Los deshijados
La primera vez que advertí que los padres que pierden a un hijo no tienen ningún nombre para autodenominarse fue con Más allá del tiempo, de David Grossman. Segundo libro que escribía sobre el doloroso proceso de superar —tratar de superar— la muerte de un hijo, el propio padre deshijado —ni viudo, ni huérfano, ni nada— nos dice que la escritura de la novela era, precisamente, porque si no no podía entender que se le hubiera muerto un hijo. “Quiero reconstruir eso, la putada que nos pasó a mi hijo y a mí, tengo que meterlo y mezclarlo todo en un cuento. Tengo que hacerlo”. Sí, escribe sobre la putada que es perder a un hijo, la reconstruye para que no sea tan absolutamente nada, de la misma manera que Francisco Umbral escribió Mortal y rosa, de la misma manera que Joan Margarit escribió Joana, de la misma manera que Chantal Maillard escribió Hilos, de la misma manera que Carmen Martín Gaite le dedicó La Reina de las Nieves a La Torci. Absolutamente de la misma manera, desde el mismo dolor, desde la misma palabra inexistente, Sergio del Molino publica en Mondadori un libro que lleva por título La hora violeta, esa hora que, como la no-palabra, se queda zumbando en el oído de los padres que viven la muerte de un hijo, y digo bien: viven la muerte. Y, con suerte, algunos la pueden volcar en un libro para que no sea tan absolutamente nada, para contar la putada que les ha pasado a sus hijos y a ellos, para poder entenderlo. Borges tenía una teoría acerca de por qué no existía ninguna palabra para denominar al padre sin hijo: los dioses no podían concebir que algo así ocurriera. Maillard, Martín Gaite, Umbral, Margarit, Grossman y Del Molino, como los dioses, tampoco podían concebirlo, y precisamente para poder combatir la ausencia de esa palabra, las dicen todas, las vuelcan en un libro. Cuando tenemos conocimiento de que los escritores le han dedicado su hora violeta a la escritura de un libro, a componer la palabra ausente con muchísimas otras, una palabra-matrioska, se nos viene la misma pregunta: ¿fue duro hacerlo? Sergio del Molino no tiene la palabra del padre sin hijo, pero tiene algunas respuestas: lo duro no fue el libro, la escritura, que no haya palabra, que esté construida matrioskamente de mil palabras, de libros, de polvo a puñados; no, nada de eso fue lo duro, sino la pérdida.
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