«Yo no tengo la culpa del pobre lenguaje de los periodistas»

DK

Saphia Azzedine viene a Madrid acompañada por su editor español, David Villanueva, de Demipage, que ha publicado dos de sus novelas, Confesiones a Alá y Mi padre es mujer de la limpieza. En presencia de Saphia hay algo que no se puede esquivar: su belleza. Es una mujer espectacular, muy alta, elegante, cordial y capaz de hacer titubear a cualquiera. Escribe sobre personajes marginales y desamparados. El largo monólogo de Jbara a Alá nos cuenta las humillaciones que sufre una prostituta marroquí. Polo, el hijo cuyo padre es mujer de la limpieza, es un chaval de barriada que sueña con una vida mejor.

“MI PERSONAJE DIRÍA QUE SOY UNA ZORRA”

Diario Kafka: Tú eres una chica guapa, rica, famosa, y encima intelectual… ¿Qué crees que pensaría de ti un chaval como Polo?

Saphia Azzeddine: Muchas gracias, pero no soy… tan rica.

DK: Más que yo.

SA: No estoy segura de eso. Creo que a Polo, en cuanto me viera, le gustaría… ¡echarme un polvo!

DK: Sí, quizá, a mí no me sorprendería nada ¿Y si no lo consiguiera?

SA: Entonces diría que soy una zorra, seguro.

DK: ¿A quién tienes tú en la cabeza cuando escribes? ¿A Polo, a Jbara, o a un francés culto, de clase media-alta?

SA: Depende del libro que estoy escribiendo, pero a menudo tiene relación con una experiencia que he vivido. Cuando escribí Confesiones a Alá, es verdad que había estado en Marruecos y me había encontrado con muchas prostitutas; vi la miseria de muchas mujeres. Eso me conmovió, el personaje vino a buscarme y tuve que ponerme a escribir. A Polo en cambio tuve que imaginarlo para poder abordar algo sobre lo que tenía ganas de escribir: la transmisión. ¿Qué puede transmitir a su hijo un padre que no tiene dinero? Al construir a Polo me di cuenta de que la transmisión es algo gratis, algo que cualquiera puede darle a su hijo.

DK: Siguiendo con Polo, él es un niño blanco en un barrio lleno de inmigrantes, se siente fuera de cualquier colectivo y piensa en hacerse judío o musulmán sólo para tener una sensación de pertenencia. Tú también provienes de dos mundos culturales muy distintos.

SA: Polo sólo quiere parecerse físicamente a los negros, a los árabes, porque son más guapos que él, más fuertes, más atractivos. Él no es más que un pequeño blanco escuchimizado. Es también un adolescente y en la adolescencia poco importa quién se sea: todos nos buscamos en otro sitio. De nuevo, cuando quiere ser musulmán, es solo por compartir una cena de ramadán, por el ambiente, un poco más desordenado que en su casa; cosas así. Cuando quiere ser judío, es solo porque en un bar Mitzvah se enamora de la madre, que es hermosa, elegante, rica y en general todo lo que su propia madre no es. La religión no es significativa: quiere pertenecer a otra familia y a otro mundo por razones muy sencillas y humanas. En cuanto a mí, mi madre es franco-marroquí y mi padre es marroquí, y me he criado en las dos culturas, pero me parece que me educaron de una forma más inteligente: todo lo que me han transmitido, me ha sido transmitido con mucha alegría y nunca con prohibiciones. Mis recuerdos de mis dos culturas son muy felices y lo único que mis padres querían era, además de que tuviéramos una educación, que miráramos a todo el mundo a los ojos; decían que para mirar a todo el mundo a los ojos teníamos que tener una educación. Pasaba por ahí. No es algo que haya sido un peso para mí; al contrario, me ha abierto al exterior. Sé que soy una privilegiada. No es el caso de todos.

DK: Jbara está muy contenta cuando va a la mezquita, porque “es maravilloso hablar en plural”.

