Chicos malos
Me van a perdonar que hable de cierta persona en una sección cultural; yo misma no sé si podré hacerlo, pero de cualquier manera allá vamos. Justin Bieber es noticia. Otra vez. Al menos en esta ocasión la novedad está en relación con su faceta como cantante: el canadiense llegó dos horas tarde a su concierto del pasado martes en Londres y luego ocurrieron dos cosas: se disculpó a través de su cuenta de Twitter y la venta de entradas para conciertos posteriores se ha desplomado.
En fin, una noticia sin mucha más miga. Lo que ocurre es que cuando semana tras semana las secciones culturales se hacen eco de los pequeños acontecimientos de la vida de este jovencito, esa constancia acaba despertando la curiosidad y una se pregunta qué puede ser tan relevante. ¿Cuál es la maldita noticia?
En los últimos tiempos, parece ser que el candoroso cantante se está convirtiendo en un joven problemático, o al menos eso nos cuentan: llega tarde a los conciertos (incluso vomita en alguno de ellos), pone punto final a la relación que mantenía con su novia desde hacía dos años, se hace tatuajes y fotos enseñando el culo... Dios mío, ¿en serio les parece eso tan rebelde? Seguramente no se trate más que de un chico incapaz de cumplir sus compromisos profesionales y por otra parte, con un comportamiento enmarcado dentro de los parámetros normales de cualquiera de su edad, en esa inestable franja entre la adolescencia y la escarpada vida adulta. Pero si de verdad les parece una indócil estrella de la música, como las de antes, por favor, simplemente recuperen a Jim Morrison o a Keith Richards. Ellos sí que sabían.