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Muere la mejor mente de la generación beat: Diane di Prima, poeta de menstruaciones y astros a la que intentaron silenciar

Recorte de la portada de 'Memorias de una Beatnik', de Diane di Prima

Luna Miguel

27 de octubre de 2020 15:27 h

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Veinticuatro horas después de que los primeros y sentidos pésames comenzaran a extenderse por las redes sociales —algunos poetas que la conocieron, la mítica editorial City Light Books, una revista de poesía de San Francisco…— la muerte de Diane di Prima todavía no ocupaba ningún titular ni en los medios generalistas estadounidenses ni en los suplementos literarios internacionales. Di Prima, de 86 años, falleció la noche del 25 de octubre de 2020 en un hospital de San Francisco, después de una larga enfermedad que padeció con la misma discreción y silencio que ahora el mundo dedica a su pérdida. Ella —o su alma— que luchó por visibilizar la literatura de otras mujeres, por llevar los nombres de las grandes poetas de su generación a los escenarios populares, a la crítica y a la academia; y por conceder a la poesía “de mujeres” el lugar que merece en nuestro canon (“soy mujer y mis poemas / son de mujer / fácil de decir / la hembra es dúctil / y caricia tras caricia / se prepara para la calma / masoquista”) desaparecía de esta vida con una irónica y triste ignorancia.

Ella —o su alma— que durante décadas y más de cuarenta libros de poemas a sus espaldas había escrito sobre la revolución, sobre el amor, sobre la amistad y sobre la fe, se desvanecía dando cuenta de que todavía hoy los reclamos del feminismo literario por los que tanto peleó son más que necesarios. Pues incluso para ella —o para su alma—, la que tal vez se convirtiera en la mejor escritora de la generación beat, incluso la muerte significaría un desmedido privilegio.

Diane di Prima nació en Brooklyn en 1934, y aunque su nombre comenzaría a hacerse conocido con su involucración en el movimiento beat a finales de la década de los 50, desde muy joven, con apenas quince años, se había dedicado a escribir poemas y a compartirlos con la que fue una de sus mejores amigas de adolescencia, la también poeta y activista afro-queer Audre Lorde. Juntas pasaron media vida corrigiéndose, publicándose la una a la otra y entrecruzando las referencias y los temas de conversación que definirían sus poéticas. Mientras que Lorde sería recordada como “la voz lesbiana del feminismo negro”, a Di Prima sus compañeros de generación la colocarían en el relegado podio de “la autora de Loba, el Aullido femenino”.

Precisamente Loba —un proyecto literario muy ambicioso con el que Diane di Prima pasó décadas corrigiendo, añadiendo y ampliando textos hasta lograr una suerte de novela en verso sobre la representación de la feminidad tanto en la literatura como en la religión— lleva en la contracubierta de su última edición en Penguin Books una cita reveladora de Lawrence Ferlinghetti. El mítico beat, colega suyo y reputado editor, señaló: «en el siglo XX, la mujer se ha liberado a sí misma del pedestal sobre el que había sido colocada, principalmente por los hombres, Loba vuelve a concederle el trono, aunque esta vez sea uno hecho por sí misma».

Como si se tratara de una reescritura del mítico lema anti patriarcal de su amiga Audre Lorde: «no se puede desmontar la casa del amo con las herramientas del amo», el texto de Loba significó durante las décadas de los 70 y hasta casi los 90 una patada a todo aquello en lo que la mercadotecnia editorial había convertido a la generación beat: un grupo de chicos enfermizos, de hombretones violentos; el gusto por la narración caótica del sexo, las drogas, las pancartas hippies; música en las radios de los personajes narrados en lugar de musicalidad en la narración de los propios textos; Mexico, Japón; y ese leve tonteo con el budismo y el ecologismo, que luego sólo desarrollarían con sentido crítico voces como las de Gary Snyder, Joanne Kyger o la propia Diane di Prima. Y después, el olvido.