SA: Eso dice, pero está muy contenta de ir a la mezquita porque allí dan comida gratis. Pero Jbara y Polo buscan pertenecer a algo. Polo ve más vida, más comunidad, en sus vecinos magrebíes y africanos, y evidentemente es el “nosotros” en lugar del “yo” lo que echa de menos, el interés general en vez del particular. Entre los árabes, es verdad que todo se conjuga en la primera persona del plural en vez de en la primera del singular. Esto es en sí hermoso, en teoría, pero es verdad que en el día a día, en lo cotidiano, plantea auténticos problemas. Es decir, que no existimos como entidad, existimos como familia, y eso es algo muy pesado. Siempre es lo mismo, la teoría y la práctica son dos cosas realmente distintas.

DK: En Confesiones a Alá, Jbara hace lo que tiene que hacer con un viejo para conseguir yogures de granadina y luego ve esos yogures por la televisión y está muy contenta: “Tuve la sensación de existir, de tener algo en común con el resto de la gente”, dice por fin. ¿Tiene esto alguna relación contigo, el tener algo que ver con la gente, encajar la identidad personal y la colectiva?Confesiones a Alá

DK: Gracias a Dios, no hay nada autobiográfico; siempre he tenido la suerte de tener yogures comprados por mis padres, así que no es lo mismo. Ahora bien, me pongo en el lugar de una pequeña pastora que se prostituye, que se acuesta con hombres para tener yogures: está tan pérdida en su valle, lejos de todo, sin ningún vínculo con el mundo exterior, que en efecto, ese yogur que ve en la televisión la hace casi famosa en su pequeña aldea. Hoy en día los jóvenes quieren salir en la televisión, ser famosos, porque para ellos es la única manera de existir.

DK: Tus dos novelas están escritas en primera persona. A Jbara le molesta que siempre haya intermediarios, entre ella y Alá, entre ella y los hombres que la emplean, que ni siquiera la miran a los ojos… ¿Es para ti la primera persona una forma de dirigirte al lector sin intermediarios?

SA: No me lo planteé antes de escribir, el “yo” viene naturalmente. Nunca he intentado escribir en tercera persona. Así es: me viene de forma completamente natural. Y, en efecto, rechazo los intermediarios, y es algo que aprecio en el islam: que no hay clero. Es decir, que se tiene una relación respecto a Dios y se tienen responsabilidades respecto a ese Dios de forma personal y directa. No confío mucho en los hombres de religión, por tanto prefiero asumir mis tonterías y mis buenas acciones y luego que Dios decida.

DK: Confesiones a Alá recuerda mucho a la novela picaresca. Y llama la atención que, como en la novela picaresca, hay mucha presencia del cuerpo: hay hambre, hay sensaciones corporales, hay placer… Pero lo que más llama la atención es algo que no se veía en literatura desde hace mucho tiempo: que haya tanta mierda. Porque hay una especie de clímax narrativo relacionado con la defecación. En la primera novela, un cliente defeca encima de la chica y en la segunda, en la escena en el lavabo del avión, Polo conoce al amor de su vida cuando él está cubierto de mierda. Quería preguntarte un poquito por la mierda; casi desde Rabelais no aparecía tanta en la literatura. ¿Qué opinas de esta reaparición de la mierda como motivo literario?Confesiones a Alá

SA: Me parece muy, muy bien. Es genial. En el caso de Jbara, hace unos años descubrí que había gente que sentía placer con esto. Nunca lo he superado. Bueno, quizás es porque soy una pequeña burguesa a quien le gusta ponerse perfume y oler bien, pero hay cosas… La escatología es algo que no comprendo. Y por eso me parecía que lo peor que le podía pasar a Jbara, más allá de la violación, más allá de todo por lo que ha pasado, era eso. Por eso está la aparición de la mierda en Confesiones a Alá, porque es una práctica sexual que me supera. En el caso de Polo solo era algo que quería que fuera divertido y humillante. Él empezaba un poco a ponerse chulo porque tenía dinero y empezaba a ser adulto y hablaba mejor que su padre, así que me pareció bien que se le humillara un poco de golpe, y no hay nada mejor para sentirse humillado que cagarse encima. Pero, antes de que me hablaras de ello, no me había dado cuenta de la conexión. La defecación siempre hace reír, pero también quiere decir algo. A menudo, cuando veo a prostitutas, mi primera pregunta es: ¿cómo hacen para ir al baño entre dos clientes? Esas son las cosas que me pregunto. Y por tanto, la mierda, la suciedad, la mugre forman parte de su vida, cuando para nosotros son cosas escondidas, que duran muy poco tiempo, reprimidas. Los malos olores, todo eso, son cosas reprimidas en nuestros mundos, pero no en el mundo de una prostituta, por ejemplo. Y en Confesiones a Alá quería que cuando apestara, la gente lo oliera. Cuando algo apesta a mierda, tiene que apestar a mierda.

