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¿Las elecciones primarias favorecen a las mujeres?

Oscar Barberà

Varios partidos políticos españoles como el PSOE (a varios niveles), Compromís o el PSC han anunciado en las últimas semanas su intención de celebrar primarias con el fin de elegir a sus candidatos para el próximo ciclo electoral. Otros partidos como UPyD o ERC e ICV en Cataluña no lo han anunciado todavía pero también lo harán porque vienen aplicando regularmente este mecanismo desde principios de siglo.

A mi juicio, lo distintivo de estas convocatorias no es que los partidos se decidan a introducir las primarias, sino el protagonismo que en muchas de ellas van a jugar las mujeres. Esto es sin duda un motivo para congratularse porque ello implica una normalización del papel de la mujer en la política española. Sin embargo, conviene recordar que no será la primera vez que hay mujeres que a nivel nacional o regional participan y ganan primarias en España. El caso más obvio es el de Rosa Díez en UPyD, pero según los datos recogidos por el Grupo de Estudios de Elites y Partidos (GREP) del que formo parte ha habido hasta trece procesos nacionales y, sobre todo, regionales en los que una mujer ha salido vencedora de unas primarias.

De lo dicho hasta el momento se deriva una pregunta muy relevante y de la que, lamentablemente, la academia todavía no tiene una respuesta concluyente: ¿las elecciones primarias favorecen a las mujeres? Los datos del caso Español señalan, especialmente a nivel regional, que para algunas mujeres las primarias han constituido un revulsivo para su ascenso político. El fin de las habitaciones llenas de humo en las que unos pocos hombres de avanzada edad (auto)decidían la selección de candidatos en su favor parece estar empezando a cambiar el panorama político en España. En la misma dirección apuntan las evidencias procedentes del caso Belga y, de modo más anecdótico, las victorias de Ségolène Royal en el PS francés, de Tzipi Livni en el Kadima israelí o de Michelle Bachelet para la Concertación chilena.

Sin embargo, todavía estamos lejos de poder afirmar fehacientemente que las primarias beneficien a las mujeres. De hecho, conviene señalar que algunos de los principales estudios comparados realizados hasta el momento tanto en candidatos como en líderes han llegado más bien a la conclusión contraria. Pese al carácter fragmentario de los hallazgos, estos indican que las mujeres lo tienen más difícil que los hombres en las primarias. Esto es especialmente cierto cuando hablamos de selección de candidatos, aunque algo parecido (salvo crecientes excepciones) parece suceder si analizamos la selección de los líderes de partido. Aunque el argumento es tramposo, tampoco debe olvidarse que hasta el momento ninguna primera ministra de un sistema parlamentario occidental ha sido elegida previamente mediante primarias.

Simplificando un tanto, hasta el momento la literatura académica ha sugerido tres grandes tipos de explicaciones de porqué las primarias no parecen primar a las mujeres. El primero tiene que ver con los cálculos y prejuicios de los electores de las primarias. En este sentido podrían aducirse cálculos conservadores de las bases partidistas que siguen viendo a las mujeres como apuestas más arriesgadas que los hombres. Sin duda esto está vinculado con las pautas culturales de la política que todavía hoy tienden a asignar a la mujer papeles sociales secundarios. Obviamente, esto no excluye que en partidos más progresistas, en organizaciones pequeñas, o incluso en contextos de fuerte desorientación ideológica no puedan emerger con éxito liderazgos o candidaturas femeninas.

El segundo está relacionado más explícitamente con el método de selección. Los autores que defienden este argumento sostienen que hay una cierta incompatibilidad entre la dimensión inclusiva y representativa (descriptiva) de las primarias. Dicho en plata, que cuanta más gente participa en el proceso más se perjudica a los grupos minoritarios. Y, hasta el momento, las mujeres en política lo son. Esto se debe fundamentalmente a dos razones: La primera es que las primarias dificultan los procesos deliberativos y de generación de consensos internos (uno gana y otros pierden); La segunda, a mi juicio más discutible, es que mientras que las primarias centran casi exclusivamente la atención en la carrera de caballos entre candidatos, cuerpos electorales relativamente reducidos permiten discernir mejor el interés general del partido.

El tercer factor apunta directamente a las estrategias de las elites partidistas para distorsionar el proceso en favor de sus candidatos. Esto significa que aquellas mujeres (y hombres) que no cuentan con apoyo del aparato del partido lo tienen difícil para prosperar políticamente, incluso con primarias. Sin duda aquí también influyen los prejuicios sociales señalados anteriormente. Pero a diferencia de los votantes las elites partidistas han desarrollado varios mecanismos para tratar de garantizarse que los resultados les sean favorables. El más importante de todos es, a mi entender, evitar o edulcorar la celebración del proceso por la exclusión de los candidatos políticamente más relevantes. En España ya hemos empezado a ver este tipo de estrategias. Esperemos que esto no sea un obstáculo para que puedan emerger los nuevos liderazgos que tanta falta hacen en este momento de crisis económica e institucional.

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