- Según Alejandro Quiroga, el apoyo a la selección española entre los ciudadanos de Cataluña explica que las identidades española y catalana no son necesariamente incompatibles.
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A finales del pasado mes de octubre F.C. Barcelona y Real Madrid se enfrentaron en el primer clásico de la temporada. Como era de esperar, el partido vino precedido de una gran atención mediática y tuvo una importante repercusión internacional. A nadie sorprendió tampoco que aficionados del Barça utilizaran el encuentro para plantear reivindicaciones catalanistas. Al fin y al cabo, desde hace décadas un buen número de barcelonistas han defendido postulados nacionalistas catalanes.
Estos culés han tendido a ver al F.C. Barcelona como un símbolo de la democracia, la modernidad y, sin aparentes contradicciones, las tradiciones catalanas. A la par, no pocos barcelonistas han asociado el Real Madrid con el autoritarismo, la dictadura franquista y el subdesarrollo. Los madridistas, por su parte, consideran a su equipo como un club moderno, de vocación internacionalista y, sin aparentes contradicciones, como un símbolo de España en el extranjero. Muchos seguidores del Real Madrid, además, han pasado en los últimos años a considerar al F.C. Barcelona como un instrumento del nacionalismo catalán, lo que ha venido a alimentar sus ya de por sí elevados sentimientos anticatalanistas.
En realidad, el F.C. Barcelona y el Real Madrid se parecen bastante más de lo que les gustaría admitir. Los dos son gigantes económicos, con seguidores en todo el globo, que luchan a nivel mundial por hacerse con la mayor cuota del mercado futbolístico posible. Para llevar a cabo esta labor de conquista de los mercados internacionales ambos clubes se han beneficiado durante años de las ayudas económicas de sus respectivos gobiernos autonómicos y municipales y han contado con el apoyo financiero de cajas y constructoras, que, a su vez, estaban estrechamente vinculadas a las élites políticas. Además, F.C. Barcelona y Real Madrid han recibido entre los dos más del 50% del total del dinero generado por los derechos de televisión en los últimos años, algo impensable en ligas como la inglesa o la alemana.
El resultado de estas profundas disparidades ha sido que la Primera División en España se parece cada vez más a la escocesa, donde los dos grandes clubes parece que juegan una liga propia y el resto de los equipos compiten por el tercer puesto. Es posible que en un futuro cambien las cosas, pero el hecho de que sólo Barcelona y Real Madrid hayan ganado la liga desde que en 2004 se hiciera con ella el Valencia CF no parece una casualidad.
En cualquier caso, en el campo de las identidades nacionales los sentimientos y los estereotipos pesan mucho más que los privilegios económicos de los que disfrutan los dos grandes y el rápido aumento del independentismo en los últimos cinco años ha potenciado el uso político del fútbol en el estadio del Barcelona.
Es posible que Sandro Rosell no sea el ardiente secesionista que era su predecesor en el cargo, Joan Laporta, pero el actual presidente del Barça ha defendido el derecho a la autodeterminación de Cataluña, se ha sumado a las manifestaciones pro-independentistas de las últimas Diadas y ha cedido el Camp Nou para los multitudinarios actos soberanistas de este verano. Asimismo, la junta directiva del FC Barcelona ha dado su apoyo a la campaña de la Generalitat para que la selección catalana de fútbol pueda jugar en competiciones oficiales. Si bien Sandro Rosell aseguró al inicio de su mandato que él nunca utilizaría el club con fines políticos, el crecimiento del independentismo en Cataluña le ha hecho tomar derroteros muy distintos.
Las acciones de Rosell cabe enmarcarlas dentro del posicionamiento de unas élites políticas y mediáticas catalanas que han optado recientemente por la creación de un Estado independiente. Sin embargo, cuando nos fijamos en cómo se refleja esa nueva propuesta secesionista en la sociedad catalana el cuadro nos sale algo más borroso.
Por una parte, es indudable que el movimiento independentista ha crecido no sólo promovido desde arriba, sino impulsado por asociaciones de base, que han sido capaces de llegar a sectores sociales que anteriormente no tenían ningún interés en la secesión. El proyecto soberanista es interclasista. Por otro lado, los estudios sociológicos muestran que hay un cierto distanciamiento entre el mensaje del establishment catalán y cómo se siente la ciudadanía catalana en el ámbito de las identidades. En líneas generales, los catalanes son más flexibles con sus identidades múltiples (catalana, española, europea), más solidarios con otras comunidades autónomas y menos favorables a una ruptura con el actual sistema constitucional de lo que pudiera indicar el discurso de la clase política del Principado.
