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No diga padre y madre, diga gestores de actividades infantiles

Padres de colegios concertados piden a Educación plazas para sus hijos para que no cambien a estos de centros

Jesús Rogero García

Comienza el curso escolar y, con él, el encaje de bolillos de los padres y madres para organizar su tiempo y el de su progenie. Y he aquí uno de los principales desafíos de la familia: decidir quién se encargará de los niños y niñas: ¿Matriculo al más pequeño en una escuela infantil? ¿Me pido una excedencia? ¿Dejo a la niña con la abuela? ¿A cuántas actividades extraescolares apunto al mayor? Las respuestas a estas y similares preguntas dependen, fundamentalmente, de dos factores.

El primer elemento que condiciona la organización familiar son las horas de trabajo y su distribución a lo largo del día y de la semana. Hoy es más frecuente que hace unas décadas encontrar parejas en las que los dos trabajan. Por su parte, las jornadas laborales se han flexibilizado y no precisamente para adaptarse a las necesidades familiares. La conciliación de la vida laboral y familiar se ha convertido, de este modo, en un sudoku de difícil solución.

El segundo factor, más difícil de medir, son los valores e ideas sobre la crianza en los que se basa la pareja para tomar decisiones y organizarse. A pesar del contundente dato que indica que, en España, las madres dedican cinco veces más tiempo que los padres al cuidado de sus hijos, parece que se avanza, muy lentamente, hacia una mayor igualdad en el reparto del cuidado. Asimismo, las aspiraciones vitales de los progenitores se han diversificado y ya no están tan focalizadas en la familia como en generaciones anteriores.

Más allá de sus efectos en la vida de las parejas, esta nueva realidad tiene consecuencias profundas en el modo en que educamos y cuidamos a nuestras hijas e hijos. Algunos datos reflejan, a mi modo de ver, la dirección e intensidad de esos cambios:

  1. La escuela infantil se ha convertido en un recurso generalizado a edades cada vez más tempranas. La tasa de escolarización de los niños a los 2 años ha pasado en la última década del 21% al 50% (2002-2012), y la de los niños a los 3 años, del 38% en 1991 a estar por encima del 95%. La acción de los poderes públicos en la promoción de las escuelas infantiles ha sido crucial para favorecer su extensión; menos clara ha sido, no obstante, su apuesta por aumentar la calidad en esta etapa.
  2. Los abuelos y abuelas se han convertido en agentes educadores centrales. El porcentaje de ellos que afirman cuidar a sus nietos ha pasado de aproximadamente el 15% en 1993 al 35% en 2010, y no solo hay más que cuidan, sino que también lo hacen con mayor frecuencia y durante más tiempo.
  3. Las actividades extraescolares, y en concreto las clases particulares, han experimentado un sensible aumento y, posiblemente, lo harán aún más como consecuencia de la extensión de los centros bilingües y de las pruebas externas que en breve jalonarán la educación obligatoria.
  4. Los niños entre 10 y 14 años pasan más de dos horas diarias frente al televisor y aproximadamente hora y media usando otros dispositivos tecnológicos (ordenador, tablets, etc.).

Para unos, esta creciente pluralización de cuidadores/educadores refleja una respuesta adaptativa a la realidad laboral y económica que se nos impone. No está el horno para bollos: si los dos miembros de la pareja pueden trabajar, mejor que mejor, y si hay que echar horas extras, se echan.

Para otros, estos cambios muestran que existe una nueva manera, más libre y flexible, de afrontar la crianza de los hijos. La madre y el padre ya no tienen que estar encima de ellos constantemente; hay recursos disponibles para liberarse de esa carga (la filósofa Elisabeth Badinter, cuyos libros han tenido amplia difusión, llega a equiparar maternidad con esclavitud).

Por último, algunos sostienen que las anteriores no son más que excusas para justificar una paternidad irresponsable, en la que los padres se desentienden cada vez más del compromiso que implica tener hijos. En esta línea podrían situarse quienes defienden la “educación lenta” (cuyo precursor principal es Carl Honoré), que aboga por limitar el tiempo estructurado de los niños y por aumentar los momentos compartidos con los progenitores.

En cualquier caso, parece indiscutible que el cuidado y la educación durante la infancia son hoy muy diferentes a los de generaciones anteriores. Ante este nuevo escenario, deberíamos formularnos algunas preguntas: ¿Es esta situación positiva para nuestros hijos e hijas? Es decir, ¿estamos respondiendo a sus necesidades educativas y afectivas? Y, yendo un poco más allá: a ellos, ¿qué les parece todo esto (porque aquí opinamos todos y ellos casi nunca)? Trataría de responder a estas preguntas, pero tendrán que disculparme: mis hijas me esperan.

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