Este blog corresponde a Alternativas Económicas, una publicación mensual que te explica la información económica desde un punto de vista social.
Saber a quién dejarle la casa
Internet entregó al consumidor el poder de valorar un servicio. El de un hotel, por ejemplo. Los comentarios sin fronteras llevaron a esmerarse a los establecimientos poco limpios, antipáticos, caros con relación a lo que ofrecían o engañabobos respecto de lo que anunciaban en su web. Con la economía colaborativa —cuya filosofía se basa en compartir—, ese poder evaluador se hizo extensivo a las personas en su trabajo, el cuidado de sus objetos, la seriedad para establecer tratos y la cordialidad del trato.
La confianza entre usuarios es la moneda de la economía colaborativa, una idea que lanzó Rachel Botsman en el ya famoso libro What’s Mine Is Yours: The Rise of Collaborative Consumption. Tras una crisis que ha destruido buena parte de la credibilidad de gobiernos, partidos políticos, bancos e instituciones, apostilla Albert Cañigueral en Vivir mejor con menos, “la ciudadanía ha visto en el consumo colaborativo una manera de unirse, autoorganizarse y poder confiar más unos en otros”. Es un cambio social.
¿Y si le dejo el automóvil a alguien que estropeó otro antes? Cada plataforma colaborativa genera sus propios filtros, que tiende a expulsar a los peers que no son de fiar. BlaBlaCar, Airbnb, Ebay...
Los sistemas de calificación de usuarios cada vez se cuidan más. Wallapop, aplicación móvil de comercio de segunda mano inventada hace un año, anunció hace pocas semanas un nuevo sistema de evaluación del grado de satisfacción del comprador, puntuarla de cero a cinco estrellas, escribir comentarios sobre la experiencia comercial, especificar el precio final al que se adquirió el artículo, recomendar al vendedor o leer las opiniones sobre cada perfil.
Hoy hablamos ya de identidad digital, y por la Red circulan centenares de consejos sobre cómo cultivarla —ser prudente con las opiniones, estar preparado para las críticas duras, actualizar un blog personal...— sabiendo que los perfiles pueden ser útiles más allá de cada comunidad. A empresas que busquen candidatos para un puesto vacante, por ejemplo. O a un banco dispuesto a conceder un crédito. Todo ello genera, a su vez, nuevos proyectos. Los seguros en caso de problemas en un intercambio son uno de ellos, y las plataformas que intentan ayudar a generar reputación como Trustcloud o eRated, donde se agrupa la puntuación obtenida en otras comunidades (Etsy, Amazon, Google+).
Traity, constituida por tres amigos de infancia (José Ignacio Fernández, Borja Martín y Juan Cartagena), ha ido más allá, pues se dedica a agregar información abierta que los usuarios pueden ver para decidir si confiar o no en una persona. La idea nació de Cartagena, consejero delegado, cuando, tras conocer a su novia por Internet, y al haberle explicado ella que antes de la primera cita lo había buscado por todas las redes sociales del planeta para tener referencias, se preguntó cómo podía demostrar de manera “eficiente” que era una persona “normal y decente”. La comunidad de Traity suma 4,5 millones de usuarios.
“Las estrellas en eBay o Airbnb sólo puedes usarlas dentro de esas plataformas. Fuera no importa lo bien que te hayas comportado antes”, explica Lara Fernández, de Traity, “así que ya no partes de cero estrellas”. Esta plataforma asegura disponer de tal cantidad de datos como para verificar identidades (incluidos DNI, dirección, teléfono, estudios, red de contactos o empleo), conocer transacciones efectuadas en plataformas varias, descubrir fraude y hasta predecir comportamientos. ¿Superútil? ¿Inquietante? En julio, un grupo de fondos liderados por Active Venture Partners inyectó en Traity 4,7 millones de euros.
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Internet entregó al consumidor el poder de valorar un servicio. El de un hotel, por ejemplo. Los comentarios sin fronteras llevaron a esmerarse a los establecimientos poco limpios, antipáticos, caros con relación a lo que ofrecían o engañabobos respecto de lo que anunciaban en su web. Con la economía colaborativa —cuya filosofía se basa en compartir—, ese poder evaluador se hizo extensivo a las personas en su trabajo, el cuidado de sus objetos, la seriedad para establecer tratos y la cordialidad del trato.
La confianza entre usuarios es la moneda de la economía colaborativa, una idea que lanzó Rachel Botsman en el ya famoso libro What’s Mine Is Yours: The Rise of Collaborative Consumption. Tras una crisis que ha destruido buena parte de la credibilidad de gobiernos, partidos políticos, bancos e instituciones, apostilla Albert Cañigueral en Vivir mejor con menos, “la ciudadanía ha visto en el consumo colaborativo una manera de unirse, autoorganizarse y poder confiar más unos en otros”. Es un cambio social.