- Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo: “Sin un enfoque europeo común basado en la solidaridad, que dé a las personas la oportunidad de venir a Europa legalmente, la próxima tragedia es sólo cuestión de tiempo”.
En la noche de sábado a domingo se ahogaban en la costa Libia cerca de 700 personas camino del sueño europeo, en la mañana del lunes otras 100 personas se daban por desaparecidas ante Rodas. En estas horas de consternación los lamentos serán muchos y los oiremos en todas las instituciones y Estados europeos. Pero, ¿qué está haciendo Europa?
Europa ha sido capaz en un par de generaciones, con todas sus crisis económicas y de identidad, de crear un espacio económico y político de libertad al que ha sabido atraer a los países del Sur y del Este. Ciertamente es un proyecto en construcción, un tanto vago e indefinido, en el que hay que poner fe si no queremos quedar atrapados en constantes componendas, etc.., todo esto es cierto y forma parte de los debates que debemos abordar, pero es igualmente cierto que vista desde fuera, Europa constituye un polo de atracción muy fuerte para miles de personas que quieren un futuro mejor para ellos y sus hijos. Son personas que no pueden ser culpadas por abandonar sus hogares en pos de un futuro mejor, porque nosotros haríamos y de hecho estamos haciendo lo mismo, a una escala incomparablemente más pequeña. Por consiguiente, gestionar estos flujos es un reto europeo porque de alguna manera son el resultado y el síntoma del éxito (relativo) del sueño europeo.
Pero además, europea debe ser la solución porque la misma dimensión del problema en muchas ocasiones supera la capacidad de los Estados para hacerle frente, especialmente cuando coinciden diversos factores. De hecho, la dimensión europea del problema no se limita a la escala de los flujos migratorios, aunque éste sea un componente relevante. Así, la presión fronteriza sobre Ceuta y Melilla (o en su momento el drama de los cayucos en Canarias) plantea cuestiones similares a las que sufre Italia en Malpedusa, o Malta o Grecia, aunque la escala del fenómeno en estos últimos casos es tal que Italia se ha visto obligada en los últimos años a liderar una respuesta europea a la crisis del Mediterráneo (operación Mare Nostrum), pero ante los costes económicos y las críticas de otros Estados, se ha visto reducida hace aproximadamente seis meses a una operación más centrada en el control de fronteras y con menor capacidad de salvamento marítimo (Tritón). Y no solo eso, la situación en Libia dificulta hasta la identificación del correcto interlocutor necesario para tratar el problema, cosa que España ha tenido más claro con Marruecos o Senegal. Por eso, la escala del problema es totalmente relevante, pero no es la única dimensión europea del problema. Así, la dimensión financiera es sumamente relevante, hasta el punto de generar tensiones entre los Estados miembros en relación a los costes de estas operaciones y como distribuirlos. Pero también lo es en la perspectiva de los derechos humanos no siempre las respuestas de los Estados son las más adecuadas, de hecho todos los Estados han tomado medidas que resultan realmente muy discutibles, por eso la Unión Europea debe asumir decididamente la supervisión de la acción de los Estados en el control de la inmigración irregular, algo que sólo se ha hecho tímidamente hasta ahora. Por consiguiente, europeo es el problema y europea debe ser la solución, por lo que se hace necesario de un lado articular un mecanismo claro que permita activar una respuesta europea rápida y dotada de suficientes medios (ahora depende de la petición de ayuda de un Estado y es todavía muy limitada, aunque se han dado pasos en esta dirección (Eurosur, reforma de Frontex, mecanismo de supervisión de Schengen), pero aún falta mucho. Al mismo tiempo deben reforzarse los mecanismos europeos de control sobre la acción de los Estados y la propia Unión en el control de sus fronteras exteriores, para intentar concertar las dosis adecuadas entre control jurisdiccional más tradicional con nuevas fórmulas de supervisión y monitoreo que promuevan y consoliden buenas prácticas en este ámbito.
Segundo, tanto la Unión como los Estados han invertido mucho dinero y esfuerzos en armonizar legislaciones, entrenar agentes de fronteras, securizar y vigilar nuestras fronteras, crear super-centros de coordinación de la vigilancia y de las operaciones (Eurosur), construir un sistema de recopilación de información y análisis de riesgos (Frontex), etc.. Sin embargo, precisamente el éxito en la impermeabilización de estas fronteras hace que los viajes sean para los inmigrantes cada vez más arriesgados. Es hora por tanto de pensar en al menos otras dos claves: por un lado, la búsqueda de instrumentos de colaboración con países de origen y tránsito, un ámbito cuyo recorrido está limitado si se siguen manteniendo posiciones negociadoras basadas en políticas de inmigración muy restrictivas, ¿seguiremos limitándonos a dotar a nuestros países vecinos de fondos para controlar mejor sus fronteras? ¿O toca empezar a convertirlos en socios en marcos estables de gestión compartida de los flujos migratorios? Y sí, suena mucho más fácil de decir que de hacer, es cierto, pero hay que desatascar esta línea de trabajo porque sin ellos no será posible evitar estas tragedias. Por otro lado, y mientras lo anterior no sea una realidad, en casos como el de Libia, Siria o Ucrania, ¿no sería mejor empezar a pensar en crear oficinas de procesamiento de solicitudes de asilo e inmigración en terceros países?, ¿podríamos empezar a pensar en la creación de “corredores humanitarios” para solicitantes de asilo e inmigrantes? Como ha dicho Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo, “Sin un enfoque europeo común basado en la solidaridad, que dé a las personas la oportunidad de venir a Europa legalmente, la próxima tragedia es sólo cuestión de tiempo”. Solidaridad para admitir que no podemos tener “políticas de inmigración 0”, solidaridad para admitirlo incluso entre países afectados por una crisis económica aún latente, solidaridad para repartir las cargas entre los distintos Estados miembros. Y, ciertamente, oportunidades para migrar legalmente a Europa, pues solo así dejaremos de bailarle el agua a los traficantes y generaremos confianza entre países terceros que queremos que sean nuestros socios en este proyecto.
Por cierto, este es un eje del que pocas veces se habla, pero si los inmigrantes/refugiados van a seguir corriendo riesgos para llegar a Europa, mafias y traficantes van a seguir contando con un próspero negocio. Ahora bien, cuando se embarca a 700 personas se alcanza una escala en la que junto a la multiplicación del riesgo se multiplican también los ingresos ilícitos de estos grupos. Así que, la última pregunta es, ¿qué estamos haciendo para luchar contra la delincuencia que crea estas situaciones? Porque es muy difícil, sí, pero no está nada claro que avancemos excesivamente en este ámbito. Un elemento indispensable de la construcción de un modelo de gestión migratoria compartido con otros Estados de origen y destino requiere, por tanto, la articulación de mecanismos de colaboración policial y penal para la investigación y persecución extraterritorial de estos delitos y organizaciones. Tras esta tragedia no solo se impone la indignación y la exigencia de responsabilidades a nuestras instituciones, emerge también un clamor de justicia, de forma que se impone también ampliar los mecanismos de persecución de estos delitos y de reparación a las víctimas. Europa debe ser también sinónimo de justicia, no solo de cierta riqueza y libertad.
Por eso a las palabras de Martin Schultz cabría añadir -junto a solidaridad y mecanismos de migración legal-, la exigencia de justicia y una dosis notable de valentía. Valentía para pensar y construir otra Europa. A lo mejor, transitando por ese camino, de paso Europa reencuentra también su rumbo.