Estimular al alumnado de un centro educativo que ha arrastrado uno de los niveles de absentismo y fracaso escolar más altos de Euskadi no es tarea fácil. El reto se complica si el colegio se compone de estudiantes pertenecientes al estrato socio-económico más desfavorecido y en mayor riesgo de exclusión social de Vitoria, con un 32% de alumnado inmigrante y un 65% de alumnado de etnia gitana. Además, el 99% de los matriculados son beneficiarios de becas y el 15% tienen necesidades educativas especiales. Ante este desafío los anteriores gestores del colegio público del barrio de Sansomendi- actual centro Público Integral de Enseñanza Infantil, Primaria y Secundaria desde hace algo más de cinco años- optaron por limitarse a impartir talleres de carpintería, electricidad u otras disciplinas a un alumnado que consideraban incapaz de someterse a lo exigido por el currículo educativo. Esas bajas expectativas del profesorado lastraron a los estudiantes y les abocaron hacia una condena anunciada: el abandono escolar.
El nuevo equipo interdisciplinar dirigido por Eva Sancho ha conseguido rescatar a los chavales. Se empeñaron en ofrecer una educación de calidad a sus estudiantes, similar a la que reciben en el resto de los centros públicos de Vitoria y con mucho esfuerzo e implicación están consiguiendo aumentar el rendimiento escolar de los alumnos y mejorar el nivel académico.
Entre las metodologías de aprendizaje implantadas por los tutores ha destacado una de ellas por encima del resto, tanto que el Ministerio de Educación les ha galardonado con una de las distinciones más valoradas por la comunidad educativa, el premio a la acción Magistral 2013. Se trata del proyecto “Tutorización interetapas: Los mayores enseñan a los pequeños y todos aprendemos más”, que incluye varias actividades en las que los alumnos de más edad tutelan a los de menor. “El círculo del aprendizaje se cierra cuando un alumno es capaz de explicar lo aprendido”, indica la directora del centro, Eva Sancho, en el preámbulo de la presentación de su propuesta innovadora. Para demostrar que interiorizado la materia los estudiantes pasan prueba teóricas y prácticas, los temidos exámenes. Pero en el centro de Sansomendi, sin dejar de lado las evaluaciones, los estudiantes tiene la oportunidad de hacer gala de los conocimientos adquiridos gracias a otra dinámica complementaria ampliamente valorada por todo el alumnado implicado, desde infantil a secundaria y a la que puntúan con sobresaliente.
El apadrinamiento entre alumnos
Una hora a la semana los estudiantes de ciclos superiores se convierten en profesores de infantil y primeros cursos de primaria. Los pequeños esperan inquietos en sus aulas la llegada de unos profesores peculiares, sus compañeros de colegio. Chavales de secundaria y quinto y sexto de primaria abandonan su pupitres, se enfundan sus batas de maestro y entran a las clases a dar una lección a sus provisionales discípulos al tiempo que ellos mismos refuerzan valores como solidaridad, respeto y esfuerzo. “Los de infantil están encantados con la presencia en las clases de estas figuras, sus propios compañeros. Les reciben con mucho cariño. El grupo se distribuye en mesas y cada una de ellas las supervisa el ‘hermano mayor’, que dirige las actividades que previamente le ha marcado el tutor. Antes de comenzar con la innovadora iniciativa, los alumnos recibieron una formación previa, nociones básicas sobre cómo comportarse con los pequeños y cómo reaccionar ante ciertos comportamientos. ”Es una inyección para su autoestima porque les colocamos en una situación en la que no se han visto antes, otorgándoles una responsabilidad y exigiéndoles un compromiso porque tienen que acudir al centro fuera de su horario lectivo, por las tardes a cumplir con su cometido. Y además ven la evolución, son conscientes de los logros de los niños. Es todo un revulsivo para ellos“, declara Sancho. Además se mejora la convivencia y transición entre las distintas etapas educativas.
El proyecto se completa con las sesiones de apadrinamiento de lectura y de laboratorio, la más demandada porque a todos les encanta enredar en los microscopios, bromea la directora de Sansomendi. Esta actividad no es semanal porque requiere mayor preparación de materiales y de contenidos. “Formulan una hipótesis y aplican un método científico…lleva su tiempo hacerlo”. En el caso de la lectura, fomentar esta práctica y convertirla en hábito es uno de los objetivos que persigue la dinámica. “Es muy bonito. Leen en voz alta cuentos a los más pequeños que no saben leer y están encantado de escucharles. Es beneficioso para ambas partes”, recalca Sancho.
El colegio recibe además a voluntarios que desarrollan labores de apoyo de forma desinteresada. “Contamos con estudiantes de Trabajo Social y Magisterio de la Universidad que acuden altruistamente para ayudar a los chavales”. Toda presencia ajena al centro y al barrio es muy beneficiosa para unos alumnos que apenas salen de su entorno familiar y necesitan de referentes externos para enriquecerse con nuevas relaciones y experiencias. “Las familias de estos estudiantes apenas tiene estudios. La labor educativa que deberían ejercer los padres la realizamos nosotros además de la nuestra propia. Esa continuidad ente el colegio y la casa no existe en estos casos. Hay una ruptura total, una separación entre ambos espacios contra la que también estamos luchando. Tratamos de acercar a los padres al centro. Les involucramos con actividades en navidad y otros momentos puntuales para empezar a integrarles en la vida escolar de sus hijos, de la que permanecen la margen”, explica la directora.