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Las mujeres venenosas

Antonio Orejudo

Los personajes literarios femeninos del Siglo de Oro sangraban alguna vez, pero nunca lo hacían por ahí. La sangre menstrua se consideraba un excremento —fregona de las mujeres, que vacía sus inmundicias, la llamó Quevedo— y los excrementos sólo servían para denigrar a quien los excretaba.

La idea de que la mujer tenía dentro de sí materia venenosa que debía expulsar periódicamente viene de la medicina medieval, que estuvo vigente hasta bien entrado el siglo XVII. Uno de los tratados médicos que más circuló hasta entonces fue el Fasciculus medicinae, del profesor alemán Johannes de Ketham, publicado en 1491.

La obra es una compilación de apuntes de clase que el autor pulió y publicó para facilitar su consulta. Ketham era un médico conocido, y es posible que el libro se imprimiera tras comprobar la enorme demanda que había tenido como manuscrito. Cuatro años después de su primera edición, en 1495, el Fasciculus se tradujo al castellano como Compendio de la salud humana. Y es que la obra de Ketham era eso, un compendio de medicina medieval.

El coito de los peces

Hasta el siglo XVI la medicina se basó en las ideas del médico persa Avicena (980-1037), que en su obra Liber Canonis Medicinae —originariamente escrita en árabe— había sistematizado los principios de la medicina griega, desde Hipócrates de Cos (460-357 a JC) hasta Galeno de Pérgamo (130-200).

Según esta doctrina, los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza eran el fuego, el aire, el agua y la tierra.

Dependiendo del que predominara en cada uno, las personas podían ser coléricas (si predominaba el fuego), sanguíneas (si predominaba el aire), flemáticas (si predominaba el agua) o melancólicas (si predominaba la tierra).

El Compendio de la humana salud consta de seis capítulos. El cuarto es el que más nos interesa ahora. Se titula “De las dolencias de las mujeres”, y en él se mezclan las cuestiones específicas de la menstruación con otras de carácter más general relativas a las relaciones sexuales.

¿Por qué todos los animales se ayuntan? ¿Por qué el ayuntamiento moderado es provechoso? ¿Por qué el desordenado y muy continuo es venenoso? ¿Por qué la relación carnal es perjudicial para los melancólicos y coléricos, pero no para los flemáticos y sanguíneos? ¿Por que las hembras animales no quieren el acto de la carne cuando están preñadas? ¿Por qué eso falla con las mujeres y las yeguas? ¿Por qué es dañoso el ayuntamiento con el estómago lleno? ¿Por qué es dañoso con el estómago vacío? ¿Por qué no es bueno nada más salir del baño? ¿Por qué se recibe tanto deleite en aquel acto en el momento de la expulsión de la simiente? ¿Por qué los que muy a menudo se ayuntan no reciben tanto deleite como los que se ayuntan de tarde en tarde? ¿Quién recibe mayor deleite el hombre o la mujer? ¿Se puede hacer el ayuntamiento por la boca? ¿Por qué la simiente del varón es blanca y la de la mujer encarnada? ¿Por qué los animales salvajes y brutos, cuando en ellos se despierta el apetito de ayuntamiento son furiosos y dispuestos a cualquier acto escandaloso, e luego, después del acto, son muy mansos, como vemos en los machos y en los asnos y gatos y otros animales semejantes?

Junto a estas cuestiones, Ketham trata del dolor de pecho, de cómo hacerlo crecer (el pecho, no el dolor), de la excitación sexual, de la virginidad, de la esterilidad, de cómo favorecer o de cómo evitar la concepción, del embarazo, del coito durante el embarazo, del parto, del sexo del bebé, de la purgación de la matriz, de hermafroditismo, de las malformaciones, de los parecidos físicos, de la influencia de los planetas en los nacimientos, de por qué lloran los niños, de por qué se ponen un dedo en la boca...

El resultado parece una miscelánea, un género muy popular en el Renacimiento porque incluía saberes y curiosidades de todo tipo. Las misceláneas servían para dar a los lectores un barniz de cultura sin la esclavitud de tener que leer muchos libros. Lo más parecido en nuestros tiempos a aquellas compilaciones de saberes diversos y superficiales son los artículos del Reader’s Digest o los libros de W. G. Sebald.

Las descripciones, explicaciones y remedios de Ketham son para nosotros una mezcla de disparates, prejuicios, miedos, ignorancia y superstición. O de ingenuidad. Por ejemplo, a la pregunta de por qué los peces no copulan, responde:

Porque no sabemos aun de ningún pescador que los haya visto ayuntarse.

Aunque precisa:

Responde Aristóteles, en el segundo libro de la generación de los animales, que, aunque se ayuntan verdaderamente, es el ayuntamiento tan súbito que no se puede percibir bien por la vista.

Es muy fácil malinterpretar lo que dice Ketham. O reírse de lo que dice. Para no cometer el error —y la injusticia— de juzgarlo con nuestros criterios científicos o con una ideología que nosotros hemos adquirido tras varios siglos de historia que él nunca conoció, hemos de tener en cuenta que en la Edad Media, al contrario de lo que sucede hoy, la teoría era superior a la práctica.

Hoy si un experimento de laboratorio contradice un principio teórico, tendemos a dar más credibilidad a la experiencia que a la teoría.

