“España tiene una salida: Barajas”. Con este titular llegaba en marzo de 2012 a los kioscos el primer número de la revista Mongolia, magazine satírico, ácido, iconoclasta (y para algunos, incómodo), creado por Darío Adanti, Eduardo Bravo, Eduardo Galán, Fernando Rapa, Pere Rusiñol y Gonzalo Boye. Humorazo a contracorriente que ha provocado algunas náuseas y puede que hasta dolores de cabeza en algunos políticos. Recuerden el pelotazo de la portada “Rajoy ha muerto”, solo un día antes del escandalazo de los sobres de Luis Bárcenas.
En aquel marzo, Adanti contaba que Mongolia, que hoy tiene una nutrida red de seguidores en Twitter (69.785) y Facebook (17.003), nacía para poder contar aquellos chistes que no se podían hacer en la prensa convencional. “La libertad de expresión está en franco retroceso, y no por una dictadura o un fascismo, sino por el simple hecho de que la red inmensa de intereses empresariales hacen imposible la libertad”, señalaba Adanti.
Desde entones, con sus portadas, sus fotonovelas, sus retratos llenos de sarcasmo de la clase política, deportiva, eclesiástica y monárquica han crecido tanto que no han tenido más remedio que publicar El libro Rojo de Mongolia (sí, sí, recuerden a Mao), editado por Mondadori. Material inédito en el que apuntalan ese diccionario que ofrece definiciones como “Gentuza: para los conservadores, todo aquel que cobra menos de 1.000 euros” o “Línea de crédito: carretera hacia el infierno de los deudores”, entrevistas a tipos como Jim Morrison o el propio Mao (sí, en Mongolia es posible), filosofía frívola de la buena (de la de bar), la Mongopedia, Grecia y Nana Mouskuri (que para algo es la griega que más nos suena). Y todo ello con el grafismo loco que caracteriza a la revista.
Material para fans y para aquellos que se han desenchufado hace tiempo de las noticias en los medios audiovisuales. Humor que nos retrotrae a Hermano Lobo o La Codorniz. Que para eso, como quieren decir los creadores de Mongolia, estamos en un país parecido al de entonces.