DK: Polo parece que encuentra en los libros y la cultura una salida, pero para su hermana, que es guapa, la única opción es meterse a modelo o encontrar un marido rico. En tus novelas, si eres mujer y pobre, pero guapa, ¿hay que prostituirse de una u otra forma?

SA: No puedo hacer generalizaciones. Hablas de dos libros; mi tercer libro, justamente, trata de mujeres muy bonitas y que salen adelante de otra manera, a través de los estudios, por ejemplo. En cuanto a la hermana de Polo, solo me apetecía introducir un poco de ligereza, hacer reír. A menudo las misses son un poco tontas, a menudo ni siquiera son tan guapas. Es algo que me conmueve. En cuanto a Jbara, la belleza la ayuda, evidentemente, porque puede ganar más dinero. Ahora bien, la belleza, en general, es como todo: tiene efectos perversos. Creo que si me dieran a elegir, de todas maneras, preferiría ser guapa, porque en mi opinión, hoy en día hay un verdadero racismo respecto a la gente fea, más que hacia la gente negra o árabe. Creo que el auténtico racismo está ahí. Y por otro lado, me encanta la belleza; me encanta que la belleza de alguien me arrolle cuando entra en un sitio; me encanta que dejemos de hablar y nos quedemos mirando a un hombre o una mujer hermosa, elegante. Hay algo poético, algo que nos sobrepasa en ello. Pero también hay efectos perversos en la belleza. No me invento nada, son los que conocemos. A menudo, a las mujeres hermosas no se las toma en serio: rápidamente tienen que convencer con otra cosa. Y también es un poco por su culpa, no siempre es culpa de los hombres. Pero en todo caso, en Mi padre es mujer de la limpieza, era realmente una cosa muy ligera la que quería aportar, un episodio sobre las misses y las uñas falsas, el pelo falso, las falsas pestañas, los vestidos falsos. Todo es falso y todo es feo, pero creen que es hermoso. Para Jbara es evidentemente una fuerza y casi un don divino, lo que marcará la diferencia. Pero creo que hay otras alternativas. En mi tercer libro hablo justamente de chicas muy bonitas que salen adelante a través de la educación. Son solo personajes, no son generalidades sobre la belleza de las mujeres.

DK: El final de Mi padre es mujer de la limpieza es muy abrupto, muy distinto, y más que un final parece un castigo. Ahí la novela ya no es ligera; es casi La educación sentimental en otro nivel social y en otra época, pero es una novela con mucho alcance de crítica social e incluso de crítica del deseo. Polo consigue lo que quería, hasta que descubre que lo que quería es una idiotez, y en el fondo eso la convierte en una novela amarga.Mi padre es mujer de la limpiezaLa educación sentimental

SA: Estoy completamente de acuerdo. A menudo me dicen que el final es positivo y alegre porque se las arregla mejor que su padre. Se las arregla un poquito mejor que su padre, pero eso en realidad no significa gran cosa. Es decir, que en realidad se mete en una vida de pequeña clase media, en la que se empieza a entrar en créditos, en obligaciones, en casas de cartón que se parecen todas. Entra en una vida un poco de mierda, mientras que su padre no tenía créditos. Es decir, que cuando no podían ir de vacaciones, no iban de vacaciones. Ahora Polo entra en una vida en la que tendrá que ir de vacaciones aunque no tenga dinero. Así que estoy completamente de acuerdo. Por eso rompo la cosa cuando dice: “En realidad, estoy haciendo la limpieza, pero en el aire”. Eso me lo había dicho mi padre cuando mi hermana y yo le dijimos que queríamos ser azafatas: “No, eso no basta, tenéis que estudiar. Me fui de Marruecos para que estudiarais, así que azafata no me basta”. Es mucho más pesimista que mi primer libro, donde Jbara es prostituta, pobre, pero es alguien que está más preparada para afrontar el porvenir, la adversidad, el horizonte. Al contrario, Polo claudica completamente…

DK: Ella no está vencida.

