El socialista enfurecido: no solo jóvenes, aunque sobradamente preparados
¿Cómo es el votante que ha cambiado al PSOE por Podemos?
Elecciones como las del pasado 25-M desafían la capacidad de los análisis politológicos al uso para explicar el comportamiento electoral. El desconcierto es evidente. Los factores explicativos que influyen en elecciones típicas (castigo al gobierno, identificaciones partidistas, ideología, la campaña, etc.) pierden de repente buena parte de su relevancia en elecciones en que se produce una descomposición de los parámetros habituales (bipartidistas) de comportamiento político en España.
Entre los diversos fenómenos noticiables de estas elecciones destaca el desplome del PSOE. La pérdida de votos del PSOE se suma a la caída electoral de 2011, que ya representó un auténtico cataclismo, al situar el apoyo electoral a los socialistas en niveles desconocidos desde el inicio de la transición. Los antiguos votantes del PSOE se muestran dispuestos a seguir castigando al partido socialista, a pesar de que lleva más de dos años en la oposición. Esa fuga de votos del principal partido de oposición en un contexto de desgaste del partido de gobierno es un fenómeno singular. El hecho de que estas pérdidas hayan nutrido a partidos situados a su izquierda (especialmente Podemos) reclama un análisis pormenorizado de la fuga de votantes del PSOE ¿Qué perfiles sociológicos tiene este electorado socialista “enfurecido”?
A pesar de que los datos de la encuesta del CIS 3022 no hayan fundamentado buenas predicciones electorales (probablemente como resultado de operaciones deficientes de “cocina”), permiten un acercamiento al perfil de votantes leales y cambiantes que, todavía, no podemos realizar con ninguna otra encuesta. La ventaja de esta encuesta es que, además, nos permite identificar (a través del recuerdo de voto) votantes del PSOE antes de que se produjera el verdadero desgaste del partido: en la convocatoria electoral de 2009, en un período donde la crisis no había empezado a pasar su factura social más dramática, y Zapatero todavía no había impuesto el cambio de rumbo a sus políticas económicas y sociales que terminó precipitando el declive electoral del PSOE.
A partir de ahí, podemos comprobar donde se situaban esos votantes socialistas de 2009 semanas antes de las elecciones europeas en un indicador de voto+simpatía.
La primera conclusión de este tipo de análisis es que el desgaste del PSOE respecto a 2009 produce un electorado socialista más viejo, menos formado, y ligeramente más escorado a la derecha. La erosión de apoyos tiene lugar claramente entre el electorado joven, entre votantes con niveles más elevados de educación y entre electores que se ubican en posiciones más izquierdistas. La lealtad al PSOE peina canas. Mientras el 72% de los votantes de 2009 que ahora son mayores de 60 años muestran apoyo al PSOE (tienen intención de votarlo o expresan simpatía por el partido), eso solo ocurre con el 49% de los votantes menores de 30 años y el 55% de los que tienen entre 30 y 44.
Tan interesante como este primer dato es el desgaste del PSOE entre su electorado más formado. Mientras el 76% de los votantes con estudios obligatorios o inferiores se muestra leal al PSOE, ocurre así con el 47% de los votantes con estudios universitarios (aunque la lealtad al PSOE es bastante más alta entre los votantes mayores de 60 con estudios universitarios: 61%).
Por tanto, las grandes pérdidas de apoyo se han producido entre los segmentos jóvenes (pero no necesariamente juveniles) y con mayor preparación. Se trata de una población que en muchos casos lleva años en el mercado de trabajo (sea trabajando o en paro), expuesta a niveles de frustración, incertidumbre e inseguridad inéditas, que entran en contradicción con fuertes expectativas de éxito y progreso socioprofesional cultivadas durante la etapa de bonanza.
Los años de crisis han azotado con singular crudeza a sectores menos formados de la población. Las tasas de paro se han disparado entre el electorado con menor nivel de estudios. Pero no parece que esos efectos de la crisis hayan provocado una deriva importante del electorado socialista situado en estos estratos. El boquete por el que escapan más apoyos parece encontrarse en un electorado que tiene riesgos de desempleo bastante más bajos que las de ese segmento de víctimas más cruentas de la crisis, pero que quizás sobrelleve peor el clima de precariedad al que le condena la coyuntura económica. Se trata de un electorado entre el cual el desajuste entre expectativas y realidad es más agudo, convirtiéndolo así en sujeto proclive a la rebeldía (como advertía hace ya más medio siglo el gran sociólogo Robert Merton).