Esta multiplicidad de identidades en la sociedad catalana también se ha reflejado en el fútbol. En los últimos años las victorias de la selección de fútbol han dado lugar a numerosas expresiones públicas de identidad nacional española en Cataluña. Las celebraciones en las calles de Barcelona de los títulos del combinado español, las banderas catalanas y españolas colgadas de los balcones y los cánticos patrióticos (tan repetitivos como significativos) han dejado claro que muchos catalanes se identifican con la Roja. ¿Cómo se explica que se den estas numerosas manifestaciones de identidad española y simultáneamente crezca el independentismo en Cataluña hasta alcanzar máximos históricos?
La respuesta no es sencilla. El apoyo a la independencia se ha mantenido en los últimos dos años entre el 40 y el 57%, dependiendo de las encuestas que se manejen y el momento en que se pregunte. Sin embargo, la identificación de los catalanes con España, es decir aquellos que se sienten en mayor o menor medida españoles, supera el 70%, mientras que aquellos que se sienten únicamente catalanes ronda el 23%, según los trabajos del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat. Parece claro que existe un porcentaje significativo de catalanes que optan por la independencia pero no deja de sentirse español. Para complicar todavía más el cuadro identitario cabría añadir los datos de un sondeo publicado en el diario Ara en julio de 2012, en el que se señalaba que el 57% de los partidarios de la independencia de Cataluña se declaraban seguidores de la selección española de fútbol. Y es que cuando se trata de opciones políticas, identidades nacionales y fútbol los datos de las encuestas difícilmente encajan.
Algunos analistas han justificado la popularidad de la Roja en el Principado aduciendo que el gran número de jugadores catalanes en el combinado español y las similitudes en el estilo de juego entre el Barça y la selección potenciaba la identificación. Es posible que este peculiar proceso de ‘catalanización’ de la selección haya hecho más aceptable al equipo a los ojos de algunos aficionados, pero está lejos de darnos una explicación completa. La popularidad de la Roja tiene que ser entendida dentro del marco de un universo simbólico formado por unas narrativas nacionales que han promovido la identificación de los catalanes con España durante décadas. Estas narrativas han sido producidas y transmitidas desde diversos ámbitos, incluyendo las instituciones estatales, los medios de comunicación españoles y los jugadores de la selección de fútbol. En la gran mayoría de los casos el mensaje transmitido ha sido el de la compatibilidad entre Cataluña y España, por lo que no es de extrañar que la gran mayoría de los catalanes manifiesten identidades duales hoy en día.
Dicho de otro modo, las identidades duales son posibles porque en este universo simbólico la identificación con España no se percibe como incompatible con la identificación con Cataluña. Son estas mismas identidades duales las que han facilitado la identificación de un elevado número de catalanes con la selección española.
No quiero decir con esto que la identificación de muchos catalanes con España no sea problemática. Parece claro que lo es y el trío España-Castilla-Madrid ha actuado históricamente como el ‘otro’ nacional desde los inicios del catalanismo político. No obstante, si diferenciamos entre vínculos de afinidad política y cultural, quizás podamos entender algo mejor las cosas. Muchos catalanes son capaces de distinguir entre una identificación con una nación política española y un vínculo sentimental con una nación cultural española.
Así se pueden dar en Cataluña niveles muy reducidos de afecto hacia, digamos, las instituciones del Estado o el gobierno de España, como representantes de la nación política, pero mantener un vínculo emocional con la selección española de fútbol como personificación de la nación cultural. Esta división, claro está, no deja de ser un tanto artificial, pero nos facilita el entendimiento de los procesos de identificación de catalanes con la nación española, en general, y con la selección de fútbol, en particular.
Una hipotética independencia de Cataluña plantea una serie de preguntas de difícil respuesta en el ámbito futbolístico. ¿Seguiría el Barça jugando en la liga española o se crearía una catalana? ¿Perdería el FC Barcelona sus connotaciones catalanistas si se formara una selección catalana capaz de competir oficialmente? ¿Podrían los jugadores catalanes jugar con la selección española si así lo eligieran? Por ahora sólo podemos especular al respecto. Lo que sí parece bastante seguro es que el fútbol a va continuar siendo un medio para elaborar, transmitir y recrear identidades nacionales en Cataluña.