SA: Sí, mientras que Polo está completamente vencido. Entra en una vida pequeña. Estoy completamente de acuerdo contigo. Hay idiotas que me han reprochado que el final no era lo bastante positivo. Se quejan de que Polo sólo llegue a auxiliar de vuelo. Pero mi libro no es un cuento de hadas. Polo entra en una vida pequeña; esa vida pequeña que es la que espera a mucha, mucha gente y de la que es muy difícil escapar. La vida de los créditos, eso es.

DK: Parece que tus novelas tienen todas una temática cruda, impactante, y que utilizas el humor para rebajar de alguna manera este tono. Quería preguntarte qué importancia tiene para ti el humor en tus novelas y si no tienes miedo de acabar frivolizando cosas muy fuertes.

SA: No, no tengo miedo, porque el humor creo que es la inteligencia suprema. Cuesta mucho saber hacer reír. Pienso que el humor, desde luego, no aligera la dificultad de la vida; al contrario. Pero para algunos es, junto con la religión, el único medio de salir adelante. Así que tampoco aligera para nada mis historias. Deja que se respire, pero creo que al mismo tiempo hay una risa un poco angustiante a veces. Para mí el humor es la elegancia suprema de la gente que no tiene nada. Además, es más divertido reírse de cosas duras que de alguien que pisa una piel de plátano o se da contra un cristal. Pierre Desproges, que es un humorista pero también autor francés, ya fallecido, decía: “Cuando alguien se cae es divertido; cuando alguien que se cae se hace daño es aún más divertido”. Mi humor se parece. Además, no sé escribir de otra manera. Y creo que Jbara, para sobrevivir, se ve obligada a reírse de lo que le ha ocurrido el día anterior; si no, no podría despertarse por la mañana.

DK: ¿Internet te parece algo liberador o una esclavitud? Y en el contexto de internet, puesto que el 80% o 90% del tráfico es pornografía, ¿qué piensas de la pornografía y de esta necesidad creciente de consumirla?

SA: Creo que, sexualmente, los hombres y las mujeres no son felices, en particular los hombres. Creo que, más allá de internet, tenemos que preguntarnos por qué hay tanta pornografía. Hay que abordar el problema de raíz. ¿Qué quieren los hombres sexualmente? Creo que quieren una mujer que se parezca a su madre y al mismo tiempo quieren una puta, pero a menudo no eligen a una sola mujer que represente a las dos. Ese es, en mi opinión, el problema. Quieren casarse con madres, aunque lo que realmente les excita son las putas, pero se niegan a encontrar las dos cosas en la misma mujer. Y son infelices. En cuanto a internet me parece positivo para alguien que sepa utilizarlo, pero me preocupa el aislamiento tecnológico en el que se encierran nuestros jóvenes hoy en día. Creo que la inmediatez de internet es muy peligrosa; es decir, que si quiero conocerte escribo tu nombre en internet, pero en realidad, al final no conoceré nada de ti, conoceré tus obras y poco más. Y esa inmediatez es peligrosa, porque después de haber leído tu ficha en Wikipedia tendré la falsa impresión de conocerte. Es como el microondas: la comida está asquerosa, pero ahorra tiempo. En cuanto a la pornografía, a mi alrededor solo veo a mujeres y hombres mal follados. Infelices en el amor, infelices sexualmente. Y pienso que la figura un poco virgen de la madre tiene que ver. Los hombres quieren casarse con una mujer, pero no aceptan casarnos con su pasado. Y antes de ser madres, las mujeres son mujeres solas. Y creo que es eso, es toda esa imagen que tiene un hombre de una mujer: la puta y la madre. Esto no tiene fin. Y bueno, más allá de esto… ¡80%! ¡Es mucho! ¿Tanto? ¿Estás seguro? ¿Sí? Bueno, pues es un castigo divino vuestro sexo… ¡Qué quieres que te diga! Lo siento mucho.

DK: ¿Las mujeres nunca miráis pornografía?

SA: Ah, eso no lo sé… Probablemente. Quizá la leemos en Cincuenta sombras de Grey, que ha vendido cuarenta millones…

DK: Pornografía light…light

SA: Sí, bueno. No lo he leído todo. He leído algunos pasajes que a mí no me excitan para nada. Así que pienso que entre las mujeres también habrá mal folladas. El libro es para excitar a la mujer con collar de perlas que hace mucho tiempo que no folla.