Porque como aseguraba Joyce Johnson en Personajes secundarios, lo beat les perteneció a ellos, lo nuevo les perteneció a ellos, la revolución llevaba su nombre, dejando los reclamos de tantas autoras en un segundo plano, en una nota al pie de página en la vida de Jack Kerouac, Allen Ginsberg o Gregory Corso. Quizá con cierta culpabilidad, el propio Corso diría lo siguiente en una conferencia de 1994: «Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometería a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas». Y así fue. Ya en 1983, en Personajes secundarios, Johnson narró la vida y desgranó la obra de algunas de las “acompañantes” de esos chicos rebeldes. Contó de qué manera sus círculos íntimos las despreciaron, y no sólo sus familias, también los celebrados poetas, los más politizados, los que por mucho que dijeran intentarlo, jamás supieron aliarse con ellas.

Un poco más tarde, en 2015, la poeta y traductora mallorquina Annalisa Marí recuperaría la célebre frase de Corso para compilar por primera vez en español a todas las poetas de la generación beat, incluyendo algunos de los poemas más conocidos de Diane di Prima entre ellas. Gracias a su Beat Attitude: Antología de las poetas de la generación beat, publicado casi simultáneamente en Francia y en España, una nueva generación de lectoras preocupadas por la recuperación de algunas de estas maestras, accederían por primera vez a esa lista de nombres: Elise Cowen, Denise Levertov, ruth weiss, Lenore Kandel… «Hubo mujeres», escribe Marí, «su obra es más extensa y coherente de lo que parece».

La coherencia es fundamenta a la hora de mirar la herencia que nos deja Diane di Prima. Hermana, casi literalmente, de dos de las escritoras más reivindicativas de su tiempo, la ya citada Audre Lordre y la ensayista y poeta Adrienne Rich —quien le dedica hondas reflexiones en sus ensayos sobre la maternidad, pues Di Prima escribió sobre el aborto, sobre la menstruación, sobre la crianza de sus cinco hijos—; hija, casi literalmente, de la imaginista Hilda Doolittle —de ella aprendió el culto a la Grecia clásica, al ferviente Eros, y no en vano durante muchos años se carteó con su colega y amante Ezra Pound—; y madre, casi literalmente, de una nueva ola de escritorxs estadounidenses que hoy practican con sus versos otro activismo voraz: Trisha Low, Danez Smith o Dorothea Lasky, por ejemplo.

Diane di Prima sigue siendo una fuerza arrolladora. Un ancla con el pasado y con el presente. La escritora que nos señaló la importancia de recordar a nuestras diosas, de recordar a nuestras madres y de escribir con las manos y los dientes sucios, llenos de tierra. Diane di Prima escribió contra el escritor macho, ya en los tiempos en los que era joven y participaba en orgías con los chicos rebeldes —lo cuenta en el divertido Memorias de una Beatnik—, visibilizó gestaciones y sangres como nadie lo había hecho hasta la fecha en la literatura estadounidense, y recuperó el ritmo de los signos astrales, siendo pionera en una escritura visceral que aún hoy se practica.

Han pasado poco más de veinticuatro horas desde que las redes sociales empezaran a poblarse de recuerdos, de pequeñas manifestaciones de amor hacia su también amorosa figura. Las grandes cabeceras siguen sin teclear su nombre. Los poquísimos titulares continúan hablando de ella como la amiga de… —y a continuación una lista de los hombres cuyo reclamo, cuyo supuesto “gancho”, contribuye a silenciarla—. En un primer momento, la ausencia de noticias al respecto de su pérdida podía verse como una esperanza: sigue viva, sigue viva, es un bulo, sigue viva… Ahora, confirmado su fallecimiento, el borrado y el olvido sólo puede verse como una desgracia. Diane di Prima fue y seguirá siendo la mejor mente y el mejor aullido de la generación en la que la encasillaron. Su poesía debe ser urgentemente leída y celebrada. O recuperando sus versos: «¿qué ritmo añadir al silencio / qué aplauso?»

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