Billy Wilder es devoto de Francisco I
A Billy Wilder le gustaba más Bing Crosby que Frank Sinatra. En su explicación no negaba el talento de “La Voz” pero advertía cierta impostura evidente frente a la espontaneidad y el fraseo simple y transparente de Crosby. Aquí, en este vídeo, podemos ver a Crosby con Louis Armstrong y, acto seguido, en un dúo con Sinatra. Ambas escenas pertenecen a la película High Society de Charles Walters. En la primera se disfruta en todo su despliegue el talento de Crosby y en la siguiente, frente a frente con Sinatra, se nota que, a pesar de ser un duelo de titanes, Frank se aprovecha del personaje que interpreta, alguien un poco perjudicado por el trago, para llenar de gestos su actuación hasta rozar casi una machietta, término que se utiliza en la jerga teatral para señalar que un actor ridiculiza a su personaje cargando las tintas.
En el libro de conversaciones con el también realizador y periodista Cameron Crowe, Billy Wilder expresa su rabia hacia la Academia de Hollywood por no haber premiado con un óscar ningún trabajo de Cary Grant, salvo el de reconocimiento a su carrera profesional. “Los actores que suelen hacer protagonistas tienen que cojear o hacer de retrasados para obtener un premio [se refiere a Dustin Hoffman que obtuvo un óscar por su rol de joven autista en el film Rain Man]. Nunca ven al tipo que se esfuerza al máximo y consigue que parezca fácil. No les basta con que abra un cajón con elegancia, saque una corbata y se ponga una chaqueta. ¡Hay que sufrir! Entonces te ven”.
Esta explicación sirve para entender mejor por qué prefiere a Crosby frente a Sinatra: si bien Sinatra roza el cielo, se le nota el temblor de la falsificación. A Bing Crosby, no.
George Smiley, el espía creado por John le Carré, se relaciona de igual manera con James Bond. El modelo de Bond proviene de la La Ilíada, el agente es una suerte de Aquiles metido en tramas que se mueven a través de innumerables luchas cuerpo a cuerpo que mantiene con todo tipo de enemigos. Bond es una machietta. Frente a él, George Smiley no es un héroe, sino todo lo contrario. En Llamada para un muerto, la primera novela en la que Le Carré presenta a Smiley como personaje de la saga, aparece como alguien vulgar e incluso gris. Un hombre frustrado, cuyo afán era formar parte de la vida universitaria de Oxford leyendo a los poetas barrocos alemanes y acaba en las oscuras cloacas del servicio secreto inglés. Se entristece, por su profesión, al tener que eludir “las tentaciones de la amistad y la lealtad humanas”. Escribe Le Carré: “Gracias a la energía de su inteligencia, se obligaba a observar a la humanidad con objetividad clínica; pero ya no era ni inmortal ni infalible, detestaba y temía la falsedad de su vida”.
El cardenal Jorge Bergoglio, elegido papa como Francisco I, asume su nuevo rol en la línea de los personajes de Cary Grant, más cerca de Smiley que de Bond (teme la evidencia de la falsedad: rechaza el papamóvil, por ejemplo) y lejos del kitsch de sus antecesores. Quizá el hecho de ser jesuita tiene mucho que ver en esto.
La Compañía de Jesús, como es sabido, fue fundada por Íñigo López de Loyola y su fin es ser los ojos, los oídos y el cerebro de Dios sobre la Tierra. Es decir, ser aquellos que traduzcan a la grey católica los fenómenos que el mundo presenta: el marxismo, la biología o la teoría de Darwin. Estamos entonces frente a una orden fundamentalmente intelectual y de ahí que uno de sus focos sea la educación. Descartes, Fidel Castro y Alfred Hitchcock se formaron en instituciones jesuitas. En su trabajo de traducir la realidad y llevar la palabra de Cristo, el jesuita vasco Pedro Arrupe dio un gran paso al concebir el concepto de inculturación con el que define la adaptación del mensaje a las formas más diversas. Arrupe lo llevó al Japón (fue testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima), tomando el acervo cultural oriental y tratando de usar al mismo como agente transmisor. Este es el ADN de Francisco I, que ha demostrado, siendo un intelectual de gran vuelo, tener una cercanía inédita con el pueblo en comparación con sus antecesores. Y es que los jesuitas respetan una máxima que puede ser vista como una demostración de humildad o como la suprema expresión de la falsificación: callar las cosas que uno logra; lograr grandes cosas más allá de que después se pueda ser admirado por ellas. Ya que toda su labor es Ad maiorem Dei gloriam, para mayor gloria de Dios.Francisco I no sufre en público como Juan Pablo II; teniendo mayor vuelo no ejerce de erudito oficial como Benedicto XVI. Simplemente es uno más. Como diría Billy Wilder, es admirable en su parecido a la gente corriente. Puede que Francisco I, usando la figura acuñada por Vargas Llosa, haya alcanzado una de las más altas expresiones de la verdad de las mentiras.