La política, como el halcón maltés, está hecha del material de los sueños, pero a veces los sueños se vuelven pesadillas. Max Weber, en sus conferencias sobre el político y el científico, dijo que el quehacer de la política implica tratar con poderes infernales, están en la mente de todos, no hace falta describirlos. La política es la materia del poder, se construye y se construirá siempre con esos materiales infernales, de ellos saldrá lo mejor y peor del ser humano. En ella se encontrará la mejor gente y la peor. Y es así, queramos o no, lo supieron Jenofonte, don Juan Manuel, Maquiavelo, Gracián,etc. La política se construye con los tejidos del ser humano.
El problema ahora en España es que después de tres décadas de autocomplacencia, mecidos en la idea de que la Transición había definido un proyecto nacional y había disuelto los problemas, y en la ensoñación de la riqueza transferida por misteriosos mecanismos por la UE, repentinamente todo parece desvanecerse en el aire. Algo ha fallado.
Hay una cantidad considerable de razones para pensar que “la política” está en la raíz de este descalabro, de esta decepción. La Transición definió unas reglas de funcionamiento de la política basadas en la búsqueda de la estabilidad como movimiento pendular contra la inestabilidad de la II República –por eso la Constitución es casi irreformable en sus aspectos básicos y la moción de censura constructiva para sustituir al presidente del Gobierno lo hace inamovible- y como corolario una política basada en las direcciones de los partidos, sobre las que gravitó la acción política y, sobre todo, la selección del personal político.
Con el tiempo, tras el periodo constitucional, distintas leyes ramificaron la política por las instituciones y la sociedad: Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Constitucional, Tribunales superiores de Justicia de las comunidades, cajas de ahorro, organismos reguladores, los centros de arte, la multitud de empresas satélites de las administraciones, consejos de administración de empresas suministradoras de servicios públicos, etc., fueron colonizados desde la política. El efecto ha sido devastador: baste señalar que las votaciones de algunas salas del Tribunal Supremo sobre casos relevantes fueron anunciadas por los medios de comunicación a partir de los favores debidos por los magistrados a los partidos que los patrocinaron en su promoción; o la crisis financiera, que en realidad es una crisis de las cajas ahorro, saldada ahora convirtiendo los retales de las cajas de ahorro en grandes bancos sistémicos, lo que garantiza que el Estado los socorrerá para prevenir su quiebra eventual.
No hay que ser ingenuos. Otros países han vivido situaciones como la que ahora vive España y han tenido recursos para definir normas para la política, a través de las elecciones primarias en Estados Unidos y de la ley de partidos en Alemania.
Las primarias norteamericanas surgieron en dos impulsos. En 1902, en Wisconsin, el gobernador Lafolette impulsó la primera Ley de Primarias para sacar a los políticos del control de los bosses del Estado (como es conocido las primarias consisten en unas elecciones, organizadas por los Estados, en las que los ciudadanos que se declaran simpatizantes de uno u otro partido votan por los candidatos que se presentan libremente para ser candidato del partido). Pero no sería hasta 1968/70 cuando en el Partido Demócrata la reforma impulsada por el senador McGovern, generalizó las primarias como instrumento de selección del candidato a presidente y de los candidatos a todos los demás cargos públicos. No fue un impulso fácil, el aparato del partido Demócrata acabó con la candidatura presidencial de McGovern. Como señaló García Pelayo, los partidos se resisten a regulaciones que limiten la libertad de sus direcciones.
En Alemania el procedimiento para regular la política consiste en dos instrumentos. La Ley de Partidos, que regula la vida interna, y el sistema de elección de los candidatos a los cargos públicos, que se regula en la Ley Electoral. La tramitación y sucesivos borradores de esta ley llevaron más de una década.
Básicamente la ley de Partidos alemana establece:
- La celebración de congresos de los partidos cada dos años, como mínimo.
- Los criterios de composición de los parlamentos internos, impidiendo que los cargos del partido lo controlen.
- Un sistema de garantías de los afiliados para impedir su expulsión arbitraria por la dirección.
- La votación individual por los afiliados de los candidatos a delegados de los congresos y órganos internos.
La ley electoral regula la elección de los candidatos de los partidos a las elecciones a los órganos representativos (parlamentos, asambleas regionales y ayuntamientos). Estos han de ser elegidos mediante elecciones primarias en las que tienen derecho a voto los afiliados a los partidos. Si la dirección regional del partido está en desacuerdo con el candidato elegido, se repite la votación y prevalece el resultado de esta segunda votación. Es relevante, para la presentación de las candidaturas debe presentarse en acta de la votación, los candidatos, los resultados, el número de votas y el desglose de los votos, firmada por el presidente de la Asamblea.
¿Qué garantizan estas reglas? Que haya competencia entre los candidatos del mismo partido. Y esto es lo fundamental. Las leyes con penas feroces que dicen tratar de castigar los delitos de corrupción son inútiles, casi un insulto a los ciudadanos. Como bien sabía Jefferson, la clave de la democracia está en el juego de balanzas y contrapesos. Y eso debe llevarse al interior de los partidos. Nada condicionará más la actividad de un alcalde, consejero o concejal que el escrutinio de sus compañeros, la posibilidad de ser denunciado y de que la asamblea de su partido le pase cuentas será la mejor vacuna contra la corrupción y contra bastantes de los males que aquejan a la democracia en nuestro país. Nada puede controlar más a las direcciones de los partidos que órganos de control elegidos desde las bases del partido, por los afiliados, y no compuestos por cargos públicos que para mantenerse en las listas dependen de las personas que dirigen el partido. ¿Es perfecta la democracia alemana? No. Pero al menos en Alemania los políticos saben que sus compañeros están dispuestos a pasarles cuentas a la menor sospecha. La luz, la competencia entre los dirigentes de los partidos es la mejor medicina contra la corrupción y diría que también contra la ineptitud .
En España la lógica del control de los órganos directivos de los partidos se ha invertido, de ahí la metástasis de la política española. Superar esta metástasis sólo puede hacerse democratizando los partidos, esto es: establecimiento reglas de funcionamiento y haciendo que los cargos internos y públicos dependan de los afiliados, no de las direcciones.
¿Es esto suficiente? No, llevar a la política a sus raíles naturales llevará mucho tiempo y una buena porción de leyes que la separen de la Administración, de la carrera de los funcionarios, que regule los beneficios económicos de la política, etc. El problema es que “esta” política se ha extendido por la sociedad. Lo urgente, la clave es la ley de partidos, y regular mediante la Ley Electoral la elección de los candidatos.
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