes que propusieron en su día una reforma estatutaria y ahora poder votar.  “Al plan Ibarretxe lo cepillamos antes de entrar en la comisión y al otro el proyecto estatutario catalán lo cepillamos como carpinteros dentro de la comisión”, resumió Guerra, y Rajoy se puede reír a carcajadas viendo cómo los que se dicen oposición en realidad no lo son y, encima, le hacen el engorroso trabajo de cepillador.

Esta etapa de un segundo gobierno de Rajoy, ganado gracias al dinero de la corrupción y consentido por el PSOE, será recordada como un tiempo de impunidad. Cuestionan al ministro de Justicia y sus fiscales y él se ríe, y hace bien porque sabe que él y sus compañeros de Gobierno y de partido son y serán impunes.

Pero en cada momento de crisis y final de época siempre había al otro lado una fuerza de oposición preparada y expectante para ocupar el Gobierno. Lo característico de este momento de crisis es que no la hay, por mucho que los entusiastas de uno u otro partido lo afirmen. De hecho eso es lo único que sostiene este gobierno de corrupción y desvergüenza. Es decir, es una crisis que se prolonga y a la que no se le ve salida.

Lo cierto es que la sociedad española, a pesar del empobrecimiento y del ataque al futuro de una generación, del vaciamiento de la caja de la seguridad social, de la persecución de la libertad, no ha tenido capacidad ni los instrumentos para echar a esta derecha. Hace años que el PP dejó atrás todos los límites democráticos, pero en la última semana han ocurrido dos episodios en esa Corte de los Milagros que imagino habrán desconcertado a los corresponsales de prensa extranjeros y que resumen la obscenidad de la actual vida pública española.

La embajada de un Estado soberano, la República de Venezuela, fue rodeada por cientos de personas organizadas y las personas en su interior estuvieron horas encerradas sin que la policía española interviniese. Dos días después PP, Ciudadanos y PSOE se oponen a que el presidente de la Generalitat catalana pueda hablar en dependencias municipales. Es decir, consideran que la capital del Estado no debe reconocer y recibir al presidente de los catalanes. ¿Cuál es el mensaje a la ciudadanía catalana? ¿Que Madrid no es su capital? La mayoría ya lo entiende así, no es preciso remarcárselo.

Lo cierto es que el único cuestionamiento, el único movimiento democrático está en Cataluña que, además de la oposición de los poderes de la derecha e identificados con el centralismo con todas sus armas mediáticas e institucionales, cuenta con la falta de reconocimiento y de solidaridad de buena parte de la población española.

Hace un par de días fue dado a conocer un manifiesto de apoyo a la petición de referéndum de cincuenta personalidades de varios países, ¿dónde está un manifiesto que pida algo semejante de personalidades de la vida cultural y social española?  

El ciclo histórico acabó pero, por primera vez, cuando el partido en el Gobierno se muestra corrupto hasta la putrefacción, no hay enfrente una oposición capaz y dispuesta a ocupar su lugar. Pero lo peor es la falta de cultura democrática y nervio cívico en la sociedad, eso es lo peor.

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