Durante los años de bonanza la expansión educativa fue enorme, y con ello, el logro educativo se democratizó, incorporando a los estratos con titulación universitaria a muchas personas cuyos padres tenían niveles educativos más bajos. El acceso a la titulaciones universitarias alimentó expectativas de progreso socioprofesional, no siempre satisfechas. En plena época de expansión proliferaron expresiones de desaliento de jóvenes que creyeron que no se colmaban sus aspiraciones a una vida no precaria. Movimientos sociales de mileuristas y de lucha por el acceso a la vivienda nos recordaban las dificultades que atravesaban los jóvenes en general (y los más cualificados en particular) para acceder a un empleo digno y consolidar su posición económica, y con ello emanciparse y formar una familia. Entre muchos se extendía la impresión de que su situación podía ser permanente (forever young). “No tendrás casa en tu puta vida” nos decía VdeVivienda antes de la crisis. Pero los datos sugieren que, a pesar de las dificultades, en la primera década del siglo los jóvenes-adultos terminaban saliendo de casa (aunque fuera gracias al crédito fácil y barato), terminaban consolidando su vida laboral (después de aplazamientos más o menos largos) y formando una familia (aunque tuvieran que renunciar al número ideal de hijos que hubieran querido tener). La juventud se curaba con la edad.
Esa situación ha cambiado con la crisis. Las evidencias sugieren que entre los más jóvenes se ha generalizado la sensación de que sus expectativas no se están cumpliendo. Por ejemplo, en este estudio, el 62% de los jóvenes de 23 y 24 años indica que su situación es peor que lo que esperaba (p. 184) y un porcentaje similar describe su estado de ánimo como preocupado (p.186). Probablemente esa desazón se esté extendiendo a edades más avanzadas. Los datos de la EPA sugieren que la precariedad en jóvenes adultos en la treintena y personas que incluso rondan los 40 ha aumentado de manera muy significativa. Entre el primer trimestre de 2008 y el primero de 2014, el porcentaje de jóvenes-adultos que viven en una situación de vulnerabilidad laboral (paro, contrato temporal, contrato involuntario a tiempo parcial, población subocupada, inactividad “desanimada”) ha crecido 12 puntos, afectando ya a casi la mitad de los jóvenes. Uno de cada tres universitarios de estas edades se encuentra en esta situación. A esto hay que añadir que aproximadamente la mitad de las personas de estas edades tienen un nivel de estudios alcanzado que supera la formación mínima requerida en los empleos que ocupan (sobrecualificación).
Ya no se trata de jóvenes llamados a esperar pacientemente a que llegue su turno de ocupar las posiciones sociolaborales más atractivas, reservadas en un mercado laboral dualizado a personas con mayor experiencia (“cuando seas padre comerás huevos”). Estamos hablando ahora de adultos que ven frustradas sus expectativas de llevar su vida por los cauces normativos previstos (salir de casa, comprarse un piso o tener hijos “cuando toca”) y que viven con mayor incertidumbre que nunca su futuro laboral y vital. Junto a ellos, probablemente vivan también esa incertidumbre sus progenitores, incapaces ya de ayudar a procurar a sus hijos posiciones de estatus socio-económico equiparables a las suyas.
Diversos indicios nos sugieren que detrás de la fuga de votantes del PSOE puede haber un grueso importante de personas con “vidas precarias” que no tenían previsto que ese fuera su destino, ya sea porque su origen social en una clase media relativamente acomodada no lo anticipaba, o porque la ilusión de capitalizar su logro educativo les había impulsado a imaginarse vidas mucho más holgadas. La socialdemocracia ha tenido dificultades para ofrecer una respuesta alentadora al precariado, aquí y en otros países.
La respuesta más seductora en España parece provenir, de momento, de partidos situados a la izquierda del PSOE, y en particular de Podemos. Según los datos del barómetro de GESOP realizado pocos días después de las elecciones del 25-M, Podemos es la fuerza política que cuenta con mayor apoyo entre votantes menores de 40 años. La edad media de sus votantes (41 años) contrasta con la de los votantes del PSOE (52) o del PP (58,2).
De manera muy ilustrativa, Podemos es una fuerza política encabezada por un líder que encarna perfectamente la precariedad de un joven-adulto: un profesor universitario que, a pesar de una larga formación, es a sus treinta y seis años titular interino, y por tanto un precario en un ámbito (el académico) crecientemente sujeto a procesos de precarización. Junto a él aparecen en la candidatura electoral otras muchas personas con situaciones laborales precarias: interinos, trabajadores involuntarios a tiempo parcial, parados, pequeños empresarios que han tenido que echar el cierre, subocupados, etc. La inmensa mayoría de ellos son jóvenes-adultos (menores de 40 años), cuyo mensaje ha sintonizado con sectores de la población no tan joven, aunque sobradamente preparada.
Está por ver si opciones como Podemos, con un diagnóstico extraordinariamente simplificado de las causas de la crisis y recetas dudosamente viables, conseguirán capitalizar definitivamente el descontento de socialistas enfurecidos. Dependerá, sin duda, de la capacidad de Podemos de articular una oferta partidista coherente y eficaz, dotarse de infraestructura para desplegarse por todo el territorio y organizar campañas políticas. Pero, ante todo, que Podemos encuentre espacio donde hacerse un hueco electoral no dependerá solo de Podemos. Estará directamente relacionado con la cintura de la socialdemocracia tradicional para responder a inquietudes y angustias de un segmento de la población que no parece que vaya a recibir aquello que creía merecer legítimamente.