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Cerrado por saturación turística
Este verano no es posible viajar a Boracay. El Gobierno de Filipinas ha restringido el acceso a esta pequeña isla habitada por 12.000 personas y visitada el año pasado por casi dos millones de turistas. El agua de sus playas está contaminada a resultas de vertidos incontrolados, el desborde de sistemas de desagüe y la acumulación de basura. Tampoco Maya Bay, la famosa playa de Phi Phi Leh, en Tailandia —donde Leonardo Dicaprio rodó La Playa—, está accesible, al menos hasta el mes de octubre. Objeto de un febril desarrollo inmobiliario tras el tsunami de 2004, la isla acoge más de 300 lanchas rápidas al día que cargan y descargan más de 5.000 turistas, algunos de los cuales arrancan o pisotean corales. Dos tercios de la Gran Muralla de China está llena de brechas y de graffiti, en buena parte por el desembarco de excursionistas. AENA requisa cada semana, por motivos de seguridad, cerca de 500 kilos de piedras volcánicas que los viajeros pretenden llevarse de Lanzarote como recuerdo de su estancia. Y como los turistas no caben —literalmente— en las estrechas calles de Venecia, las autoridades municipales han empezado a experimentar con puntos de control que regulan la entrada de visitantes. La policía municipal tiene órdenes de cerrar la entrada al centro histórico de la ciudad de los canales en caso de exceso de llegadas, como ocurrió ya en el pasado carnaval.
No hace falta seguir. Basta con saber que el turismo mueve una cantidad ingente de personas y de dinero, y que además de gente y dólares, deja una huella social y ecológica profunda.
Empecemos por la primera parte. El año pasado, el número de personas que viajaron por el mundo ascendió a 1.323 millones, según la Organización Mundial del Turismo (OMT). La traducción económica de este desplazamiento masivo, en un 77% de casos por razones de ocio, es un 10,2% del producto interior bruto (PIB) mundial. Uno de cada 10 empleos tiene relación con la actividad turística. El sector está creciendo más deprisa que el ritmo al que progresa la propia economía: en 2017, lo hizo a un ritmo del 4,6% frente a un crecimiento del PIB del 3,1%. La tendencia va a más, pues las proyecciones globales de la OMT para 2030 hablan de 1.800 millones de viajeros y de casi un 12% del PIB. Transporte a bajo coste, sobre todo aéreo, emergentes clases medias de países como China e India y plataformas digitales de alojamientos turísticos son combustible para la gran boca de los viajes.
Pero luego viene la segunda parte. El World Travel & Tourism Council (WTTC), presidido por Gloria Guevara, identifica la saturación como uno de los problemas que sobrevuela la actividad turística, junto con las amenazas terroristas y desastres naturales como los huracanes. En la última década, los 20 mayores mercados han ido acaparando cada vez una cuota mayor del PIB global del sector viajes y turismo, hasta llegar al 72%. El pronóstico de la organización es que, en dos años, esos 20 países agreguen a la tarta más visitantes que el resto del mundo. En lugares como Macao, se contabilizan 28 visitantes por cada residente. Y en Islandia, desde 2012 la proporción de viajeros extranjeros por habitante ha aumentado de dos a siete. Son solo un par de ejemplos. “Sin una fuerte administración de destinos, las elevadas cifras de visitantes pueden crear presión adicional a los recursos locales y una infraestructura sobrecargada. Esto puede, a su vez, causar tensión entre residentes y turistas y a veces, una experiencia degradada para los visitantes”, afirma el WTTC en su balance Viajes y turismo: impacto económico y asuntos globales 2018. La redistribución de viajeros hacia distintos destinos es una de las vías de actuación hacia las que apunta.
Las Naciones Unidas defienden que el turismo implica crecimiento. No son tan concluyentes sobre si el turismo garantiza desarrollo. En países como Tailandia, “el boom del turismo ha incrementado los niveles de desigualdad”, apunta en el reciente estudio Turismo y Desarrollo de la propia OMT. En Indonesia también se detecta un “incremento en la desigualdad de ingresos en áreas rurales y urbanas” vinculado a la actividad. En Brasil, el impacto económico del turismo ha sido positivo para todos los grupos sociales, pero “los grupos con ingresos más bajos son los que menos se han beneficiado”.
El turismo contribuye a mejorar las infraestructuras, el saneamiento del agua, los transportes y el acceso a Internet. Pero la conclusión de la organización enfatiza “la necesidad de poner en marcha políticas y actuaciones que se focalicen en la inclusividad y la sostenibilidad del desarrollo ligado al turismo”, “una distribución justa de costes y beneficios” y un empleo digno.
Cambio climático y despilfarro
Uno de los grandes problemas que plantea el turismo masivo es su contribución al cambio climático, justo cuando los gobiernos de todo el mundo se han comprometido por primera vez a combatirlo. En la última conferencia internacional celebrada en Kazajistán en verano pasado sobre turismo y energía, los expertos presentes estimaron que el turismo era culpable de un 5% de las emisiones globales de efecto invernadero a la atmósfera, sobre todo procedentes del transporte y el alojamiento. El pasado mayo, la revista Nature Climate Change publicó el informe The Carbon Footprint of Global Tourism, cuyos autores elevaron el porcentaje al 8%, tras estudiar los datos de 183 países entre 2009 y 2013. Pero desde esa fecha han seguido aumentando, y la previsión es que se pase de 3,9 a 6,5 millones toneladas de gases en 2025. Según el Programa de la ONU para el Medio Ambiente, el porcentaje es incluso superior, del 12,5%, si se tiene en cuenta la energía que se emplea en los hoteles, el transporte de la comida y los productos de higiene.