DK: Tu personaje Jbara ¿tiene opciones o es una ilusión?

SA: ¿Está escrito o podemos actuar sobre el destino? ¿Realmente tenemos libre albedrío? No tengo la respuesta. Mi libro habla de fe, no habla de religión. No soy una persona religiosa y además no me interesa realmente, porque en la práctica la religión no ayuda mucho. Por el contrario, la fe puede ayudar, como ayuda a Jbara.

DK: En España al menos, se te ha leído mucho como escritora feminista, preocupada por la condición femenina, novelas de hombres y mujeres, pero yo creo que más que de mujeres y de hombres tus novelas tratan de arriba y abajo, de ricos y pobres, y creo que eres casi una comunista camuflada, que el tema central de estas novelas siempre es la igualdad real, igualdad de oportunidades, igualdad material, y me parece que el aspecto sexual, de género, distrae un poco la atención hacia lo que está en el núcleo de tus novelas.

SA: Yo no tengo ninguna culpa de la pobreza de vocabulario de los periodistas. Si en Francia o aquí ven a una mujer joven que habla de otras mujeres, le ponen una etiqueta de escritora feminista, lo cual no soy. Yo estoy a favor de un feminismo económico, solamente. Es decir, que lucharé hasta el final para que los hombres y las mujeres ganen lo mismo. Después, cada uno que se busque la vida. Pero hay algo sobre lo que siempre insisto y es que desde un punto de vista económico tengamos los mismos derechos. Es el único feminismo que me interesa. Todo lo demás me da igual. Entonces, ¿soy una comunista escondida? No pensaba que me descubrirían tan rápido. Me has desenmascarado. No, claro está, lo que me interesa es hablar de los ricos y los pobres. Yo hoy tengo más dinero que cuando era pequeña, y he trabajado para lograrlo, quería conseguir una vida mejor. Ahora bien, odio los buenos sentimientos. Odio la caridad; odio esa caridad cristiana que hace que tengamos una buena imagen de nosotros en el espejo. Pero estoy obligada, como mujer joven, privilegiada, educada, feliz, a preguntarme qué haría si no tuviera de comer. Y eso me devuelve a un nivel en que… cómo decirlo… No me voy a alegrar de que me roben el bolso, pero lo entiendo. Y eso hace que capte la vida y mi cotidianidad de otra manera. Me han robado el bolso; pues digo que yo habría hecho lo mismo. Eso es todo.

DK: Y lo mismo es aplicable a los buenos sentimientos con respecto a la raza. En tu novela, los más racistas son los profesores, que realmente desprecian al diferente, pero lo desprecian mediante un buen trato excesivo. Es una pantalla el buen trato: le favorecen para poder despreciarlo mejor.

SA: La palabra racista es un poco fuerte, pero todos lo somos un poco. Todos, cada uno, durante el día, utilizamos expresiones racistas. Pero ese pequeño racismo a mí no me da miedo. Es quizás el racismo que existe en los buenos sentimientos. Por ejemplo, un detalle: últimamente, en la televisión francesa se respeta absolutamente la cuota, así que hay un negro y un árabe en cada programa, poco importa lo competentes que sean. Y eso para mí es el racismo al revés, es el efecto perverso de la política de las cuotas con la que quieren que las “minorías” sean visibles, pero no les piden que sean competentes. Ese es el verdadero racismo.

DK: Hace poco decía V.S. Naipaul, despectivamente, que él era capaz de tomar un libro y, sin saber quién lo había escrito, decir si era un hombre o una mujer. Eso no pasa con tus primeras personas, que realmente son muy versátiles y hablan, por ejemplo, como un niño de 14 años. Tienes mucha capacidad para adoptar la voz de tus personajes, eres una gran ventrílocua, y quería preguntarte si tu trabajo como actriz te ayuda en este proceso o tiene algo que ver.

SA: En realidad no tengo una carrera como actriz; sólo he hecho una película, para ganar dinero, y eso es todo. Pero es verdad que cuando escribo una escena actuar sí que me ayuda; cuando escribo sobre un niño, joven o anciano gesticulo y actúo como si fuera el personaje, y en ese sentido sí que me ha ayudado