En el mundo de Ketham los textos de las autoridades académicas eran casi sagrados. Si una observación no coincidía con lo descrito por Averroes, se sospechaba más de la observación que de Averroes.

Las mujeres venenosas

La menstruación, o menstruo, recibe tal nombre —según Ketham— porque sucede cada mes a partir de los trece años. Antes de esa edad las mujeres no menstrúan porque el cuerpo aún tiene mucho calor y es capaz de digerir todo lo que come. Sin embargo, a partir de los trece las mujeres se hacen más frías y no pueden convertir en sangre todos los nutrientes. Lo que sobra es lo que se expulsa a través de la menstruación.

Es falso que el menstruo esté almacenado en la matriz hasta el momento de su expulsión. Según Averroes, la matriz no tiene nada que ver con la menstruación. Lo que sí tiene relación con ella es una vena semejante a la del flujo de las hemorroides, una vena que está junto al espinazo. Por eso, cuando las mujeres tienen la regla, sienten fuertes dolores de espalda.

Las mujeres expulsan la menstruación porque la sangre menstrua es materia venenosa. Según Aristóteles, si esa sangre tocase un árbol, lo secaría. Y si la comiese algún perro, se volvería rabioso.

Por eso hay que echarla fuera. De otro modo, se formaría una losa y nacerían muchas enfermedades como la enajenación de pensamiento, el síncope y otras terribles dolencias.

Ese veneno, aunque las mujeres lo tienen dentro transitoriamente, no les daña porque ellas están tan acostumbradas a criar dentro de sí esa materia venenosa, que ya no les hace efecto.

La sangre menstrua genera un humo muy venenoso que da dolor de cabeza. Como los ojos están llenos de poros, ese humo infectado sale por ellos y los infecta. Por eso las mujeres menstruantes tienen los ojos irritados. Y como los ojos expulsan lágrimas, y las lágrimas están en contacto con el aire, ese aire también recibe la infección. Según Avicena, el ojo de la mujer menstrua podría envenenar a un camello.

Las hembras de otros animales no menstrúan porque esa materia venenosa que expulsan las humanas pasa a los pelos en caso de las mamíferas salvajes o a las escamas en el caso de los peces o a las plumas en el caso de las aves.

Cuando una mujer se queda preñada la sangre menstrual se convierte en leche para el nutrimiento de la criatura. Por eso, si una mujer preñada expulsa el menstruo es indicio de que va a abortar.

Cuando una mujer está dando de mamar y se vuelve a quedar embarazada, el nutrimiento del lactante debe repartirse entre dos. Y es probable que ambas criaturas, el lactante y el embrión, se mueran por falta de alimento.

Si una mujer se queda preñada durante el periodo menstrual, concebirá criaturas leprosas, monstruosas o con malformaciones.

Las mujeres menstrúan más en invierno que en verano porque con la frialdad del invierno la materia fría y húmeda del menstruo aumenta. En cambio, en el verano, el calor y el sudor consumen buena parte de esa materia.

Las mujeres menstruas se ponen amarillas porque todo el calor se le va a otros miembros para poder expulsar esa materia venenosa y nociva.

Y por eso aborrecen el comer, porque expulsar es más trabajoso que digerir. Y cuando se come demasiado teniendo la regla, el alimento se queda crudo.

Después de tener la menstruación es más fácil para la mujer quedarse embarazada porque está más limpia. Esa fue la causa, según se dice en el Éxodo, por la que los judíos estando en Babilonia crecieron tanto, porque ellos tienen la costumbre de mantener relaciones sexuales con sus mujeres sólo cuando están limpias.

Por cierto, que si un hombre mantiene relaciones sexuales con una mujer menstrua, se quedará ronco al inspirar el aire infectado de la mujer.

A partir de los cincuenta años las mujeres dejan de tener la menstruación porque entonces se hacen estériles. A esa edad la naturaleza está muy debilitada y ya no puede expeler nada. Por eso, a partir de los cincuenta la mujer acumula en su cuerpo materia mala. Tanto es así, que con su aliento infecta a los muchachos y son frecuentes en ella los catarros y la tos. El hombre, por consejo de los médicos, debe evitar el ayuntamiento con las viejas.

Más allá de su exotismo, ¿qué conclusiones podemos sacar del Compendio de Ketham?

En primer lugar, que los textos (médicos, legales, literarios, etc.) los han escrito hasta hace bien poco los hombres.

En segundo lugar, que los hombres siempre han percibido la menstruación con una mezcla de curiosidad, fascinación y repugnancia que ha quedado reflejada en estas aproximaciones precientíficas.

Y en tercer lugar que han sido estos textos —médicos primero y después literarios—, textos escritos por hombres, los que han conformado en el imaginario colectivo una idea de la menstruación que ha perdurado a lo largo de los siglos y que todavía puede rastrearse hoy en muchos prejuicios contemporáneos.

Los interesados en este asunto tal vez quieran leer este artículo, del que tuve noticia gracias a mi amigo Víctor Roncero.

(TAREA: ¿qué otras ideas, configuraciones imaginarias, prejuicios o miedos contemporáneos han sido en realidad creados por hombres y comunicados a través de textos escritos?)

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