Killian Kleinschmidt, un alemán de 51 años que ejerce de coordinador de campo de ACNUR en Zaatari, está feliz por el progreso. Hace sólo unos meses, él y otros trabajadores eran sitiados por residentes de Zaatari casi a diario.
La situación llegó al límite cuando un incendio destruyó cuatro tiendas y mató a cuatro hermanos. En aquel momento, durante la ira y el dolor, la comunidad de residentes y los trabajadores de Naciones Unidas se unieron. “Teníamos que hablar” dice Kleinschmidt. “Las cosas no podían seguir así”.
Aunque las agencias de la ONU y las ONG estaban ofreciendo servicios imprescindibles como hospitales, agua y saneamiento, entre otros, estaba claro que se necesitaba una relación más cercana y un mejor gobierno. En respuesta, el campo se subdividió en 12 vecindarios para poder ofrecer espacios comunitarios y crear vínculos más estrechos. Muy pronto, cada vecindario estará gestionado por ocho comités encargados de atender todo, desde la matriculación en las escuelas hasta los temas de salud. Después de meses de arduas conversaciones, el campo empezó a florecer.
Los éxitos iniciales han hecho que aumente el consenso. A comienzos de este mes, el ministro de desarrollo alemán vino a visitar el campo y ya se están haciendo preparativos para que la ciudad de Ámsterdam ofrezca asesoramiento técnico para Zaatari. Durante el mismo periodo, un empresario alemán propuso instalar molinos de viento por el campo para generar electricidad para los residentes.
Se construirán unos 10 kilómetros de nuevas carreteras para los residentes durante los próximos meses. Entrenadores de taekwondo de Corea del Sur enseñarán a los niños artes marciales. Y un equipo de la UEFA (Unión de Federaciones de Fútbol Europeas) ha venido a formar a residentes del campo como entrenadores de fútbol gracias al apoyo de su presidente, Michele Platini, y del Príncipe jordano Ali Bin Al-Hussein. El campo tiene ya cinco instalaciones deportivas y 10 equipos de fútbol.
Sin embargo, es difícil definir algo como normal cuando miles de refugiados deben hacer frente a los recuerdos de la guerra y de los seres queridos que han perdido. Y cada noche la tormenta de fuego de mortero y artillería se puede oír al otro lado de la frontera, en Siria.
Kleinschmidt señala que es increíble que los refugiados hayan logrado crear tanto y tan rápido en estas condiciones. “Todos estamos empezando a ver los frutos de nuestro duro trabajo. Las cosas están realmente despegando”.
Killian Kleinschmidt, un alemán de 51 años que ejerce de coordinador de campo de ACNUR en Zaatari, está feliz por el progreso. Hace sólo unos meses, él y otros trabajadores eran sitiados por residentes de Zaatari casi a diario.
La situación llegó al límite cuando un incendio destruyó cuatro tiendas y mató a cuatro hermanos. En aquel momento, durante la ira y el dolor, la comunidad de residentes y los trabajadores de Naciones Unidas se unieron. “Teníamos que hablar” dice Kleinschmidt. “Las cosas no podían seguir así”.