No se autoestiman pero puede que se quieran
No se autoestiman, pero puede que se quieran y andan por ahí. No se autoestiman, no han cedido al principio de realidad, no dan por buenos sus defectos y, según cuentan, tampoco los justifican con oportunas citas literarias. Andan por ahí aunque no es fácil advertirlo porque tienen talento para la discreción. No obstante, a veces se producen avistamientos. Por ejemplo, el de aquel padre, o abuelo, no se sabe con seguridad: dicen que llegó al cine cuando la película aún no había empezado. Iba acompañado de su hijo, o quizá nieto, un chico con una minusvalía que tendría entre veinte y treinta años. El padre, o abuelo, antes de sentarse miró a su alrededor y su mirada no dejaba traslucir tristeza, ni cansancio, ni tampoco falsa felicidad, no exhibía el orgullo de estar haciendo lo que debía hacer, no pedía compasión ni reconocimiento. Miraba cuánta gente había en el patio de butacas, luego se quitó el abrigo azul marino, se sentó junto a su hijo, o su nieto, y no se autoestimaba pero se quería, y quienes le habían visto sintieron el orgullo de pertenecer a la misma especie que aquel padre o abuelo y aquel hijo o nieto.
Días antes una mujer de unos cuarenta años que tenía prisa y devoraba la calle con su paso a punto estuvo de arrasar a otra que le doblaba la edad pero entonces la vio: a sus tal vez más de ochenta, la mujer se apartó sonriendo; la más joven vio en esa sonrisa comprensión y al mismo tiempo sabiduría, como si la sonrisa dijera: yo también tuve tanta prisa, yo también estuve a punto de llevarme ancianas por delante, y aunque ahora no puedo correr sé que a veces sientes que si no te apresuras no habrá valido la pena.
Algunos avistamientos tienen nombre y apellidos. JD, ya jubilado, os cuenta que en su trabajo tuvo la oportunidad de ganar un millón de pesetas de entonces sin apenas comprometerse, sólo si hubiese vendido algo que no era suyo y luego hubiera alegado rotura o pérdida. No os lo cuenta con orgullo sino que, con infinita elegancia, os transmite la duda sobre si hizo bien al rechazar aquella oferta: acaso su familia, dice, habría vivido mejor si él hubiera aceptado. Sabéis que JD en realidad no duda, sabéis que sabe que hizo bien pero, como no se autoestima y como tiene talento para la delicadeza, guarda la duda y os la ofrece, lo que es como decir: mirad, si os hubiera pasado también os habríais comportado así. Último avistamiento de hoy: MMA, a sus setenta y nueve, ha vivido el triple que la mayoría, y una noche estáis en su casa, sois más jóvenes, habláis del bien y del mal, de los gobiernos, del comunismo, de los errores. Ella os oía callada pero ahora toma la palabra y, sin que sepáis cómo, hace aparecer en la habitaicón la China de Mao entera, con sus distancias y sus personas hambrientas. Luego MMA, que no se autoestima, habla de lo que otros hicieron, de la tarea gigante, las escalas y el breve espacio de tiempo que ocupamos: fuimos nada, un día cualquiera seremos nada otra vez. Aunque no lo dice, todo su discurso trata de vuestras palabras que son como polvo: a veces brillan y no está mal que brillen, pero flotarían más lentamente si tuvieran un poco de modestia.
No se autoestiman, no trazan una raya entre quienes se venden y quienes no se venden, entre claudicar y cantar victoria. Andan por ahí, saben que la batalla no termina ni siquiera con la muerte.