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Cuidar mejor cuando ya no se puede curar
He aquí un libro imprescindible para concienciar a la sociedad sobre la importancia que tiene el modo en el que cuidamos. Cuando alguien sufre un problema de salud, deseamos que se restablezca lo antes posible. Pero sabemos que si no hay curación en perspectiva, empieza una fase difícil en el que los cuidados adquieren una especial relevancia. La tesis de Ana Urrutia Beaskoa, directora de la Fundación Cuidados Dignos y reconocida como “emprendedora social” por la Fundación Ashoka, es, en esencia, que la formación, la actitud y el método por parte de los profesionales de los cuidados marcan la diferencia en la atención a las personas más vulnerables, en especial aquellas que viven en centros residenciales.
En su libro Cuidar (Ariel), Urrutia afirma sin ambages que la falta de trabajadores en un centro con relación a la cantidad de personas de las que deben ocuparse no es la única causa del problema de las carencias de la atención actuales. “Tenemos menos medios que otros países, pero, sobre todo, tenemos menos carácter innovador y nos cuesta situarnos en la mejora continua”, afirma la gerontóloga. No se trata de que no haya que luchar por aumentar el número de profesionales cuando haga falta, ni por luchar por mejorar sus condiciones laborales, pero poco cambiarán las cosas, insiste, si ese personal no se compromete con un cambio. Y al revés. Mucho compromiso con el cambio sin suficiente personal tampoco sirve.
Las nuevas prácticas de cuidado, para empezar, pasarían por enterrar la sujeción, que continúa estando arraigada en España, a diferencia de otros países como el Reino Unido, Japón, Suecia y Francia. En teoría, se inmoviliza a personas dependientes ‘por su propio bien’, porque cuando se agitan pueden caerse y hacerse daño. Las prácticas paternalistas y la protección excesiva, sostiene, tienen mucho que ver con no aumentar el estrés de los propios profesionales de los cuidados.
El libro está escrito a partir de la propia vivencia de la autora, pues durante muchos años, como había visto hacer siempre en su entorno, también ella sujetaba a pacientes cuando consideraba que existía un riesgo real de que se cayeran y se rompieran la crisma o el fémur. Nadie pregunta a los pacientes, y las familias, en realidad, no quieren oír hablar de fracturas sobrevenidas por accidente.
A través de un colega que trabajaba en el Reino Unido, la directora de la Fundación Cuidados Dignos descubrió que la sujeción no está incluida en ningún protocolo internacional.
La pregunta de naturaleza ética que lanza la autora es la misma que en su momento se formuló a sí misma: ¿acaso se puede privar de derechos y libertad a un paciente dependiente, tratarlo como un ser cosificado, solo en nombre de la insuficiencia de recursos?
Urrutia propone una elección entre seguridad y dignidad, sabiendo que una vida con dignidad, mediante la humanización de los cuidados, a veces entraña riesgos. La dignidad pasaría por mantener en lo posible la autonomía. Es muy subjetivo qué es una vida con calidad que merezca ser vivida, pero es difícil argumentar que una persona prefiera vivir atada.
Las estadísticas que presenta la autora demuestran que la cantidad de caídas es similar en las organizaciones donde se sujeta y donde no. Otra cosa es enseñar a un paciente a caerse de la manera menos mala posible, y crear “entornos seguros” para la persona. Evitar la sobremedicación es otra de las vías por las que apuesta la gerontóloga.
Según su experiencia, se puede “trabajar de otra manera” con una inversión “razonable”. Ese empeño pasa por preparar a profesionales comprometidos que trabajen diferente, y también por centros que decidan gastar dinero de otro modo; por ejemplo, en sensores que avisen de cuando alguien se ha levantado, en lugar de comprar cinturones de sujeción.
A través de las historias de Mauro, Alba, Laura, Tomás, Ramón, Martina, María, Reyes, Aurelia, Josefina y una larga lista de personas con las que ha lidiado en su quehacer cotidiano y a los que dedica cada uno de los capítulos, la traducción de tan encomiables principios se comprende mejor. Es el valor de la experiencia vivida lo que confiere al libro su interés.
El modelo de cuidado centrado en la persona y sin sujeción pasa por conocerla a fondo, por entender de dónde puede venir su estado de agitación e incluso de agresividad. Pasa por escuchar al paciente e ir pactando acuerdos con él, soluciones específicas para cada caso. No resulta sencillo con pacientes complicados que, además, suelen estar ya estigmatizados, pero los resultados que presenta en Cuidar son visibles.
Como resumen, critica que en medicina a menudo se olvida el care (prodigar cuidados) a favor del cure (suministrar determinado tratamiento). Debe pesar como mínimo igual lo humano que lo sanitario.
[Este artículo ha sido publicado en el número 62 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
He aquí un libro imprescindible para concienciar a la sociedad sobre la importancia que tiene el modo en el que cuidamos. Cuando alguien sufre un problema de salud, deseamos que se restablezca lo antes posible. Pero sabemos que si no hay curación en perspectiva, empieza una fase difícil en el que los cuidados adquieren una especial relevancia. La tesis de Ana Urrutia Beaskoa, directora de la Fundación Cuidados Dignos y reconocida como “emprendedora social” por la Fundación Ashoka, es, en esencia, que la formación, la actitud y el método por parte de los profesionales de los cuidados marcan la diferencia en la atención a las personas más vulnerables, en especial aquellas que viven en centros residenciales.
En su libro Cuidar (Ariel), Urrutia afirma sin ambages que la falta de trabajadores en un centro con relación a la cantidad de personas de las que deben ocuparse no es la única causa del problema de las carencias de la atención actuales. “Tenemos menos medios que otros países, pero, sobre todo, tenemos menos carácter innovador y nos cuesta situarnos en la mejora continua”, afirma la gerontóloga. No se trata de que no haya que luchar por aumentar el número de profesionales cuando haga falta, ni por luchar por mejorar sus condiciones laborales, pero poco cambiarán las cosas, insiste, si ese personal no se compromete con un cambio. Y al revés. Mucho compromiso con el cambio sin suficiente personal tampoco sirve.