Un hombre vestido con un polvoriento traje y corbata –sin duda vivió tiempos mejores– camina hace días por el desierto bajo un sol de penitencia. Se detiene un instante y mira alrededor incrédulo, ignora cómo ha llegado hasta ahí pero tiene que salir como sea. Apura el último y escaso sorbo de agua y sigue un camino interminable que no sabe a dónde le lleva.
Quizás sea la omnipresencia de la crisis o que la marca del genio de Wim Wenders está en crear imágenes que trascienden épocas, pero es muy difícil ver hoy esa escena inicial de la película París-Texas sin estremecerse.
Llevamos cinco largos años de penitencia en nuestra particular travesía y no se vislumbra el final del desierto. Muchos hace tiempo que no tienen ni gota de agua y estamos cansados de espejismos y profetas que rezan a los santos mientras sacuden con el mazo. Y sin embargo hay quienes hacen el agosto al calor del sol que nos abrasa. Quienes se aprovechan del temor para sacarnos algo más y dejarnos algo menos. Un derecho menos por aquí, un recorte más por allí. Con la crisis por fin pueden hacerse un traje a la medida de sus sueños, aunque a los demás nos dejen un roto. Educación, sanidad, pensiones, dependencia; cuando salgamos de esta nos va a costar reconocernos ante el espejo.
Una de esas ocurrencias con la que jugueteaban algunos líderes del PP de Madrid y que ya ha empezado a aplicar Cospedal en Castilla-La Mancha, es la de que los políticos no sean remunerados. Para justificarlo repiten la cantinela familiar: “la política no es un trabajo”, “deberían hacerlo por compromiso”, “para dedicarse a la política –remacha Cospedal– basta con los ratos libres”. Pero lo peor no está en lo que dicen sino en lo que callan.
Callan por ejemplo que desde sus orígenes la democracia ha ido de la mano de la remuneración del cargo, en el evidente sobreentendido de que sin esa compensación el ejercicio de la política dejaría de ser un derecho de todos para convertirse en el privilegio de unos pocos, los muy pocos que pueden permitirse vivir sin salario.
Ese fue el sentido del mistos, la retribución que la misma Atenas que vio nacer la democracia instauró para que cualquier ciudadano pudiera dedicarse, sin un grave quebranto de su vida privada, a los asuntos de todos. Ese es también el sentido de que en una fecha tan temprana como 1838 y en los orígenes del movimiento obrero, entre las 6 primeras reivindicaciones de la Working Men Association figurase, junto al sufragio universal, la exigencia de que “no haga falta ser propietario para ser diputado y se remunere a los representantes”.
Es cierto, y hay que mencionarlo, también la idea de que los políticos no cobren tiene ilustres antecedentes. Los procuradores franquistas, sin ir más lejos, nominalmente no recibían ningún sueldo... ni maldita falta que les hacía, podría añadirse, que ya se buscaban las habichuelas por otro lado.
Pero no es necesario mirar a la antigüedad para buscar referencias, tampoco a ese movimiento obrero tan poco de moda ahora que todos somos –¿alguien lo duda?– clase media. Ni siquiera es necesario caer en la incorrección de comparar a esta derecha, la de ahora, con la otra, la de hace un rato. Si quiere comprobar a donde nos lleva ese camino, basta con que eche un vistazo a esos “desiertos y montañas lejanas” de Texas.
El Estado de la estrella solitaria destaca por muchas razones. Segundón en algunas cosas (población y tamaño) ha sabido elevarse a la posición de cabeza en algunas otras (el mayor porcentaje de ciudadanos pobres y de población carcelaria, record absoluto en la aplicación de la pena de muerte) aunque se mantiene orgullosamente a la cola en aquellas otras tan poco relevantes como la inversión en salud, servicios sociales o protección del medioambiente.
También destaca porque carece de impuestos sobre la renta y apenas los tiene sobre las ganancias del capital, sin embargo no deja de exprimir, exigir y aprovechar lo que llaman el “tocino de Washington”: las subvenciones, exenciones fiscales e ingentes inversiones (industria militar y aeroespacial) que reciben del Gobierno federal y que se han convertido en una de sus mayores fuentes de ingresos. Curioso liberalismo subvencionado con el dinero de otros que sin duda hará las delicias de muchos de sus correligionarios españoles tan del gusto de vivir de lo público mientras privatizan todo aquello a lo que echan mano, sobre o no sobre.
Y es que allí parece haberse cumplido el sueño al que aspiran algunos de los líderes conservadores españoles. Efectivamente, una de las peculiaridades del sistema político texano es que el legislativo sólo se reúne 140 días cada dos años, ¿para qué más?, diría Cospedal. La otra es que el sueldo de un diputado texano, los llamados “ciudadanos-legisladores”, es de apenas 7.200$ (5.300€) al año.
Así pues, ahí es dónde tienen que mirar los que se han sumado a esa cruzada, Texas es su Eldorado y su referente. Que miren, pero que miren bien porque entonces quizás muchos de los que se han creído a pie juntillas lo que les estaban contando comprueben que les están dando gato por liebre.
Que miren bien y comprobarán que, tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes hay un llamativo, tremendo y absolutamente decisivo 54% de “ciudadanos-legisladores” que resultan ser empresarios y hombres de negocios. Si va a resultar que aquellos viejos griegos barbudos y los curtidos trabajadores sabían lo que se hacían.
Que miren bien y quizás se den cuenta de que esa dedicación a tiempo parcial y en los ratos libres se traduce en políticos incapaces, que apenas saben nada de los temas sobre los que legislan, sobre normas y proyectos (casi 7.000 en cada período de sesiones) que tienen que aprobar o rechazar precipitadamente y sin apenas examen en los menguados 140 días cada dos años en los que sesionan las cámaras.
Que miren con detalle y comprobarán que, como consecuencia de todo ello, los grupos de presión –estos sí trabajan a tiempo completo y a toda máquina– se han convertido en un verdadero poder de hecho. Ellos son quienes llevan la voz cantante, “informando” a sus señorías, sin duda desinteresadamente, de qué es lo más conveniente para los ciudadanos y para el propio Estado.
Que observen y entonces verán que ese camino tiene un precio: renunciar a que la política deje de ser un derecho de todos y vuelva a ser el privilegio de los pocos que pueden pagársela.
Sufragio universal en la letra, por supuesto, pero la música que marca el paso es la del sistema censitario. Democracia de derecho, pero oligarquía de hecho. Ese es el peaje de la vía Madrid-Texas en la que algunos, al calor de la crisis, pretenden embarcarnos.