España, en tanto que potencia turística mundial junto con Francia y Estados Unidos, no ha realizado ningún estudio que mida la huella de carbono desde 2007, según el Instituto de Sostenibilidad Turística. El resultado fue entonces del 10,6% de emisiones.
Otro aspecto a considerar son las estimaciones de pérdidas y desperdicio alimentario de la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR): los restaurantes, servicios de catering y las cafeterías acumulan más de 63.000 toneladas de comida sobrante a lo largo del año que acaban en la basura, un despilfarro que le cuesta al sector 255 millones de euros. La cifra de excedente se ha duplicado en dos décadas. Un restaurante tira a la basura 2,5 kilogramos de comida al día.
“Es cierto que en los últimos años empieza a haber más conciencia y existen iniciativas nacionales e internacionales contra el desperdicio”, admite Vilma Sarraff, directora del Instituto de la Sostenibilidad Turística. Sarraff considera “urgente” una apuesta por la sostenibilidad porque “España evoluciona en este ámbito más despacio que países como Italia y Francia, donde los viajes responsables representan el 30% del mercado”. Y añade que, en 2017 [con 82 millones de visitantes extranjeros] el turismo ejerció de motor de la economía española todavía en función de políticas y modelos de gestión en las que se alienta a conseguir nuevos récords de afluencia sin tener en cuenta los impactos negativos“.
“En España no nos hemos tomado en serio la sostenibilidad y mi experiencia demuestra que todo lo que se habla al respecto es de cara a la galería”, corrobora José María de Juan Alonso, socio director de Koan Consulting. Lleva dos décadas trabajando en el campo del turismo responsable y en 2017, Año Internacional del Turismo Sostenible, fue llamado a pronunciar decenas de conferencias por toda España. “Sin embargo, proyectos de trabajo de verdad, ni uno”, lamenta. Reconoce que el sector no empezó a tomar en serio el cambio cultural... “hasta que llegó la crisis, pues con la crisis los hoteleros pensaban en llegar a final de mes”. Koan Consulting se ha volcado durantes de la crisis en otros destinos como Nicaragua y Bolivia. Ahora trabaja para convertir Teruel en un “destino responsable”.
La esperanza está en parte en la evolución de los propios turistas. El 13% de los viajeros de EE UU asegura haber elegido un hotel específicamente por consideraciones medioambientales“, según el retrato de estos viajeros publicado por MMGY Global. Es un 11% más que 2014. The New York Times publicaba hace unas semanas historias de hoteles que proponen al cliente no limpiarle la habitación a cambio de un cupón.
La sostenibilidad sí está presente en los discursos de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT). El propósito existe. Según la secretaria general de la Asociación Empresarial Hotelera de Madrid (AEHM), Mar de Miguel, el gasto energético de los establecimientos se ha triplicado en siete años, cuando el potencial de ahorro del sector es más de un 18% de su consumo actual. El ecoturismo y los nuevos hoteles sostenibles son un goteo.
Ciudades contra el turismo masivo
Los residuos y la contaminación son los problemas que más inquietan a las ciudades más saturadas de turismo, donde el malestar es patente. Antes del verano, entidades y colectivos de distintos puntos del sur de Europa —Venecia, Valencia, Sevilla, Pamplona, Palma de Mallorca, Lisboa, Málaga, Malta, Madrid, Girona, Donostia, Camp de Tarragona y Barcelona— difundieron un manifiesto fundacional de la Red Sur ante el nuevo palabro: turistización.
Sus inquietudes se resumen en la dificultad de acceso a la vivienda por la subida descontrolada de los alquileres, el encarecimiento y la transformación del comercio local, la saturación de la red pública de transporte, la masificación de calles y plazas, el uso desmesurado de infraestructuras, la precarización de las condiciones laborales, la banalización de los entornos urbanos y naturales y, de nuevo, la contaminación.
En Barcelona, la Asociación de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS) se muestra especialmente sensibilizada con el impacto de los cruceros. La ciudad recibió un récord de 2,71 millones de cruceristas en 2017. Según la Universidad de Barcelona, cada crucerista deja 518 euros por día en la ciudad. Pero los megacruceros generan gran controversia. María García, miembro de Ecologistas en Acción y de la Plataforma por la Calidad del Aire, alerta sobre todo del combustible de los barcos, que contiene azufre, prohibido en tierra. “Un crucero mediano emite lo mismo que una planta térmica”, compara. García reclama un cambio de regulación que obligue a emplear combustible limpio como en el Mar Báltico y el Mar del Norte. En Barcelona se han cerrado dos terminales cercanas a la ciudad, pero hay una nueva terminal, la E, para megacruceros y se planean otras dos, F y G, “que nos colocan en un escenario de 3,3 millones o hasta 4,4 millones al año”.
Desde la asociación, Josep Maria Soler, resume la situación: “No estamos contra el turismo. El turismo es una faceta humana. Todos somos, hemos sido o seremos viajeros. Pero sí estamos contra la masificación. El lobby turístico es muy fuerte, pero la conciencia en los barrios es cada vez mayor”.
[Este artículo forma parte del dossier Turismo sostenible, publicado en el número de verano de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
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